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PARTÍU CARLISTA: pola defensa de la nuesa tierra

Prensa

Un demócrata que renovó el movimiento carlista

Un demócrata que renovó el movimiento carlista

EL PAÍS 6/Mayo/2007 

D. Carlos Hugo de Borbón Parma

30 AÑOS DE LA MUERTE DE DON JAVIER DE BORBÓN PARMA


Mañana, día 7, se cumplen 30 años de la muerte en Chur, Suiza, de mi padre, don Javier de Borbón Parma, que no pudo celebrar el restablecimiento de la democracia en España que con tanta ansiedad esperaba.

 

Desde muy joven mi padre tuvo una aguda conciencia de su vocación pública, a la que le empujaba su responsabilidad histórica en el marco de nuestra dinastía.

 

Su vida se desarrolló en tiempos turbulentos en los que dos guerras mundiales y dos derivas políticas dramáticas, el nazismo y el estalinismo, convirtieron a Europa en un espacio de desolación y muerte.

 

Esa terrible experiencia la vivió don Javier no como un espectador concernido pero distante y protegido por su condición dinástica sino situándose en su mismo centro, asumiendo los riesgos y los desafíos propios de toda lucha e intentando hacer una obra útil de pacificación y concordia.

 

Su temprana iniciativa para lograr una paz separada entre Austria y los aliados en la Primera Guerra Mundial; su lucha contra el nazismo y su incorporación a la resistencia que acabará llevándole al campo de concentración de Dachau, donde su entereza y su serenidad le ganaron una consideración unánime.

 

Finalmente, sus intentos bien intencionados pero inútiles para evitar la Guerra Civil española, no siempre bien entendidos por sus partidarios, le dejarán un poso de tristeza y frustración, reforzando su voluntad de actuación política.

 

Mi padre fue un hombre de profundas convicciones cristianas que presidieron tanto su vida privada como sobre todo su acción pública, que no concebía como un ejercicio para la conquista y conservación del poder de unos pocos sino como práctica, guiada por la justicia social y puesta al servicio de todos, en particular de los más desvalidos.Esta opción, considerada habitualmente como un componente de la ideología de izquierda, provenía en su caso directamente de su fe religiosa, que él hacía compatible con el ideal de progreso de la modernidad.

 

Estos supuestos se convirtieron en el eje mayor de la transformación del carlismo, cuando después de haber recibido de manos de su tío Alfonso Carlos el liderazgo dinástico consideró que había llegado el momento de actualizar el pensamiento y los valores del movimiento carlista adecuándolos a las condiciones del mundo contemporáneo, aunque manteniéndole fiel a su inspiración fundamental, que no era de naturaleza individualista sino comunitaria.

 

Su alineamiento total e incondicional con las fuerzas que lucharon por el establecimiento de una democracia en España aportó a los organismos que les representaban, de los que la Platajunta fue la más clara expresión, la defensa de la diversidad, la exigencia del pluralismo, la integración de las fuerzas populares y de base, la apelación a la sociedad civil y a los movimientos sociales.

 

Por ello, sin olvidar que la libertad es un acto eminentemente individual, el carlismo renovado la revindica también para los colectivos, tanto en su funcionamiento interno como en su proyección externa.

 

La constitución de la autogestión en eje mayor de nuestra doctrina responde a ese planteamiento al igual que la reivindicación de una convivencia armónica entre las diferentes ideologías y las distintas comunidades de vocación regional y/o nacional que existen dentro de España.

 

Finalmente, don Javier, muy próximo a los problemas del campo y de la tierra -además de politólogo fue ingeniero agrónomo-, acertó a transmitirnos su sentido de responsabilidad por el destino de nuestro planeta y la supervivencia de la humanidad.

 

Como jefe de nuestra familia dinástica, como heredero de mi padre, duque de Madrid y de Parma, y consciente de unos derechos y obligación que me vienen de la historia, quiero agradecer al Diario EL PAÍS la oportunidad que me da en este recuerdo necrológico de reconstruir en estos tiempos de memoria histórica una memoria tan secuestrada y maltratada como la de mi padre, su familia y la corriente de opinión que ha representado y que, dentro de la legalidad vigente, sigue representando.

Muertes paralelas

Muertes paralelas

La Nueva España

Cuencas

27/03/2007

A los historiadores clásicos les gustaba comparar personajes y acontecimientos en el pensamiento de que el destino va repitiendo periódicamente sus designios. Quien llevó esta técnica a su perfección fue Plutarco, autor de «Vidas paralelas», una serie de biografías de personajes ilustres escrita de manera que siempre se comparan un griego y un romano para buscar las semejanzas entre ambas culturas. Del texto original se conservan 23 parejas y cuatro vidas aisladas y su lectura nos sirve para acercarnos al ambiente de la Antigüedad mediterránea.

Cada semana indago en la historia local buscando temas que a ustedes les resulten originales o al menos les sirvan para recordar algún capítulo oculto tras las nieblas de la amnesia cultural que en las últimas décadas lo corroe todo, y el caso es que muchas veces también encuentro acontecimientos y protagonistas de diferentes épocas que parecen destinados a ser escritos sobre las esquinas del mismo papel, de forma que si jugamos a plegarlo no tengan más remedio que encontrarse. Es el caso de hoy, en el que, parafraseando a Plutarco, voy a contarles algo sobre dos «muertes paralelas».

