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PARTÍU CARLISTA: pola defensa de la nuesa tierra

Prensa

Carlos Hugo (Les Noticies)

Carlos Hugo (Les Noticies)

Les Noticies, 29 d’agostu del 2010

Faustino Zapico

 

L’otru 18 d’agostu morría en Barcelona Carlos Hugo de Borbón-Parma, pretendiente carlista. Yera fíu de Javier de Borbón-Parma, qu’asumiera la xefatura del carlismu en 1936 depués d’estinguise la llinia descendiente directa de Carlos de Borbón.

 

La noticia tien interés porque tanto’l carlismu como’l so pretendiente son en sí mesmos historia viva d’esti pueblu. Anque la imaxe que se da del carlismu nos llibros de testu ye la d’un simple movimientu lexitimista y reaccionariu de la España del sieglu XIX, asina como la d’un de los principales pegoyos del alzamientu y dictadura franquista, la so historia ye infinitamente más rica como pa despachala nun par de frases xenériques. La familia Borbón-Parma, cola escepción del hermanu ultra, Sixto Enrique, fo ún de los factores qu’ayudó al espectacular xiru hacia la esquierda que dio’l carlismu nos años sesenta del sieglu XX, xiru que dexó fuera del movimientu a bona parte de la so base social, especialmente n’Asturies, onde la figura de Jesús Evaristo Casariego acapara la imaxe del carlismu per tola transición. Lo que quedó fiel a Carlos Hugo, un proyectu que se dicía con abonda sinceridá como socialista autoxestionariu, federalista y cristianu, fo eficazmente tocáu de muerte na operación Montejurra de 1976, responsabilidá d’esos dos grandes demócrates llamaos Adolfo Suárez y Manuel Fraga. Depués, l’escaezu, como tantos otros proyectos prometedores de la que morrió Franco.

 

Llevo munchos años lleendo y reflexonando sobre’l carlismu y siempre me paeció que lo más asemeyao a esi movimientu yera’l peronismu arxentín:un movimientu policlasista que nun determináu momentu históricu pue xugar un papel reaccionariu o progresivu, sigún les circunstancies, y que, superada la coyuntura que lu vio nacer, escacha en milenta grupos que puen dir de la ultraderecha a la esquierda radical. La so monarquía republicana yera imposible, pero tamién lo ye’l republicanismu monárquicu del PSOE y nun mos quexamos tanto. Descanse en paz.

El príncipe que fue minero

El príncipe que fue minero

 

LA NUEVA ESPAÑA

20 de agosto de 2010


Tres compañeros de tajo relatan la experiencia del aspirante al trono en el pozo Sotón de El Entrego, donde trabajó veinte días de julio de 1962 bajo identidad falsa, hasta que fue descubierto

 

El Entrego / Oviedo,
L. M. D. / L. Á. V.

 

Carlos Hugo de Borbón-Parma, el histórico dirigente carlista fallecido el martes de la semana pasada, vivió en San Martín del Rey Aurelio durante dos meses en 1962. Su estancia dejó una huella profunda. Llegó a trabajar veinte días en la brigada de camineros del pozo Sotón de El Entrego, que por aquel entonces aún pertenecía a Duro Felguera. Sus antiguos compañeros lo recuerdan como un hombre «muy afable» que «no se escondía» a la hora de trabajar en un oficio que no conocía pero en el que «lo daba todo, sin querer tener ningún privilegio».

 

La Huelgona de la primavera de 1962 aún estaba caliente. Carlos Hugo, bautizado como Hugues en París, llevaba varios años en España, difundiendo el mensaje carlista, tras estudiar en Oxford y trabajar un tiempo como ejecutivo del Deutsche Bank. Quizá influido por el hecho de que su primo Juan Carlos hubiese visitado el pozo Nicolasa en abril de 1961, Carlos Hugo adoptó la identidad de un estudiante, Javier Ipiña, y junto a un joven carlista, García Marcos, se inscribió en el Servicio Universitario del Trabajo (SUT), que organizaba campos de trabajo por toda España, incluido el pozo Sotón. Por aquellos veinte días de trabajo cobró unas 1.200 pesetas.

 

Constante Suárez llegó a trabar «cierta amistad» con el aspirante al trono. Según recuerda Suárez, por aquella época en la mina existía la posibilidad de contratar «durante unas semanas» a jóvenes y estudiantes para que ayudasen en las tareas de la mina. En un principio nadie supo realmente quién era. «Se comportaba como cualquiera, trabajando, aprendiendo el oficio en la brigada de camineros» del Sotón. Sólo supieron que estaban con «un príncipe» cuando un día, «tras varias jornadas en el tajo», se dirigían a las duchas. Antes de entrar «había allí unos fotógrafos, que al parecer venían de Madrid», recuerda Constante. Carlos Hugo no se tomó bien aquella «emboscada». Quería seguir siendo uno más. «Hice buenas migas» con el heredero, lo que hizo que en más de una ocasión «nos invitase, a mí y a otros compañeros, a visitar Madrid y Bilbao. Él fletaba el autobús y nosotros íbamos para allí. Nos recibía con una fiesta, visitábamos la zona, estábamos con él y luego nos volvíamos».

 

Uno de los lugares que más encantaron a Borbón-Parma en El Entrego fue el ya desaparecido «bar de La Porraca. Allí estaba mucho tiempo, de tertulia con sus compañeros». Tras desvelarse su ascendencia aristocrática, «él siguió comportándose con nosotros igual que antes», pero comenzó a tener más actos de carácter social, «y tuvo que ser recibido por el Alcade». La relación de Constante con Carlos Hugo se fue enfriando. «Se casó con la holandesa», la princesa Irene de Holanda, de la que se divorció en 1981.

 

Francisco Cabezas Coca, estudiente de Letras que llegaría a profesor de Literatura Inglesa en la Universidad de Salamanca, compartió barracón con Carlos Hugo durante aquel verano de 1962. «Recuerdo que tenía un cierto aire extranjero. Yo le llamaba “El Inglés”, algo que no le gustaba mucho. Eso sí, hablaba perfectamente castellano. Era un compañero agradable», indicó Cabezas. Durante el tiempo que convivieron sólo uno de sus compañeros, García Marcos, conocía su verdadera identidad. Cuando se descubrió, los estudiantes posaron con él para los periódicos, incluida LA NUEVA ESPAÑA, que desplazó a Eugenio de Rioja y al fotógrafo Vélez. «Lo que hacíamos quedaba lejos de la labor del picador, hacíamos de “guajes”», añadió el profesor jubilado. «Éramos jóvenes más entusiastas en aquella época», sentencia Cabezas, que considera su estancia en la mina como una experiencia inolvidable.

 

Otro de los testigos de las vivencias del pretendiente al trono es José García, Cavite, que trabajó como minero en el Sotón, ejerció como fotógrafo y era militante comunista. «Estaría un par de meses en El Entrego», rememora Cavite, que apunta cómo lo conoció cuando ya se supo que era «un príncipe». «Fue a través de un amigo común», Dimas El Príncipe, «al que pusimos este apodo porque se hizo bastante amigo suyo». Con el dirigente carlista «tomé algo bastantes tardes». José García recuerda a Carlos Hugo como un hombre «amable, tranquilo y bastante abierto con la gente», que trabajó «como un minero más». Según asegura, «no tenía ningún privilegio, y al parecer estaba bastante interesado en aprender el oficio de la mina. Era una persona muy sencilla».