Son las de José Faes, el último cabecilla carlista de las Cuencas, y Adolfo Quintana Castañón, «Quintana», el más conocido de los «fugaos» que se echaron a los montes de Mieres tras la última guerra civil. El primero murió en Villarejo en julio de 1874 y el otro en El Pedroso en agosto de 1950, dos lugares, respectivamente, a derecha e izquierda del puente de Santullano; a ambos los mataron las balas y con cada muerte se cerró una época.

El puente de Santullano fue proyectado en 1788 por el académico Manuel Reguera González -considerado por Jovellanos como el mejor arquitecto que entonces tenía el Principado- y junto al de Olloniego constituyó en su época la obra de mayor envergadura acometida en el trazado de la carretera a Castilla.
Desde su apertura se convirtió en el paso obligado sobre el Caudal y, consecuentemente, en el punto más estratégico del Valle, por ello su historia es intensa y sus pilares han soportado desde entonces el paso de ejércitos franceses, absolutistas, liberales, franquistas y republicanos, tropas regulares y de la Legión, partidas carlistas, mineros revolucionarios y, en fin, de todos aquellos que en los dos últimos siglos decidieron defender con las armas su manera de entender la sociedad. De modo que no es extraño que sobre él, o al lado de sus cepas, se haya derramado mucha sangre.
Un pequeño mito
De Faes ya hemos escrito en otras ocasiones. Fue, como recordarán, un pequeño mito de su tiempo. Valiente y apuesto, llegó a mandar una partida de 200 hombres y sus hazañas crecían cada vez que se contaban, pero le pasó lo que a todo aquel que corre mucho: acabó por tropezar. En 1874 el precio de su cabeza ya valía muchos reales y alguien decidió cobrarlos.

Existen dos versiones sobre su muerte, la oficial cuenta que el 7 de julio de aquel año regresaba de una acción por tierras leonesas donde había cortado las vías del ferrocarril León-Busdongo, cuando fue interceptado en las cercanías de Villarejo por un regimiento liberal que acampaba en Ujo, la cosa se lio y el héroe local fue abatido en el curso del enfrentamiento.
La segunda es más romántica y se contaba en el Mieres decimonónico asegurando que era la que habían presenciado los testigos; decía que Faes volvía aquella tarde después de haber pasado el día en La Villa y tras detenerse a conversar en Santullano con los señores de Gutiérrez -que sin ser abiertamente tradicionalistas simpatizaban con la causa del pretendiente Carlos VII- se adelantó a sus tropas con unos pocos leales. Entonces aún no estaba abierta la carretera a Lillo y era obligado transitar por el camino que serpeaba la montaña hasta Figaredo. Cuando la avanzadilla pasaba bajo Villarejo alguien escondido tras un matorral disparó varios tiros contra el cabecilla, que cayó fulminado desde su caballo. A pesar de que sus hombres le trasladaron con urgencia hasta Figaredo no pudieron evitar su muerte.
Tal vez sea más ajustada la primera interpretación, puesto que sabemos que en la misma jornada fallecieron también sus dos lugartenientes, José María, «El Vizcaíno», y Ramón de Grabelón, pero lo que hoy nos importa es que aquellos disparos supusieron el fin del carlismo en las Cuencas, ya que la partida dirigida desde entonces por Joaquín González, «Xuacu de la Güeria», no llegó a recuperarse nunca.

Tres cuartos de siglo más tarde, en 1950, las dos Españas seguían enfrentadas bajo otras banderas y, aunque la guerra civil era historia, quienes se resistían a aceptar la derrota mantenían la lucha en el monte por su cuenta esperando un milagro que diese la vuelta a la situación. Para aquellos últimos «fugaos» que aún seguían activos en las Cuencas aquel año resultó funesto. Muchos habían dejado ya las armas para marchar al exilio, mientras que las bajas y las caídas constantes iban diezmando a quienes se negaban a abandonar Asturias.
Un maqui viajero
En el Caudal operaba entonces Adolfo Quintana Castañón, «Quintana», al decir de los expertos, uno de los maquis más viajeros de la cornisa cantábrica, que se había desplazado varias veces a Galicia, el País Vasco y Francia para retornar siempre a la clandestinidad y que sin haber protagonizado ninguna acción de importancia era famoso por su audacia. Se comentaba que a veces se presentaba al cierre de las verbenas de los pueblos para tomar unas sidras o requebrar a alguna moza desapareciendo después como un fantasma, e incluso se sabía que cortejaba en Mieres. «Por aquí pasó Quintana», se leía en una butaca del cine Novedades y en algún banco del parque Jovellanos y aunque nadie sabía si en realidad el grabado había salido de su mano, aquello contribuía a aumentar su leyenda.
Quintana se mantuvo activo una década hasta que finalmente fue delatado por dos compañeros detenidos en la frontera francesa que una vez trasladados a Asturias no pudieron soportar las torturas sin relatar dónde estaban sus refugios. La historia nos dice que Barranca y Canor, después de infinitas vejaciones, también murieron aquel invierno en el garrote vil de la cárcel de Oviedo... pero volvamos a lo nuestro.
El caso fue que a mediados de agosto Adolfo Quintana y su compañero Ángel Díaz Diego, «Canario», fueron localizados, cercados y abatidos en una casa de El Pedroso, justo a la entrada del valle de Cuna. Los detalles de la refriega se han publicado en los libros que rememoran la actividad de la guerrilla en la posguerra y están al alcance de los interesados; luego los cadáveres fueron expuestos en la «pedrona», donde los curiosos -niños incluidos- pudieron cerciorarse de que los hechos que corrían de boca en boca eran ciertos.
Como sucedió con Faes, tras la muerte de Quintana su partida empezó a languidecer en el Caudal hasta que su sucesor, Manuel Rubio González, conocido como «el Rubio de la Inverniza» o «el Rubiales», que había heredado el sistema de enlaces y de apoyos, también acabó cayendo bajo las balas dos años después en un encuentro cerca de San Tirso.
Faes y Quintana, populares en su tiempo, defendían dos conceptos de la sociedad totalmente opuestos, pero coincidían en la negación de la derrota y en la fidelidad a unas ideas hasta el punto de perder la vida en su defensa. Fueron distantes en el tiempo pero próximos en la geografía de la muerte. Los dos se sabían temidos por algunos y admirados por otros y jugaban a dejarse ver para disfrutar de su fama. Aunque ambos tuvieron epígonos, sus muertes pusieron el punto final a dos épocas violentas para dejar paso a la política.
Nunca se supo quién mató a Faes ni si fue cierto que alguien cobró la recompensa por su cabeza. Es lo de menos. Los escapularios carlistas no tenían sitio en los consejos de administración. También la pistola de Quintana resultaba anacrónica e incluso molesta para muchos de quienes compartían su ideología, que ya se habían dado cuenta de que la mejor manera de combatir el franquismo era la estrategia político-sindical. Los dos cayeron junto al puente de Santullano y algunos de los que los lloraron en público respiraron con su desaparición.

Antonio de Valbuena, los elogios de Clarín y de fondo Llanes

Antonio de Valbuena, los elogios de Clarín y de fondo Llanes

La Nueva España.

Javier GARCÍA RODRÍGUEZ

24/12/2006

El leonés que polemizó con los autores más destacados de la Restauración, que quiso casarse en Asturias, dejó constancia en «Agua turbia» de sus aventuras amorosas en el Oriente

 
Poco dirá al lector de hoy el nombre de Antonio de Valbuena (1844-1929). Y, sin embargo, entre sus muchas andanzas literarias, el olvidado Valbuena legó a la posteridad una novela, «Agua turbia», cuyos exteriores e interiores son inequívocamente llaniscos. Si siempre la vida tiene mucho que ver con la literatura, en este caso, la novela trata de llevar a cabo una venganza -de papel, si se quiere, pero no por ello menos sangrienta- ante lo que «Melladín de León» (un curioso apodo por una cicatriz de sus años mozos) entendió como un desaire amoroso inaceptable y una afrenta a la seriedad de sus aspiraciones matrimoniales por parte de una jovencita, tras una estancia estival en Llanes invitado por el político local Labra.

Que Antonio de Valbuena dominaba el difícil arte del retrato queda patente en el que hace de sí mismo: «Hijo de una familia noble, y educado en aquellas ideas que hicieron a España grande y poderosa en mejores tiempos, es tradicionalista de raza y tradicionalista de convicción, ardiente y definido partidario del antiguo sistema de gobierno con todas sus instituciones seculares». Aunque con no menos tino y menor condescendencia lo describe Blanco García al referirse a él como «temible satírico, anarquista y reaccionario en una pieza». Lo que sabemos es que nació en Pedrosa del Rey (León) y comenzó a estudiar en el seminario de esa ciudad, donde comenzó a escribir sus primeros versos, de contenido fundamentalmente religioso. Continuó estudios en Madrid y Vitoria, terminando los de Derecho Civil y Canónico. Allí fue elegido presidente de la Juventud Católica, secretario del Club Carlista y director del periódico «La Buena Causa». Su filiación carlista y el tono subversivo de este periódico lo llevaron, tras la definitiva derrota carlista, al destierro francés en 1875. Escritor, periodista, poeta, novelista, cuentista y crítico literario. A su militancia carlista en el orden político unió su filiación católica, tradicionalista y antimodernista en el orden religioso y estético. Llevó sus inquinas personales contra instituciones como la Real Academia Española (en la figura de los académicos y en la crítica a las obras publicadas por esta) y contra posiciones liberales y progresistas (servicio militar obligatorio, regeneracionismo, etcétera).

Su labor como escritor es muy amplia y variada. Escribió para numerosas publicaciones y en todas ellas intenta un proselitismo, un adoctrinamiento en el ideario político, estético, ideológico y literario que defendía. Muy conocido, sobre todo, en su época por los «ripios», término con el que denominó una serie de escritos de crítica literaria publicados originalmente en «El Progreso» en los que analiza y comenta la producción poética de su época, diferenciando a los autores por su pertenencia a una determinada entidad o al estatus social. Con gran éxito editorial y de público, bajo el seudónimo de Venancio González publicó sus series de «ripios», y utilizó también el seudónimo de Miguel de Escalada. Debatió y polemizó con Manuel Cañete, Federico Balart, Menéndez Pelayo (por hacer malos versos y por escribir «Las cien mejores poesías de la lengua castellana», una antología que es, a su juicio, una majadería y una barbaridad), con Cánovas del Castillo (a quien reprocha ser tan mal escritor como político), con Unamuno (criticado por su ideología), con Campoamor (considerado como verdadero poeta, ingenioso y creador de buenos versos, pero reprochable moralmente porque «hay algo insano en sus composiciones. Su filosofía no se resuelve en santidad», con Galdós (por ser genuinamente soso y querer cultivar el chiste; y por ser ateo), o con el modernismo de Rubén Darío (de quien dice que es un autor de cuarta clase). Valbuena aprovecha estos autores y otros para hacer un tipo de crítica moralista, autoritaria, didáctica, política en el sentido más partidista. Su estilo crítico es directo, petulante, deslenguado, un tanto chulesco, exclamativo, militante, castizo, personal y festivo. Este Valbuena, crítico satírico y gramático, llegó a tener tal presencia pública que en la temprana Historia de la Literatura Española de Fitzmaurice-Kelly se le compara con Clarín y llega a decirse: «De extremo a extremo de España no hay escritor alguno (tal vez con la única excepción del discutidor, incorregible y brillante revistero Antonio de Valbuena) que sea más conocido y más temido que Leopoldo AlasÉ».