 

«Sobre cuestiones políticas no hablé mucho con él. Como yo era comunista, intentaba evitar estos temas. Lo que sí sé bien es que, tras salir de trabajar, le gustaba ir a tomar algo, vino o sidra, con sus compañeros», señala. Carlos Hugo de Borbón-Parma pudo invitar a una de sus hermanas -«no recuerdo a cuál de ellas», dice- a bajar a la mina. «Al salir del pozo estaba manchada en la cara, como si hubiese estado trabajando abajo. A todos nos pareció curioso que alguien quisiese bajar a la mina a conocerla», asegura.

 

 

Peñafiel: «Le decía a la gente que era un príncipe y quedaban impresionados»


Oviedo, M. J. I.

 

Un testigo de excepción de la bajada al tajo del príncipe Carlos Hugo fue el periodista Jaime Peñafiel, experto en casas reales. Peñafiel explicó ayer a LA NUEVA ESPAÑA que en el 62, cuando era un joven reportero de «Europa Press», alguien le sopló que el aspirante carlista estaba trabajando en la mina. «Apenas lo podía creer, pero como la fuente era muy fiable decidí ponerme en camino hacia Asturias».

 

Nunca olvidará la tarde en la que aguardaba en la entrada del pozo y se dio de bruces con Carlos Hugo, confundido con los otros mineros. «A la gente que tenía alrededor les decía que aquel hombre era un príncipe y se quedaban impresionados», añade. Según Peñafiel, el gesto de Carlos Hugo respondía a una campaña bien orquestada de promoción. «Él era el príncipe heredero de los carlistas y quería ganarse adeptos», dice.

 

El golpe de efecto no tuvo mucho efecto. Carlos Hugo, que en esos años se conectó con los sectores más progresistas del carlismo, siguió luchando por su causa, sin éxito. Uno de los golpes más duros que tuvo que encajar fue la designación de su primo Juan Carlos de Borbón, como heredero a la jefatura del Estado, a título de Rey. De hecho, Carlos Hugo defendió su causa hasta el momento de su muerte, el pasado 10 de agosto.

Un caballero aventurero

Un caballero aventurero

LA NUEVA ESPAÑA

25 de mayo de 2009

 

José Ignacio Gracia Noriega


El indiano, suma de infinidad de indianos, tenía una característica común a todos: la de ser un aventurero, aunque él mismo no se lo creyera. Los motivos de la emigración eran principalmente económicos: marchaba a América con el propósito de mejorar de posición con respecto a la vida que le aguardaba en la aldea. Pero también los hubo que marcharon por otros motivos, y el motivo político no fue de los de menos importancia ni de los menos frecuentes. En la múltiple tipología del indiano, los hubo que embarcaron por no empuñar las armas, principalmente por no ir a las guerras de África, y los hubo que tuvieron que embarcar por haberlas empuñado.

Entre éstos figura José González Cortina, abuelo materno de Ezequiel Canella, que fue quien me proporcionó los datos que figuran en esta breve biografía. Había nacido en Villoria, concejo de Laviana, que dio un nombre ilustre a la Iglesia y a la filosofía escolástica, el dominico fray Zeferino González, que llegaría a cardenal. En el pueblo de al lado, Entralgo, nació, como se sabe, el novelista don Armando Palacio Valdés, que saca en su novela «Sinfonía pastoral» al propio fray Zeferino aconsejando a un indiano imaginario y paisano, de nombre Antón Quirós, que era más convencional que José Gutiérrez Cortina. El año del nacimiento de nuestro personaje fue el de 1855: a tiempo para participar en la tercera carlistada. Su padre, Ignacio Gutiérrez Ordóñez, era de Lada y casó con Dolores Cortina Canella, parienta de Fermín Canella Secades, quien llegaría a rector de la Universidad de Oviedo.

Ignacio Gutiérrez estableció una herrería detrás de la iglesia de Villoria. Su hijo José Gutiérrez Cortina era hombre de templo. En cierta ocasión, siendo todavía un muchacho, bajó al mercado de Pola de Laviana (en las aldeas, cuando se va a la villa, siempre se dice «bajar», siempre se «baja a la villa», como si se tratara de una nostalgia de la vida de otros tiempos, en que las aldeas se dispersaban por las montañas y la aldea estaba en el valle). Le acompañaba un hermano suyo. Durante su recorrido por el mercado, le mordió un cerdo. Temiendo José que el cerdo pudiera tener la rabia y no abundando los médicos entonces tanto como ahora, corrió a la herrería y solicitó al herrero que le cauterizara la herida: éste se asustó y se negó en redondo. Ante la negativa, José tomó un hierro al rojo vivo y él mismo se lo aplicó a la herida. Seguidamente, hubo de asistir a su hermano, que se había desmayado.

Probablemente, José Gutiérrez Cortina fue de los que no se planteó abandonar el valle de Laviana en su vida. Una vez que aprendió a leer, a escribir y a echar cuentas, entró a trabajar en la fragua de su padre. Trabajo no faltaba. Se trataba de un negocio próspero y en marcha. Pero un buen día se acercó a la herrería don Melchor Valdés, pirotécnico muy conocido en el valle y gerifalte carlista que montaba una tranquila y poderosa mula blanca, que no tardaría en hacerse famosa en media Asturias. Don Melchor levantaba una partida para devolver el trono al rey legítimo, a Carlos VII, cuyos partidarios ya combatían en las Provincias Vascongadas, Cataluña y Valencia. Corría el año 1872 y José Gutiérrez no lo pensó dos veces: agarró una escopeta de caza, un puñado de cartuchos, se calzó unas alpargatas nuevas y se sumó a la partida, que llegaría a ser de unos cien hombres; casi un ejército.

Por la Colladona pasaron al concejo de Aller, reducto carlista en el que conoció a Próspero Tuñón, a Ángel Rosas, al comandante Santaclara y, sobre todo, a Faes, que dio a la guerra carlista en Asturias una gran movilidad: a través y más allá de las montañas, lo mismo estaban en Infiesto o en Ribadesella, exigiendo el pago de impuestos y raciones a los ayuntamientos liberales, que de regreso en Laviana.

Salía por primera vez de Asturias. Al cabo de un año de campaña, un cura de León llamado don Antonio Milla recorrió las zonas leales de Asturias para reclutar guerrilleros que abandonaron Asturias por Caso para internarse en los montes de León y Palencia caminando de noche y durmiendo de día, comiendo boroña y ordeñando las vacas que encontraban en los prados. Al cabo de quince días alcanzaron Vizcaya sin disparar un tiro. En Balmaseda constituyeron el batallón de Asturias, de doscientos hombres, que entró en fuego en la línea de Somorrostro, donde se libraron combates terribles. Se perdió la guerra y en 1876 José Gutiérrez hubo de refugiarse en Francia durante unos meses.

Volvió a Laviana, y como un cuñado suyo había marchado a Guatemala, para allá marchó José con poco equipaje, sin un duro y con una carta de fray Zeferino para el arzobispo de Guatemala, por lo que pudiera necesitar. En Guatemala no vio oro empedrando las calles. Su cuñado marchó a Colón, para trabajar en las obras del canal de Panamá, y él a Cuba, donde recibió ayuda económica de un tabaquero amigo de su padre.

Volvió a Guatemala: trabajó haciendo ladrillos y baldosas a mano para un asturiano que le pagaba muy mal y le mataba de hambre; abrió un café con un socio, hizo relaciones y un buen día se encontró con que el general Lisandro Varillas, el presidente de turno de aquella República, le llamaba porque había oído contar que era hombre decidido, para ponerle al frente de una hacienda que poseía en al alto Verapaz, lugar montañoso y selvático. José no sabía nada de cafetales, pero aprendió deprisa, ayudado por los indios del lugar. El cafetal marchó bien hasta que Varillas fue sustituido por Estrada Cabrera, que instauró una dictadura tenebrosa, y al conocer la buena relación del español con el anterior presidente, le hizo la vida imposible. La dictadura de Estrada Cabrera se fundamentaba, como toda dictadura que se precie, en la relación. José procuró ser prudente al principio, aunque se sabía vigilado. Más tarde, al comprobar el escaso beneficio que le producía la prudencia, decidió marchar a México, oportunidad que aprovechó Estrada Cabrera para ponerle en prisiones con el pretexto de que se disponía a organizar una intentona revolucionaria desde México, con el propósito de tumbarle y de reponer a Varillas. En la prisión estuvo poco tiempo, porque pronto le sacaron para fusilarle en el patio de atrás. Estaba delante de seis fusiles que iban a levantarse de un momento a otro, y a su espalda el muro: no había escapatoria. Pero José era hombre de inesperados recursos. No habiendo salvación en la huida, la encontró en sus bolsillos. En uno llevaba un crucifijo de plata. Lo sacó y, levantándolo por encima de su cabeza, se lo mostró al pelotón: salía el Sol por encima de los muros y el crucifijo brilló con los primeros rayos. Los soldados quedaron impresionados: bajaron los fusiles y el sargento que mandaba el pelotón le tomó por las solapas, le dio un empujón y le recomendó que no se le ocurriera volver a aparecer por allí. Aquel día era el 5 de febrero de 1905. No se borró jamás de la memoria del indiano. Considerando que había vuelto a nacer aquel día, todos los 5 de febrero hizo decir una misa de acción de gracias.

Aunque con el pellejo intacto, en Guatemala no le quedaba nada que hacer, al menos mientras durara en el poder Estrada Cabrera. Y como sucede con las dictaduras, aquélla iba para largo. De hecho, Estrada Cabrera se mantuvo en el poder la friolera de veintidós años, hasta 1920. Al embarcar en dirección a Cuba, cayó en la cuenta de que todavía guardaba en el bolsillo de la chaqueta la carta de recomendación de fray Zeferino para el arzobispo de Guatemala.

En Cuba, una circunstancia fortuita acudió en su ayuda. En el año 1895, en plena guerra de independencia cubana, coincidió a bordo de un barco que se dirigía a los Estados Unidos con el general insurgente cubano Emilio Núñez. Al saber de quién se trataba, la primera resolución de José fue matarle de un tiro y arrojarle al mar. Para ello, se ganó su confianza, y tanto se la ganó que se hicieron amigos. Al desembarcar en Cuba fugitivo de Guatemala, el general Núñez era una personalidad influyente que le echó una mano. Pero José ya era viejo para volver a meterse en negocios, tenía más de cincuenta años y pensó que a esa edad donde mejor estaba era en la patria.

Volvió a España en 1907 y, de nuevo en Laviana, fundó una fábrica de chocolates que bautizó Las Camelias porque así se llamaba el cafetal que había tenido en Guatemala. Pasaba, pues, del café al chocolate. El negocio marchaba bien, pero la situación política en el valle del Nalón tiraba a peor. Predominaban unas ideas que él consideraba disolventes, implantadas durante su ausencia. Se dio cuenta de que la aldea se había perdido para siempre y, como el viejo hidalgo don César de las Matas de Arbín, exclamó airado que aquello no era el progreso, sino la barbarie. En realidad, a pesar de sus aventuras al otro lado de los mares, nunca había dejado de ser un soldado de don Carlos, defensor de los derechos de la Iglesia y de las leyes viejas. Aquel mundo había desaparecido, aunque él se resistiera a reconocerlo. La gran huelga de 1917 se lo certificó. Entonces, vendió sus posesiones y se estableció en Madrid.

La última intentona

La última intentona

ERNESTO BURGOS

LA NUEVA ESPAÑA

14/04/2009

Aún existen carlistas. Se dividen en dos corrientes completamente opuestas emplazadas en los dos extremos del raíl político: los unos siguen defendiendo a machamartillo a Dios, la patria y el Rey legítimo -que para ellos no es Juan Carlos I, sino uno de sus parientes lejanos-; los otros son laicos, federalistas y republicanos. Los primeros, tradicionalistas, tuvieron su último paradigma asturiano en Jesús Evaristo Casariego, al que aún recuerdo paseando con porte pretencioso, erguido y envuelto en una capa española por las calles de Oviedo y que hasta el momento de su muerte alimentó desde su finca en Barcellina (Valdés) su propia leyenda negándose a beber otro alcohol que no fuese el vino español o la sidra asturiana y colocando un cartel que se hizo popular en los años de la transición en el que prohibía la entrada en su casa a los curas sin sotana y las mujeres con pantalones.

Los que yo conozco ahora son de izquierdas y si usted les pregunta cómo se puede cocer un carlismo republicano le contestarán sin dudarlo que de la misma forma que un socialismo sin lucha de clases? y tienen razón: si el siglo XX fue un cambalache, no vean lo que puede llegar a ser el XXI.

Otras veces les he contado los episodios más conocidos que protagonizaron las partidas legitimistas por nuestras cuencas y he traído a esta página a sus protagonistas, sobre todo a Faes, el más conocido y recordado por sus acciones y su gallardía, que encandilaba a las mozas de La Pasera, pero hoy voy a narrarles la última intentona de sus herederos, que se quedó en eso, más que nada porque se produjo en una época que no le correspondía y cuando la gente ya pensaba en otras cosas.

Todo empezó con el desastre de 1898, tras la pérdida de la España ultramarina y la toma de conciencia de que este país había pasado de golpe desde la división de honor a la tercera. Con la caída de Cuba se puso un punto y aparte en nuestra historia y fueron muchos los que quisieron taponar la hemorragia a su manera. Los militares enterraron a sus muertos, que como ocurre en todas las guerra eran más nuestros que suyos; los escritores lo intentaron adecuando su estilo y su temática a lo que querían leer en aquel momento sus compatriotas; los obreros empezaron a pensar en cambiar el mundo por otros métodos; los políticos hicieron lo de siempre y se pasaron meses culpándose mutuamente; los Borbones no movieron ni una pestaña y los carlistas, en fin, volvieron a lo único que sabían hacer: echarse al monte.