Leopoldo Alas

Y será este mismo Leopoldo Alas «Clarín» el que se convertirá en defensor de Valbuena, considerándolo un compañero de armas, otro caballero andante de la crítica literaria inmediata y paliquera, aventador de famas espurias y vapuleador de estrellas literarias. De él dirá opiniones tan hiperbólicas y contundentes como esta de 1894: «É podría ser, si se tomara en serio el oficio, uno de los críticos más notables de España. Burla burlando y todo, ha demostrado en sus Ripios Aristocráticos y en una larga y famosa campaña periodística, grandes originales y serios estudios del idioma (este sí tiene genio), conocimientos variados de literatura, un buen gusto verdaderamente excepcional entre nosotros, pues el buen gusto es lo que menos se suele ver por estos críticos de Dios; y además de todo esto, y sobre todo esto, ha probado que sabe escribir con gracia, con soltura; que es un escritor barítico tal como le piden nuestra lengua y nuestra raza. Es muy español en sus chistes y en sus picardigüelas lícitas de autor maleante, y con decir que es muy español, queda dicho que es muy poco académico».

Entre estas relaciones amistosas con Clarín (con enormes enemigos y grandes polémicas de por medio) y sus libros y artículos, encuentra Antonio de Valbuena tiempo y ocasión para pasar todo el verano de 1890 en el Principado y publicar incluso algunos poemas en «El Occidente de Asturias». Según nos cuenta el agustino Manuel Fraile Miguélez, «los llaniscos le tuvieron por huésped una gran temporada "gratia et amore" y agasajándole mucho». Resultado de esa estancia es, según parece, un amor declarado y no correspondido por una hermosa joven mejicana, hija de un indiano rico.

«Agua turbia»

El desprecio de la joven produjo, además del consiguiente cabreo del escritor, una poco sutil venganza en forma de «novela en clave» que se publicó en 1899, «Agua turbia». La novela, sin ser una obra maestra, es bastante digna en su calidad literaria. En su «Historia de la literatura leonesa», Francisco Martínez García escribe que es «su única novela por la estructura, creación coherente de personajes, acción y longitud». Y otros críticos han destacado su capacidad para crear personajes, la habilidad en las descripciones de lugares y personas, el excelente uso del «decorum» horaciano, el conocimiento del idioma, las locuciones castizas, la amenidad de los episodios o la creación de tipos. Y es más importante aun porque leída ahora, más allá de las aviesas intenciones vengativas de su autor para resarcirse del desprecio de la indiana despectiva, y del tópico argumento folletinesco en torno al que se organiza la trama (en la que el padre de la indiana tiene un pasado plagado de acciones delictivas, razón por la que la abandona el protagonista, un conde madrileño), es capaz de ofrecer a los lectores un fiel muestrario de espacios llaniscos y un catálogo detallado de costumbres y fiestas populares. La novela cumple así el propósito de representar la realidad, una realidad filtrada -algo turbia, por tanto- a través de la ficción y de los ardides del despecho. Y hecho esto, Antonio el Valbuena, el escritor humorístico, el crítico satírico y maldiciente, el castigador de autores noveles y consagrados, el amigo de Clarín regresó a León.
 

Dalgunes reflexiones sobre Solidaridat Catalana (1906-2006)

Dalgunes reflexiones sobre Solidaridat Catalana (1906-2006)

Javier Cubero* 02-08-06

Va unos meses recibí una carta del sacerdote xesuita Artur Juncosa, presidente d’ ”Amics de la Història del Carlisme de Catalunya”, invitándome a ún de los actos que con motivu del centenariu de la “Solidaritat Catalana” entamaba esta asociación cultural, nél desendolcóse, nel Atenéu Barcelonés, una interesante mesa redonda na qu’intervinieron l’editor Rafel Borrás, los historiadores Josep M. Solé y Enric Olivé, Enric Pujol (ERC) y el parllamentariu catalán Albert Riera (CIU), el xoven historiador carlista Hèctor Mir, miembru del Consell Nacional del  Partit Carlí de Catalunya, y por último D. Carlos Hugo de Borbón-Parma.