En aquel momento su pretendiente era Carlos María de los Dolores de Borbón y Austria-Este, duque de Madrid, conde de Dicastillo y aspirante a rey con el nombre de Carlos VII. Nieto del primero de los Carlos rebeldes, aquel que tras la muerte de su hermano Fernando VII había iniciado la primera guerra por la sucesión contra su sobrina Isabel II y al que sus partidarios habían bautizado como Carlos V. Un hombre que parecía inasequible al fracaso permanente.

Ya lo había intentado en otras ocasiones: el 2 de Mayo de 1872 quiso aprovechar el caos que se vivía en el país y entró por Vera de Bidasoa para encabezar las partidas que habían levantado sus seguidores; si reinó alguna vez fue en aquella ocasión, sobre los territorios que logró controlar hasta que los alfonsinos lo devolvieron a la frontera. El 27 de febrero de 1876 volvió a sacar brillo a sus charreteras y correteó de nuevo por Navarra, un nuevo fiasco, y por fin en aquel 1900 que recordamos hoy, cuando parecía que su única ambición ya estaba en contar consejas a sus viejos generales en las sobremesas de su exilio, estuvo a punto de volver a la aventura, aunque se quedó en casa porque un puñado de locos sin la autorización de los jefes de su partido se adelantaron en Cataluña a lo que prometía ser un movimiento más amplio.

La cosa la inició el 28 de octubre en Badalona una partida de unos 50 hombres que quiso asaltar el cuartel de la Guardia Civil de la localidad. Los mandaba un joven labrador veterano de la Guerra de Cuba llamado José Torrents y los sublevados se lo tomaron tan en serio que llegaron al lugar uniformados con blusa azul y boina roja y numerosas armas y pertrechos. En su camino desarmaron a un guardia de consumos y luego se dirigieron dando vivas a Carlos VII hasta el emplazamiento de la benemérita, que los recibió a tiros. Torrents murió aquel día y la partida fue disuelta, pero por otras zonas de la montaña catalana y Levante e incluso en algunos puntos aislados de la geografía peninsular hubo pequeños grupos que aguantaron una temporada.

Lo que se conoció después como la «Octubrada» también tuvo su pálido reflejo en nuestras cuencas, donde los carlistas aún mantenían partidarios aislados. En Langreo la Guardia Civil temió que se pudiese repetir lo sucedido en 1874 -precisamente el año de la muerte de Faes- cuando el cabecilla Ángel Rosas había ocupado Sama y la Felguera logrando convencer a grupos de obreros para que se uniesen a su causa, y procedió a registrar las viviendas de quienes se habían implicado en aquellos sucesos, pero aquella era una generación agotada y sus hijos estaban más interesados en defender la huelga que se mantenía aquella semana en el Valle que en pelear por un cambio de corona entre dos miembros de la misma familia.

Por otra parte, los servicios de información no son cosa de ahora. Las autoridades ya conocían los movimientos preparatorios del 28 de octubre y habían movido discretamente algunas tropas e incluso detenido como medida preventiva a algunos carlistas significados, lo que evidencia que las autoridades seguían de cerca todo lo que pasaba. En Asturias los gobernadores civil y militar mandaron elaborar un listado completo de sospechosos que relacionaba unos 800 elementos susceptibles de movilizarse en los concejos de Laviana, Aller, Quirós y Lena, y además recibieron el soplo de que se había convocado para el día 11 de noviembre una reunión en este último concejo para celebrar el santo del pretendiente, aunque el informe hacía la salvedad de que "es extraño, siendo el día 4 su fiesta onomástica".

Finalmente, todo quedó en agua de borrajas, si había en las Cuencas algún comprometido con la conspiración, seguramente se echó atrás al conocer el fracaso de Badalona y ni los registros ni los interrogatorios que se ordenaron en aquellos días sirvieron para probar nada. Carlos VII se quejó más tarde de que la impaciencia de unos y la mala fe de otros habían paralizado los trabajos que tan bien se llevaban para la instauración de su Monarquía. Desde las alturas del partido se pidieron cabezas, y el carlismo entró en una crisis en la que menudearon los abandonos y las acusaciones de traición entre sus integrantes; hubo que renovar sus estructuras completamente, una labor de la que se encargó Matías Barrio Mier quien intentó la renovación potenciando el ascenso de los más jóvenes a los cargos de responsabilidad.

Luego llegó la represión gubernamental que se ejerció principalmente sobre las asociaciones tras las que se parapetaban los tradicionalistas; se cerraron sus revistas y sus editoriales y los militantes más destacados tuvieron que partir al exilio, que muchos ya conocían bien y lejos de España murió también el 18 de julio de 1909 el frustrado Carlos VII, en Varese, la capital de Lombardía, a los 61 años de edad.

Entonces le llegó el turno a un nuevo pretendiente. Ya conocen el gusto de los Borbones por desgastar el santoral y aunque pertenezcan a la rama díscola de la familia siguen cumpliendo esta costumbre. No me invento sus nombres de pila, vean como se llamaba: Jaime Pío Juan Carlos Bienvenido Sansón Pelayo Hermenegildo Recaredo Álvaro Fernando Gonzalo Alfonso María de los Dolores Enrique Luis Roberto Francisco Ramiro José Joaquín Isidro Leandro Miguel Gabriel Rafael Pedro Benito Felipe de Borbón y Borbón-Parma; aunque esperaba reinar simplemente como Jaime III en España reivindicando también de paso la corona francesa.

Con él cambió todo y sus ideas progresistas acabaron dividiendo al carlismo hasta nuestros días, como les explicaba al principio de este artículo. Para que se hagan una idea: se afilió a la CGT francesa y sus partidarios defendieron los estatutos vasco y catalán durante la II República -«me considero y me he considerado siempre como un socialista sincero, en el sentido exacto de la palabra, y nadie podrá negarme que en todo momento he hecho cuanto he podido para conocer las necesidades verdaderas del pueblo», dejó escrito-. Pero en el mundo real del trabajo esos personajes ya olían a polilla y el socialismo se entendía de otra manera: si alguna vez en el mundo rural de la montaña central se habían visto alguna boina roja, el polvo del carbón acabó haciendo que todas fuesen negras.

Una interesante carta del 2002 de Ángel Luis Fernández Meana

Recientemente la redacción de http://partiucarlista.blogia.com/ ha tenido acceso a un documento, que aunque es del año 2002, reproducimos ahora a causa de su interés. Es una carta de Ángel Luis Fernández Meana, histórico militante de la central anarcosindicalista CNT en Uviéu que en su juventud fue militante del Partíu Carlista d’Asturies y de las Fuerzas Activas Revolucionarias Carlistas, en respuesta a una carta de Luis Infante de Amorín publicada el 19 de julio del 2002 en el periódico La Nueva España. En este escrito frente a las falacias integristas que aún perduran pues son divulgadas por sectores ultraderechistas que nunca fueron capaces de aceptar la evolución ideológica de todo un Partido, Ángel Luis Fernández Meana nos proporciona algunos de sus recuerdos acerca del proceso de los Congresos del Pueblo Carlista (1970-1972), proceso en él que él como militante carlista que era si participó a diferencia de otras personas que por mucho que se autoproclamen guardianes de la “Tradición” no son ni nunca fueron militante del Carlismo, es decir del Partido Carlista.

 

 Ún, enun ritu ñiciáticu de pasu de la adolescencia a la dolescencia camentóse nesto de la guerra social con una operación a saltu mata pente’l llume ferruñoso de les faroles urbanites pa dexar emprentao, a golpe de bote kanfor, ente otres nes muries  de les escaleres que anguaño dan  nos focicos de Franco na  Plaza España, el so primer ixuxú que dicía, y tebo diciéndolo bien de tiempu, “Carlos Hugo libertad”.

 

 Corría o, por pintalo más en concencia, galopiaba fincando bien la güella l’añu 68, el del Mayu floridu y hermosu. Con echalu pal destierru a esti Carlos, que daquella representaba la tiesta de la partida carlista n’España –en siendo sicasí el xefe de la “legitimidad proscrita” so pá, Don Javier- el Enán Dictador diba sacando alantre cucia-cucia como siempre fexo “el anterior jefe del Estado” la estratexia -y ésta del destierru yera una, impescindible, de les xugáes- pa dexar proclamao la so socesión na persona de Juan Carlos.

 

 Ün, digo, surdió aquella nuechi a estampar pe les parés esi glayíu, a cuenta ser unu de quienes daquella iguábemos la partía n’Uviéo. Y siéntome perende, en bien de una memoria histórica llimpia y clara,  col saber y poder enforma pa desmentir unes y puntualizar otres de les custiones soscitaes por Luis Infante de Amorín na so lletra del 19 pasáu.

 

 De primeres vamos apurrí’l candil a ver si semos a ver daqué: Carlos Hugo foi, de seguíes de so pá, xefe del Carlismo co la doble lexitimidá, que diz Infante que la custiona naquel. Pero esi ye utru cantar, que haiga danquién que non seya pa con ello. D. Javier en 1972 po la morde que lu atropielló un auto en París el 22 de febrero, unos dís dempués, el 27, únvia a los carlistas mandao pol que, amás de lo del acidente, fai saber que pon plenos poderes nel so fíu “CARLOS HUGO para que dirija y gobierne el Carlismo con la Junta de Gobierno” faciendo reserva de que en casos trascendentales tomarán decisión conxunta entrambos, fíu y pá. Caltengo la nota firmáa y fecháa de puñu y lletra.

 

 Pa negá-i la llexitimidá de “ejercicio” a Carlos Hugo (C. H., diquiá palantre) de Amorín,  que fíncase fiel intérprete de les esencies dotrinales, chá-i en cara l’abandonu destes. Pero resulta que quien da y quita esa llexitimidá y ye soberanu en custión de sencies -como ta mandao y asina i abultaba daquella al Carlismo- ye el Pueblu, nesti casu el Pueblu Carlista. Y resulta que en 1971, a istancies de la Secretaría General de la Comunión Tradicionalista -si de Amorín non lo tien, la Historia tienlo documentáo, y yo tamién y enriba vivío- entámase un procesu de debate y toma de decisiones con base nes Asamblees llocales y depués rexonales, siempre con mandatu imperativu -métodu que honra, como a pocos, al Carlismo- procesu que cristaliza nel  Congresu del Pueblu Carlista en xunu del añu siguiente. Y de resultes surde de la Comunión, el Partido Carlista, que resulta que vien con un pan baxo’l brazu:  la interpretación al día de les so sencies, quier decise la “línea ideológica-política” aprobáa como resultao desi procesu, que pa quien quexo -doi fe po lo que diz a Uviéo y tengo alcordanza indeleble de la primer reunión, na cai Covadonga pa más señes- foi muncho estudiáu, debatíu y sancionáu. Daquí vien lo del socialismo autoxestonariu, de un Congresu del Pueblu Carlista.

 

 Claro que esto pa Infante igual pinta menos que lo que faiga un puñau de señoritingos/es encabezonaos/es nes sencies de la Santa Tradición. Esti garrapiellu de recalcitrantes ven que, con esti Congresu, el Carlismo vuelve por sus fueros a la sencia popular que vio na “legitimidad proscrita” la defensa del fueru de la llibertá, enverde ser la enseña utilizáa po la defensa integrista de más ranciu abolengu del señoríu feudal. Y entós, lo de siempre: rúquen-i la chola al segundón, afalándoi la codicia pa ver si son a facese con un mal rey que llevase al estandiarte. Ye lo que Infante quier colar co lo de que C. H.  “fue repudiado por los carlistas” y lo de que “se le rechazó oficialmente” –¿ónde ta el documentu oficial? que prestaríame velu- “en un movimiento que ... partió de Asturias” “por cierto”, diz nos puntos suspendíos.

 

 Y ye cierto. Partió d’Asturies el movimientu  pa intentar que el Carlismo repudiare a C.H. Y no nel 75, que ya dende’l 71, cuando advirtieron que el referíu procesu congresual ponía en peligru les “esencies”, se venía entamando el “movimiento”. Y partiera de Xixón más concreto, y, pa decilo tóo, ente otros del señor don Rufino Menéndez González, a la sazón ex-jefe regional de la Comunión Tradicionalista (C. T.) del Ppdo. de Asturias, que consigue implicar al daquella ya ex-jefe delegado nacional de la C. T. señor don Manuel Fal Conde que al rodiu d’él camiéntase la conxura, asegún costancia documental histórica, y tamién personal, claro.

 

 Y si non ye po les buenes, como nun fue, pos ármase una en Montejurra “despachando” l’asuntu con dalgún boína “roxu”, como s’armó y se despachó (histórico y perdocumentao).

 

 Pero esi pretendíu rechazu oficial de C. H., y perende apoyu del menorguiáu Sixto, queda en pretensión namás porque, como siempre, la trampa rescampla cuando el propiu de Amorín mos cuenta “entonces, su hermano don Sixto Enrique tomó el título de abanderado de la tradición” . Deónde lu “tomó”. O dióilu danquién. Quién. Ónde. Cómo. Cuándo. A cuentu qué. ¿Ónde ta el documentu oficial? que prestaríame velu.

 

 Y vamos dexalo ahí. Yo de lo que vieno depués non puedo dar fe ni documental nin personal, porque co la base ideolóxica que deprendí daquella –asamblea, mandatu imperativu, socialismu autoxestionariu, federación ibérica de repúbliques socialistas, revolución social, tóo ello basao na llibertá social y comunitaria a la que queda condicináa la individual- di el pasu que non me quedaba otra que dar, pal anarcosindicalismo, en coherencia  de la que tamién me deprendíeron daqué dellos carlistas.

 

 Ente ellos el prisioneru de Dachau -campu de concentración nazi- 156.270, del que en Montejurra del 1974 leyó una fía, ente otres estes pallabres, tamién documentu hestóricu: “...Nuestra unidad ideológica fruto de una gran polémica, análisis y controversia interna, nos permite configurar una doctrina enriquecida con el pensamiento de todos... Por ello, los que desde fuera de la dinámica de unión intentan interpretar, modificar y perturbar esta Línea democráticamente elaborada y aprobada por los militantes del Partido Carlista, se sitúan fuera del Carlismo. Los que intentan esgrimir antiguas fórmulas de compromiso para condenar lo que hoy hacemos y no aceptan las que estamos adquiriendo en estos momentos, traicionan aquellas y éstas. A la inversa, los que discuten en las asambleas populares y se esfuerzan para modificar y perfeccionar la Línea Ideológica, se acostumbran a la tolerancia, crean un hábito democrático y, sobre todo, enriquecen tanto nuestra doctrina como nuestra acción política. A todos los carlistas hago un llamamiento a la solidaridad y a la lucha. A todos os recuerdo que mi hijo el Príncipe Carlos Hugo tiene mi plena confianza y en él tengo delegados los poderes para gobernar el Carlismo junto con el Pueblo Carlista...”