La Solidaritat Catalana de 1906 representa la primer plataforma na que los partíos catalanistes de la época, la Lliga, el Partit Carlí y los republicanos federalistes se van xunir, pa facer llegar con fuerza a Madrid les vindicaciones catalanistes. La Solidaritat Catalana supo espertar la ilusión de numberosos catalanes, algamar importantes éxitos electorales y xenerar un movimientu social al so alrodiu, marcando un antes y un dempués na hestoria del nacionalismu catalán. Esti hitu históricu foi posible gracies a que los dirixentes catalanistes de la época supieron comprender la necesidá d’una aición política conxunta en defensa de Cataluña, dexando a un llau les vieyes rivalidaes partidistes. Tocántenes al entusiasmu qu'esta acertada unidá catalanista despertó na ciudadanía catalana, el parlamentariu carlista asturianu Vázquez de Mella afirmaba en 1907 que la Solidaritat Catalana supiere canalizar “un sentimientu xunitariu nel Pueblu Catalán”.

Anque la Hestoria seya una d’eses ciencies sociales tan poco apreciaes pola sociedá d’anguaño, el recuerdu de quienes tuvieron enantes que nós tien la utilidá de danos a conocer los sos errores y los sos aciertos. Dende va trenta años la historia del asturianismu políticu defínese por una serie de xuniones non mui bien feches y d’escisiones, de llentos averamientos y de rápidos desencuentros, fasta llegar a la situación d’anguaño. Y creo que nun taría de más averáse un pocu a esta hestoria reciente y entrugáse’l porque de tanta inestabilidá política (que tuvo acompangada d’una marxinalidá nun menos significativa), especialmente nestos momentos nos  que tantu se fala de coaliciones.

Tres la ufierta electoral que recibió Andecha Astur de la Mesa de Unidad de los Verdes, féxose publico lo que enantes namái yeren rumores, les conversaciones d’ IAS tanto con AA como con Los Verdes d’Asturies, grupos asturianistes llocales o independientes. Según el comunicáu de 26 de xunetu d’IAS, estes conversaciones teníen por oxetu treslladar la propuesta d’ “una alternativa electoral d’izquierdes, ecoloxista y asturianista”, proponiendo de cara a les próximes eleiciones asturianes la negociación d’un programa electoral común y la búsqueda d’un nome pa la candidatura que seya integrador de los diferentes grupos. Evidentemente tan dándose pasos que podríemos considerar como positivos, pero sin embargu  plantéguense dalgunos interrogantes: ¿Preténdese un simple pactu electoralista y coyuntural o bien aspirase a construyir una plataforma que vaya más allá de la próxima cita electoral y sea capaz d’algamar una incidencia rial na sociedá asturiana? ¿Quierse una coalición llimitada a unos grupos predeterminaos o una plataforma xunitaria qu’ integre a tolos partíos y sectores d’auténticu calter asturianista, ecoloxista y d’ izquierdes? A estes entrugues hai que responder con fechos, no con guapes pallabres.

Polo demás, recuerdo que’l Partíu Carlista tien a recostines unes cuantes décades d’asturianismu, ecoloxismu ya izquierdismu; que nun recibió nenguna invitación a nenguna d’estes conversaciones; y que los carlistes siempre trabayemos con llealtá, honradez y tresparencia al serviciu de la nuesa Patria: Asturies. 

*Artículo publicado en http://www.infoasturies.net/ y www.asturnews.com

*Voceru del Partíu Carlista d'Asturies

* Candidatu en 2004 al Senáu y al Parllamentu Européu. 