 

 Anda por casa la entrevista que cita Infante, que me la recortó el mi hermanu y compañeru ñiciáticu na nuechi aquella. Non la lleí. Nun corre priesa, po la verdá nun pasa el tiempu. Nun sabo los carlistas asturianos que quedarán agora nin la consideración que tendrán pa Carlos Hugo. Yo, dinastíes aparte, como daquella téngolu por un paisano intelixente, modestu, honestu y honráu. Toi seguru que la mesma empresión que dexó pa más de ún de los compañeros que tebo na mina. Sélo por fíu de mineru. Sí, unu nos que cuayó la “peripecia”.

                                Ángel Luis Fernández Meana

                                En Xixón a los siete dís d’agostu del dosmildos

Disputa en el Campoamor

La Nueva España 

5/Junio/2007

Ernesto CONDE

Leopoldo Alas y el catedrático Guillermo Estrada mantuvieron una controversia en la prensa a propósito del nombre del teatro ovetense


En 1894, don Guillermo Estrada Villaverde, insigne catedrático de la Universidad de Oviedo, carlista notable y respetado ovetense por su integridad y honradez, publicó unas añoranzas de juventud entre las que citaba el viejo teatro del Fontán. Explicaba que la trascendental reforma de 1847, ejecutada bajo la dirección del arquitecto municipal Coello, había sido la mejor posible, aunque insuficiente: «Como el señor Coello no pudo salirse del marco de las cuatro paredes antiguas, el teatro resultaba con forma y sin ella un cuadrilongo molesto para muchos espectadores en los palcos, en vez de tener la forma abierta moderna, que da además gran amplitud al escenario».

Recordaba también que «ostentaba como distintivo en el sitio que después ocupó el reloj (sujeto a tantas intermitencias), un medallón con los cinco bustos pintados de Calderón, Tirso, Lope, Moreto y Moratín; y como la pintura quería imitar mármol o yeso, no parecían sino clowns guillotinados». Pero introdujo a continuación una crítica al recién estrenado teatro Campoamor, en particular el contenido entre paréntesis en el texto original, que va a originar cierta polémica con Leopoldo Alas: «Esto no es decir que aprobemos ni alabemos la elección y ejecución de medallones en el nuevo teatro, incluso el gran medallón central dedicado al poeta Campoamor que le da nombre (aunque nunca compuso nada para la escena) y del cual el moderno realismo más hizo el tipo de un notario que el de un predilecto hijo de Apolo».

El autor de «La Regenta», siendo concejal, había propuesto en 1890 la moción -que fue aprobada por unanimidad- suscrita por él mismo, junto con Buylla, Prieto, Ordóñez y G. Posada, para dar el nombre del poeta lírico «conterráneo» más ilustre. La defendía argumentando que Jovellanos ya titulaba el de Gijón y Bances Candamo era «desconocido de muchos»; dándose además la circunstancia «de que Asturias carecía de autores dramáticos de cierta talla», aunque con cierta finura añadiese, «por más que existan esperanzas fundadas de que no faltarán jóvenes que lleguen a obtenerla».

Puede decirse que don Guillermo Estrada y don Leopoldo Alas eran casi gemelos en el ejemplar comportamiento ciudadano, aunque separados por abismales principios políticos: Estrada era un esforzado carlista que había sufrido persecución y penas de presidio por su decidida militancia; mientras que Clarín se manifestaba como fervoroso republicano, víctima también de contratiempos por sus ideas políticas, sin que por ello menguase su fervor hacia tal sistema de gobierno. Ambos eran compañeros de claustro, catedráticos de la Universidad de Oviedo, y aunque no parece que hubiese especiales lazos de amistad entre ambos, sí mantenían un evidente respeto mutuo. Cuando fallece Guillermo Estrada, Clarín publica en «El Carbayón» una sentida necrología, en la que mostraba en público la gran admiración que sentía por el fallecido.

Sin embargo, no es óbice para que 29 de octubre de 1894, a raíz de la publicación por Estrada del asunto del nombre del teatro Campoamor, Clarín enviase una «Carta al director» de «El Carbayón», corrigiendo a su colega de cátedra. La literalidad del texto sólo está alterada al entrecomillar las palabras en cursiva originales:
«Señor. Director de "El Carbayón".

Mí estimado amigo: espero de su amabilidad que inserte en su popular periódico esta carta, y le anticipo las gracias. El semanario de esta ciudad "Las Libertades" dice en su número de hoy que Campoamor, cuyo nombre lleva nuestro teatro "nunca compuso nada para la escena". Campoamor dio a los teatros de Madrid, que yo sepa, las siguientes obras que yo mismo vi estrenar: "Cuerdos y locos", en verso, estrenada con muy buen éxito, no recuerdo si en Apolo o en "El Circo", de la plaza del Rey. Matilde Díaz era la protagonista. El autor salió a la escena sinnúmero de veces entre grandes aplausos. La crítica elogió mucho esta original comedia, y el señor García Cadena, revistero entonces de mucha fama, vio en "Cuerdos y locos" algo de lo que ahora llaman muchos "nuevos moldes". (V.L. Ilustración Española y Americana)

En el Español vi estrenar "Dies irae" cuadro trágico, "también" de Campoamor y "también" en verso. Tuvo muy buen éxito "también". En "El Circo" asistí al estreno de "Así se escribe la historia", "también" de "Campoamor" y en verso "también". A mi me gustó pero no a las "señoras". Según malas lenguas hubo algo de intriga en este mal éxito. Tengo idea de que Campoamor hizo estrenar otra obra suya titulada "El honor", o cosa así, que no conozco. Tenemos pocas, tres o cuatro obras dramáticas representadas, algunas con muy buen éxito.

Con don Ramón Prieto, y otros que no recuerdo, soy autor de la proposición en virtud de la cual se dio a nuestro nuevo teatro el nombre que lleva, y por eso me decido a rectificar el error de "hecho" en que incurre "Las Libertades".

Lo que no se discutirá, ni con "Las Libertades" ni con nadie, es si hicimos bien o mal en proponer lo que propusimos. Ahora que el teatro ya se llama así no tiene para mí ningún interés una polémica de "críticaÉ" municipal con el discreto y ático propugnador del carlismo, en cuya lealtad espero una espontánea rectificación de su error insignificante.

Soy de Vd. siempre afectísimo amigo y s. q. l. b. l. m.

L. Alas».

Al día siguiente, un lector anónimo del periódico que se identifica como admirador y amigo de Campoamor, corrige a Clarín, agregando otras cinco a las obras ya enumeradas: «Guerra a la guerra», drama basado en la guerra franco-prusiana, representada en el teatro Español de Madrid «con éxito ruidoso». «El palacio de la verdad», también puesta en escena en el mismo teatro Español, con buen éxito. Una obra inédita: «Química conyugal», juguete cómico escrito en Madrid en 1874. Otra obra dramática estrenada en el teatro de la Alhambra en 1885, de la que no recuerda el título. Y la más antigua de todas, «Una mujer generosa», comedia en dos actos, representada en Madrid en 1838. Con este último aporte, las obras de teatro escritas por el poeta de Navia ascendían a nueve.