Pereda y Asturias. Con ocasión de un centenario

Pereda y Asturias. Con ocasión de un centenario

La Nueva España 

29/Junio/2006

Jerónimo de la hoz


Conmemoramos este año el centenario del fallecimiento de José María de Pereda Sánchez de Porrúa, (Polanco, 1833 - Santander, 1906) novelista cántabro, genial pintor de ambientes marineros y de la montaña cantábrica. Escritor realista y regionalista, tan cercano por su temática a lo asturiano -muchas escenas peredianas podrían ser tan montañesas como asturianas-, sin embargo, paradójicamente, en Asturias existe un cierto desconocimiento de su obra. En la descripción de la vida campesina que realiza en El sabor de la Tierruca podría perfectamente estar representando cualquier aldea preindustrial asturiana, ambientes que hoy casi no reconocemos como propios, dado el tópico de la Asturias minera que ha barrido de la mente colectiva astur otras percepciones del pasado. Hay otros ejemplos, como la narración, en Sotileza, de la histórica galerna del sábado de Gloria, fácilmente localizable en cualquier puerto del Cantábrico y, de hecho, Gijón sufrió otra trágica galerna al poco tiempo. Igualmente, Nubes de estío recrea y critica algunos aspectos del veraneo de la aristocracia mercantil, situaciones similares a las de otras ciudades norteñas de fines de siglo. En cuanto a la descripción de la caza del oso, en un capítulo de Peñas Arriba, ¡es tan asturiana!, como las escenas de romerías o la temática de los indianos.
Sin embargo, su conocimiento de las Asturias de Oviedo fue tardío, a pesar del tan llanisco Porrúa, apellido de su madre, que, por cierto, pasó de niña una temporada interna en Oviedo (un Porrúa, alumno universitario de Clarín es recomendado por Pereda). En el prólogo al libro Por la Montaña (1896), de Pérez Nieva, compara ambas regiones, afirmando que «la Montaña es más guapa que Asturias porque tiene por singular privilegio de Dios sobre cuantas tierras conozco yo de España, y las conozco todas, los valles, esas planicies verdes remendadas de colores de otros tantos cultivos y tan a nivel como una mesa de billar, con el río de sosegado curso, entre dos orillas de rozagante vegetación, y, por fondo mas lejano, la cordillera de altos montes, en cuyas faldas se desparraman aldehuelas, que los animan y decoran... En Asturias falta la llanura y en la llanura el río festoneando y las aldeas. Tiene valles a su modo; valles, que si vale la comparación, son a los de la Montaña lo que una mar ampollada a un lago tranquilo».
Pereda había viajado a Asturias en la primavera de 1885, siendo recibido por Clarín en Oviedo. No se conocían personalmente, aunque se carteaban desde el año anterior, como ha estudiado el profesor Gamallo Fierros. Le enseña su ciudad y la comarca, presentándole al mundo universitario e intelectual. Regresaba Pereda de un viaje con su gran amigo Galdós a Portugal y Galicia, donde en Lugo hicieron una obligada parada para saludar a Gumersindo Laverde y para entregarle un discurso parlamentario del amigo común Menéndez Pelayo, dos astur-montañeses que colaboraron en editar la fallida «Revista Cántabro-Asturiana», (en la que colabora Pereda), que en su prólogo decía significativamente «rota la ilógica división que á los montañeses nos liga á Castilla, sin que seamos, ni nadie nos llame, castellanos, podrá la extensa y riquísima zona cántabro-asturiana formar una entidad tan una y enérgica como la de Cataluña...».
Al llegar a León, Galdós se encaminó a Madrid, tomando Pereda la línea de Asturias por el grandioso Pajares. Su visita a Oviedo, Gijón, Avilés y otras villas le dejó una grata impresión, así como el carácter de los asturianos, según narra en carta a Gumersindo Laverde:
«La gente asturiana me trató mucho mejor de lo que yo merezco. En Oviedo, el claustro universitario entero y verdadero tuvo conmigo atenciones y cariñosas deferencias que no olvidaré jamás; don Másimo y los demás canónigos me trataron en Covadonga a cuerpo de rey; y con todo esto y la belleza del país, hice propósito de volver a Asturias más despacio [...] ¡cuánto contaría a usted con tiempo y humor para ello y, sobre todo, del carácter alegre y hospitalario de los nobilísimos asturianos!.»
Ricardo Gullón en su Biografía de Pereda, recoge otros detalles como los del banquete, «en la fonda de Moteola, con brindis de Clarín, Estrada, Barrio y Mier, Canella y Aramburu, así como el homenaje espontáneo que el pueblo ovetense, que celebraba el Martes del bollu en el Campo San Francisco le hizo al reconocerle y el recital de poesías bables que en su honor improvisó nuestro Teodoro Cuesta». Todo ello, del seguro agrado de Pereda, que, como costumbrista y carlista, defendía las tradiciones y la existencia de un sano regionalismo. Hay que recordar que fue muy apreciado por los literatos catalanes (Oller, Verdaguer, etcétera), siendo invitado protagonista en los «Jocs Florals» de Barcelona, con discurso en catalán incluido.
Las comunicaciones jugaban en contra de estos encuentros personales que, en cualquier caso, solían realizarse en la capital. Pereda mantuvo el contacto epistolar con Palacio Valdés y con Clarín, que, como crítico de la obra perediana desde sus primeras novelas (algo duro en su crítica con El buey suelto, como recuerda José María de Cossío), acertó con su temprana frase, de 1878, «sabrá siempre describir mejor que narrar». Dedicó Clarín, en 1884, una buena crítica a su Pedro Sánchez, motivo del inicio de amistad y correspondencia entre ambos, dado que Pereda se lo agradeció de corazón, en carta de 2 de febrero de 1884. Clarín contesta comunicándole que está escribiendo La Regenta, en la cual un personaje importante, Fermín de Pas, es reflejo de un montañés, el por entonces magistral de la Catedral, luego cardenal, Cos y Macho (precisamente quien impondría la medalla de académico de la Lengua a Pereda años después). La Regenta, a pesar de ciertas polémicas, fue elogiada por Pereda, como recoge Clarín en carta a Galdós, expresándole su satisfacción «con lo que me han dicho de La Regenta, Pereda, Campoamor, Menéndez Pelayo, Armando [Palacio Valdés]...».
El modo de ver el campo de Pereda tiene buenas coincidencias con la visión de Palacio Valdés que, en 1903, publicará su reconocida novela La aldea perdida, con un medio rural idealizado enfrentado con la naciente minería que lo viene a perturbar. Palacio Valdés rememoraba sus paseos madrileños en compañía de Pereda y Galdós y su visita a Santander, en la que el gran anfitrión Pereda lo llevó a visitar a Menéndez Pelayo en su biblioteca. Recordaría posteriormente cómo Pereda «marchaba por la vida viendo el aspecto cómico de los hombres», pero alegre y sin ser sarcástico. Será el propio Palacio Valdés quien precisamente ocupe el sillón vacante en la Academia de la Lengua a la muerte de Pereda, en 1906, recordando muchas de sus vivencias en su discurso de recepción. Clarín ya había fallecido años antes. Creo que Asturias es deudora de este breve recuerdo hacia uno de los novelistas españoles mas reconocidos del siglo XIX.

Carta a La Voz de Asturias. 21/06/2006

Carta a La Voz de Asturias. 21/06/2006

Javier Cubero de Vicente 

Respondiendo a la carta de Antonio Capellán de la Riva aparecida en LA VOZ DE ASTURIAS de 3 de mayo, quisiera hacer unos comentarios: En la VOZ DE ASTURIAS de 5 abril no apareció una noticia titulada “Acebal y el Carlismo” sino un articulo de opinión titulado “Acebal y el Carlismu”. 