La respuesta de don Guillermo a «Clarín» aparece el siguiente cuatro de noviembre en el periódico carlista «Las Libertades».
«El señor don L. Alas, con perfecta cortesía, rectifica en "El Carbayón" el paréntesis de una nota nuestra, según la cual Campoamor nunca había compuesto nada para la escena. Damos gran aprecio a que el insigne crítico fije su atención en estos humildes Recuerdos, y así poco cuesta a nuestro amor propio reconocer que Campoamor compuso para la escenaÉ casi nada, sobretodo comparándolo con su fecundidad para otras obras poéticas y no poéticas. De lo que nos dice el señor Alas deducimos además que Campoamor en el teatro solamente logró lo que suele llamarse, con galicismo y todo, un suceso de estima: nosotros deseamos sinceramente un éxito más completo al señor Alas, si como dicen debe obtenerlo ya muy pronto sobre las tablas.

Respecto al nombre del teatro-Campoamor opinamos que es un verdadero pleonasmo. Se comprende el poner nombres a los diferentes teatros que haya en una misma población para distinguirlos; pero aquí, donde probablemente por mucho tiempo, en esta materia estaremos como Barbazul en materia de artillería, nos parece que el teatro-Campoamor debería llamarse lisa y llanamente "el teatro"».
No hubo réplica. Clarín obvió la posibilidad de decirle a Estrada que Oviedo tenía otro teatro, además del Campoamor, porque el del Fontán, aunque en estado lastimoso, seguía funcionando, y que el nombre de Campoamor era necesario porque la ciudad tendría en el futuro nuevos coliseos, que sería preciso identificar con sus propios nombres. Clarín no responde, y eso que don Guillermo le había «soltado», a título de advertencia solapada, mayor fortuna en su próximo estreno de la obra de teatro «Teresa».

Aquí se terminó el breve intercambio de opiniones entre ambos insignes vecinos de Oviedo, no obstante, en beneficio de la postura de don Leopoldo, debemos advertir que don Constantino Suárez, «El Españolito», autor de la inestimable colección titulada «Escritores y artistas asturianos. Índice bio-bibliográfico» -obra totalmente agotada y difícil de conseguir, incluso en librerías de viejo, y cuya reedición debería tener prioridad en el RIDEA- aún pudo citar en tiempo mucho más cercano a nosotros, muy lejos por tanto del momento de la polémica, otras cuatro piezas teatrales: «El castillo de Santa Marina», drama en verso de cinco jornadas, escrita en Madrid en 1838, prologada por T. Rodríguez Rubí; «La fuerza del querer», comedia en tres actos, escrita en Madrid en 1840; «El hijo de todos», comedia escrita y estrenada en Madrid, y por último, «Glorias humanas», comedia en un acto escrita en Madrid en 1885.

Dalgunos pasos pela Cai del Águila

Dalgunos pasos pela Cai del Águila

http://www.lesnoticies.com/index.asp?cod=309&idage=445&te=86&vap=0&acc=hinfo

18 de marzu de 2007

Xuan Bello 

Pásase nun suspiru, la cai del Águila; vengas de la Catedral, cola sombra antigua del aire acompañándote de la mano; vengas de La Gascona, de dalgún de los munchos chigres que per ende hai, pásase ensiguidina, tan curtia ye la cai que custodia, nuna de les sos veres, les muries antigües, doraes pol sol del del olvidu, del monesteriu de les Pelayes. Pásase ensiguida, nun pelaire, y ye un enigma cómo queda la so alcordanza nel corazón. Agora abrieron dalgunos locales -dedicaos a la venta de vinos- pero hasta hai mui pocos años foi lo que siempre fora: un pasadizu que te traía a la Catedral y onde había unes cuantes cases vieyes, en filera, qu'asomeyaben tener la necesidá d'apoyase unes con otres pa tenese en pie.

Yá digo que nun sé por qué perdura nel corazón el tránsitu, tantes veces descuidáu, tantes veces al aldu, d'ún per esta cai. Será, digo por arriesgar, que tien la virtú de los poemes que más me presten, esos que van de lo escuro a lo claro y que tienen, pola so naturaleza harmónica, un llugar na memoria de los homes. Efectivamente, no baxero de la cai hubo en tiempos una puerta na antigua muralla de la ciudá. Ehí, na confluencia con Xovellanos -antañu Campu de la Llana-, inda les lluces busquen abellu nel iviernu nun ñeru abesigu y fríu. Pongamos qu'esa cruz de caminos, tan buxa, ye la entraña humana; namás queda ascender, pasu ente pasu, a la sombra de les muries del monesteriu de les Pelayes, onde güei ta l'Arquivu Históricu d'Asturies y onde a veces se siente, mui apagáu, el cantu gregorianu de les monxes de clausura. (Yo sentí eses voces una nueche del iviernu de la mio adolescencia: nevaba y el silenciu de la nieve apoderábase del mundu. De repente, sucedió. Mentes yo subía, concentráu nos mios remores, tingló una campana y d'ente les muries surdió esti versu antiguu: Cantate Domino canticum novum). Ensiguidina, yá digo, llégase a la plaza de la Catedral, pasando pel Panteón de los Reis, y yá se ta no cimero y solar.

Nesta cai del Águila vivió'l mayor poeta asturianu de tolos tiempos, Xuan María Acebal. La so casa taba onde en tiempos hubo una panadería, «El Molinón», que siguía mandándose d'un fornu qu'inventara él y que yo vi funcionar; ellí el poeta diose a la conspiración carlista con Manuel Fernández de Castro, Don Manolín, l'obispu d'Uviéu que traduciera l'Evanxeliu según San Matéu y punxera n'asturianu, con un llinguaxe exquisitu dignu d'una obra mayor, una bulda que demostraba la virxinidá de María. Equí, nesta casa, compunxo Xuan María Acebal La Fonte de la Fascura, tradució'l Beatus ille d'Horacio y lleó, con muncha atención, la Oda all'Italia de Leopardi enantes d'axeitar el so meyor poema, el Cantar y más cantar. Proclamáronlu, en vida, «Príncipe de los poetas bables» y güei la so casa nun tien nin una triste placa que diga qu'ellí vivió y morrió ún de los meyores autores en llingua asturiana. Lo que yera una panadería acabó siendo una tabierna de vinos: mui escondíu, detrás d'una columna, hai un retratu del poeta. Los primeros dueños, sabedores de la historia de la casa, colocaran prudentemente'l grabáu del poeta nun sitiu preferente; pero'l negociu tuvo diversos trespasos y la última vez qu'entré entrugué a ún de los camareros, señalando'l retratu d'Acebal, que quién yera aquel personaxe.

-Nun sé. Tien pinta de capitán de barcu. ¿Nun-y parez? -contestó poniéndome'l vasu de vinu y un cachín de chorizu con pan.

Hubo un tiempu, enantes de que se tresformara en bar, nel que subía tolos díes d'Alfonso III el Magnu a comprar el pan a la Panadería El Molinón. Atendíenla unes muyeres mui mayores, bisnietes del poeta, arremangaes y faladores. Alcuérdome d'una vez que discutíen con un funcionariu del Ayuntamientu d'Uviéu. Al parecer, les muyeres queríen facer unes obres nel interior y Patrimoniu esixía una inspección en condiciones. Les muyeres, qu'en realidá yá fixeran ensin permisu les obres, intentaben abucharar a aquel probe home. Cuando marchó, una de les muyeres dixo al altu la lleva:

-¡Qué sabrán los arcólogos! ¡Naquella arca de piedra namás había un esqueletu tou comíu! ¿Cómo nun díbemos tiralo too a la basura? ¿Ónde se vio?

Yo miréles ententes y atrevíme a dicir:

-Home, igual yera un sarcófagu medieval...

-Yera una caxa piedra más vieya qu'el muertu que llevaba -contestáronme y añedieron piadoses-: Nun pienses, rezámos-y un rosariu.
En cualquier cai entra'l mundu enteru. Namás hai que detenese casa por casa y escucar los detalles que s'enrieden caprichosamente. D'otros dos establecimientos antiguos me remembro agora: de la xoyería d'Emilio Prado, especializada en llabores d'acebache, y de La Belmontina, ún de los bares más secretos y antiguos del llugar. Na xoyería d'Emilio Padro, una vez qu'entré a comprar unes arracaes, conocí al que me presentaron como ún de los últimos acebacheros d'Uviéu: venía col mineral en bruto nun sacu, que lo picara nuna mina que tenía pa la parte de Caces, y venía a ofrece-ylo al xoyeru por si-y interesaba. Abrió'l sacu y enseñó-ylo: les piedres sueltes, d'un negru profundo y coriscante, brillaron secretes na escuridá. Llevaba como unos venti kilos y quexóse:

-La mina yá nun da, hai que rabuñalo. Sacó mio bisabuelu, sacó mio buelu y sacó mio pá. ¡Menos mal que quedé solteru y nun tengo fíos, que nada diben arrañar d'ehí! -dixo l'acebacheru.

-Con tolo que me lleves vendío, daqué tendrás aforrao -dixo riendo'l xoyeru.

-Esa mina ta más acabada que la del acebache. Lleváronmelo too les muyeres. Les muyeres y el vinu, don Emilio. Menos mal que quedé solteru -repitió l'acebacheru.

A La Belmontina, que queda unos metros más arriba de la xoyería, onde yá la cai del Águila desemboca na lluz, díbemos a tomar vasinos de mistela nos primeros años de la facultá, a mediaos de los años 80; alcuérdome d'una mañana ellí con Vicente Duque, Berta Piñán, Xilberto Llano, Xurde Sierra, Marta Mori y otros cómplices brindando por Li Po, el poeta chinu; constituyéramos una asociación, a la que llamábemos «Aquí yace Virgilio», y teníemos la firme intención de publicar una revista trimestral «d'intervención estética». Alcuérdome que llegamos a publicar dalgunos cartafueyos, que sabe Dios per ónde andarán, y qu'aquella mañana acabó al escurecer cuando yá los caminos vitales d'unos y otros s'enriedaran nel duviellu del suañu. Ye la vida: pásase, yá lo ven, nun suspiru; y ye un enigma cómo va quedando na alcordanza del corazón.

Javier de Borbón, el carlista maldito

Javier de Borbón, el carlista maldito LA NUEVA ESPAÑA. 7/05/2007

Hoy se cumplen 30 años de la muerte del pretendiente al trono de España que apoyó el 18 de julio, fue expulsado por Franco y perseguido por los nazis

Javier de Borbón Parma fue una persona singular. Carlista, ingeniero agrónomo y oficial del Ejército belga, apoyó el 18 de julio, se opuso a la unificación con la Falange y fue expulsado de España. Luchó en la Resistencia francesa y acabó en el campo de exterminio de Dachau. En 1952 se proclamó Rey de España como Javier I y mantuvo vivos los derechos dinásticos hasta abdicar en su hijo Carlos Hugo. Hoy se cumplen 30 años de su muerte en Suiza.

Oviedo
Hoy se cumplen treinta años de la muerte, en la localidad suiza de Chur, de Javier de Borbón Parma, penúltimo pretendiente carlista al torno de España, un personaje poco conocido pero que en su misma biografía explica claves de la historia más reciente de España.

Participó en los preparativos del alzamiento de 1936, presidiendo una junta suprema militar tradicionalista que dará un gran número de armas a los sublevados, siempre en estrecho contacto con los generales José Sanjurjo y Emilio Mola. El 5 de agosto de 1936, el pretendiente carlista al trono de España Alfonso Carlos I le nombra general de división de los Reales Ejércitos.

Alfonso Carlos I falleció al poco, el 28 de septiembre, en Viena, atropellado por un camión. No tenía hijos y se abrió el problema sucesorio. La mayor parte de los carlistas aceptaron a Javier de Borbón Parma, quien se opuso a la unificación de los tradicionalista con la Falange y fue expulsado de España tras entrevistarse con Franco.
Javier de Borbón Parma había nacido en Villa Pianore, cerca de Viareggio, en la región italiana de la Toscana, el 25 de mayo de 1889. Realizó estudios universitarios en París, donde obtuvo el título de ingeniero agrónomo y la licenciatura en Ciencias Políticas. Participó en la I Guerra Mundial como oficial de artillería del Ejército belga. En ese tiempo intercedió, a petición del Papa Benedicto XV, para intentar lograr una paz entre el Imperio austrohúngaro y los aliados, sin éxito.
Aunque contribuyó al 18 de julio, Javier de Borbón fue inmediatamente perseguido por el nuevo régimen, que expropió a los carlistas bienes, locales y periódicos. Ahí se inicia una evolución ideológica de los tradicionalistas hacia posiciones socialistas autogestionarias, llegando incluso a participar en coaliciones de grupos de la oposición al régimen franquista.
El pretendiente se alistó de nuevo en el Ejército belga, como coronel de artillería, tras la invasión nazi del país. Participó en la Resistencia francesa, ocultando a fugitivos franceses en los bosques de su castillo primero y, más tarde, dirigiendo un maquis de unos cien hombres en la región de Allier. Fue detenido el 22 de julio de 1944 y llevado a Vichy. Permaneció un mes en la cárcel que allí tenía la Gestapo. Tras ser condenado a muerte acusado de terrorista, comunista y agente inglés, fue deportado al campo de exterminio de Dachau.
En 1952, ante la persistencia del problema sucesorio, se proclamó Rey de España con el nombre de Javier I y mantuvo su pretensión al trono hasta 1975, fecha de su abdicación. Efectivamente, en febrero de 1972, tras sufrir un grave accidente de tráfico, concedió plenos poderes a su hijo, Carlos Hugo, para dirigir el Partido Carlista, y el 20 de abril de 1975 abdicó en él. Actualmente Carlos Hugo sigue encarnando los derechos dinásticos carlistas al trono de España.

Dos años después falleció en la ciudad suiza de Chur, en el cantón de Graubünden, a los 87 años de edad. Hoy se cumplen treinta años de su muerte.