En este artículo no se mencionaba a ninguna organización política ni se decía que el acto de 1 de abril era un acto carlista, por lo que resulta curioso cuando no sorprendente la alarma que muestra Antonio Capellán de la Riva con que no se vincule ese acto a su organización. Como militante del Partido Carlista quiero manifestar que coincido  en todo con el articulo del profesor Lluís Xabel Álvarez. El 1 de abril el Partido Carlista sí organizó un acto de homenaje a la memoria del poeta Xuan María Acebal en el cementerio de Oviedo. En el Partido Carlista organizamos nuestros actos como lo consideramos oportuno e invitamos a quien queremos.

Sobre la trayectoria del profesor Lluís Xabel Álvarez, me limitaré a recordar que en la Transición publicó algún articulo en la revista “Esfuerzo Común” vinculada al Partido Carlista. Antonio Capellán de la Riva y sus compañeros “tradicionalistas” podrán tener la interpretación historiográfica que quieran del Carlismo y tal vez autodefinirse como “carlistas”, pero que quede muy claro que el Partido Carlista y sus militantes no comparten absolutamente nada de sus singulares planteamientos ideológicos y  políticos. Y lo que en el Partido Carlista no olvidamos son los asesinatos de Montejurra 76 (cuyo 30ª aniversario hemos recordado el 7 de mayo en nuestro acto anual de Montejurra), cuando los militantes de un Partido Carlista con una línea ideológica de “socialismo autogestionario de inspiración cristiana” ( como bien recordaba un articulo de EL PAÍS de 9 de mayo) fueron agredidos y heridos por pistoleros ultraderechistas italianos, argentinos y españoles,  entre los cuales también figuraban personas que se autodefinían como “tradicionalistas” y “carlistas”, al igual que Antonio Capellán de la Riva.

Por último, no es mi intención mantener ningún tipo de polémica ni con este señor ni con otros de su misma ideología. Si quieren hacer propaganda de su peculiar visión ideológica, están en su derecho, pero que se la paguen.

 

25 de Mayu: otra visión

25 de Mayu: otra visión

La Nueva España

Xuan Xosé Sánchez Vicente

25/5/2006
Algunos asturianos sabrán, sin duda, cuál es el significado histórico del 25 de mayo de 1808. En esa ocasión, y como respuesta a las tropelías napoleónicas, se suceden diversos altercados populares en Uviéu, que tienen como colofón el que la Xunta Xeneral del Principáu, el órgano soberano de Asturies, declara por sí y ante sí la guerra a Francia y envía embajadores a Londres para pedir el auxilio de Inglaterra. El recuerdo de aquella fecha aparece hoy en día ligado a los sectores nacionalistas / asturianistas y es relativamente reciente su escasamente popular conmemoración, desde no más atrás de 1978.

¿Pero cuál fue su significado histórico para las generaciones que sucedieron al hecho? ¿Y qué valor daban a su protagonista institucional, la Xunta Xeneral? Un país desvertebrado y eviscerado, como el nuestro, tiene, por lo general, escasa profundidad de campo en su visión de la historia, que se reduce, si acaso, a las décadas más recientes. En ese sentido, el relato mítico de la izquierda establecería un tiempo de tinieblas, tras el cual se abriría la luz del progreso con la industrialización, el proletariado y las organizaciones obreras. Tras la vuelta a las tinieblas, con la dictadura, se trataría ahora de reemprender aquella marcha truncada. El relato mítico de la derecha postula algo semejante (aunque de manera más vergonzante): tras los tiempos de oprobio y caos del rojerío vendría el orden y la paz establecidos por Franco; el imperio del tiempo presente es dar continuidad a aquella paz escasamente entrópica de la dictadura. Fuera de esos dos frentes no habrían existido otras ideas, propuestas o fórmulas políticas

He señalado varias veces ("Asturies, secuestrada" [1999 y 2005]) que ese discurso reductor tiene tanto de empobrecedor y mentiroso como de interesado. Así, por ejemplo, las organizaciones obreras del ámbito de la II y III Internacionales alcanzan en Asturies escasísimo peso hasta la II República. Valga como muestra el dato de que en el ámbito de la izquierda la formación dominante en los períodos de elecciones libres es durante mucho tiempo el Partido Republicano Federal. Por ejemplo, aún en las elecciones a concejales en Xixón del 12 de abril de 1931, del total de ediles escogidos por el Frente Electoral Republicano Socialista, once son federales y tan sólo tres socialistas. El alcalde es Isidro del Río Rodríguez, un federal, lo mismo que lo había sido otro federal, Alejandro Blanco, en 1873, durante la I República.

Esa ocultación y manipulación de la verdad, compendiando toda la historia en un simple enfrentamiento entre la izquierda (de hoy y siempre) y la derecha (de hoy y siempre también) encubre que la realidad social ha sido más rica; las posturas, más diversas y complejas, y hasta contradictorias, a lo largo del tiempo.

Así, en general, a lo largo del XIX y parte del XX, los grandes defensores de la autonomía, de los "fueros" y de la institución sustentadora de los mismos, la Xunta Xeneral, han sido el mundo tradicional y la derecha, mientras que el campo autodenominado progresista y de izquierdas ha venido representando el jacobinismo centralista, la enemiga frente a las autonomías y los particularismos, la negación misma de que la Xunta Xeneral hubiese tenido alguna autonomía considerable. Veamos a continuación algunas manifestaciones del patriotismo fuerista o institucionalista en el ámbito de la derecha y del tradicionalismo.

Cuando en 1809 el Marqués de la Romana disuelve la Xunta Xeneral, Xovellanos y Camposagrado recurren la decisión, calificando a la institución como "constitución de Asturias", "inviolable", "soberana" y poseedora de "fueros" o "derechos". Esa postura soberanista será derrotada en 1834, con la disolución de la Xunta, a la cual no sólo empuja el Gobierno central, sino una serie de asturianos (como Caveda), partidarios de una organización centralista del Estado. Sin embargo, esa visión no muere en la fecha, pervive casi un siglo en una parte de las derechas asturianas: la que articula sus vivencias y pensamiento político en torno al carlismo, muy notable en nuestro país (además de militar en él escritores como Xuan María Acebal, da señal de su importancia el que cuando Adolfo Posada llega en 1883 a la cátedra universitaria, el 25% de los catedráticos son carlistas); los que configuran un movimiento, más tardíamente, bajo la égida de Vázquez de Mella; los conservadores de la Liga Regionalista de De Las Alas Pumariño y La Voz de Asturias o quienes promovieron la Junta Regionalista, ambas en la década que va de 1910 a 1920.

Naturalmente, todos ellos propugnan una identidad específica de Asturies (que a veces califican de "estado", otras de "nación") en lo político, en lo histórico, en lo cultural y lingüístico, en sus fueros, en su derecho foral. La Xunta Xeneral, obviamente, es considerada como el vehículo orgánico de esa peculiaridad política a lo largo de los siglos y la declaración de guerra de 1808 es tenida como la más insigne manifestación de esa capacidad soberana. Quizás merece la pena apuntar que el manifiesto ideológico de la Junta Regionalista (Doctrina asturianista, 1918, uno de cuyos autores, Álvaro Fernández de Miranda Vives y Ponte -de Grau, naturalmente- es autor de un texto reivindicativo-histórico muy importante, La Junta General del Principado. Bosquejo histórico) propone como lema el de "Asturias libre, regida por sí misma"; el establecimiento de un "pacto o convenio" con el Estado en lo económico ("Debe ser el Estado quien pida a Asturias, no la Región al Gobierno de Madrid"); afirma que todos nuestros males nos vienen de más allá de El Payares y que el enemigo de la prosperidad de nuestro país es "El Estado español centralista" y concluye que en "Asturias deben gobernar los asturianos, y no como hoy los centralistas, políticos a la madrileña".

Termino señalando que una de las personalidades más importantes del siglo XIX en los gobiernos de España, Alejandro Pidal y Mon (del que, por cierto, acaba de publicar un magnífico libro Joaquín Fernández, El Zar de Asturias, 2005), militante en el campo neocatólico y de gran influencia en el Vaticano, tenido desde el campo liberal por uno de los "cocos" del conservadurismo, era defensor de la llingua asturiana, partidario del regionalismo (sostenía que para ser buen español antes hay que ser buen gallego o buen asturiano y que el espíritu nacional no es otra cosa que la suma de los espíritus regionales).

Volvamos a nuestro 25 de mayo en sus palabras: "¿Qué hubiera sido de España -proclama- durante la guerra de la Independencia sin el espíritu regional? Si España hubiese sido una nación pulverizada y aglomerada después, es decir, centralizada a la moderna, hubiera sido deshecha mil veces por la mano de hierro de Napoleón?".

¿Creían ustedes que la derecha asturiana había sido siempre centralista y enemiga del asturiano y de nuestras peculiaridades históricas, culturales y políticas? ¿Pensaban ustedes que estuvo siempre en la genética de la izquierda la defensa de las identidades nacionales y su cultura? ¿Son ustedes nacionalistas / asturianistas y piensan que la defensa de la Xunta y la autonomía es únicamente una demanda progresista o de izquierdas?

El 25 de mayo es una buena ocasión para dar una vuelta a estas cuestiones, más allá del tópico aculturador, de la manipulación interesada o del reduccionismo del catecismo simplificador, manifestaciones todas de una misma cosa: nuestra inmensa alienación como pueblo y como individuos de ese pueblo.

ACEBAL Y EL CARLISMU

ACEBAL Y EL CARLISMU

La Voz de Asturias.

* Lluís Xabel Álvarez

(Catedráticu de Filosofía y Estética)

5/4/2006

El sábadu 1 d’Abril xubimos unos cuantos al cementeriu carbayón. Nun yera por siguir la guía de los mui oviedinos, esto ye, “nun vos preocupar que pase lo que pase acabamos en San Esteban”. Esta vegada queríamos facer esi homenaxe al poeta Xuan María Acebal (1815-1895) que tien pinta de dir afitándose d’añu n’añu. A min tocóme lleer un fragmentu del poema “La fonte de Fascura”: ‘Qué suave qu’ella cuerre! / ¡Qué llimpia surte l’agua!’.

Dempués el gaiteru Marcos Fernández Verdeja tocó un aire solemne y l’estudiante Javier Cubero dio un discursu pequeñu y exautu so los raigaños carlistes del poeta. Bon tiempu en cielu azul y les tumbes cercanes del poeta mierense Teodoro Cuesta y de Eduardo Martínez Torner, el gran musicólogu. Hai que saber munches coses nesta vida pero una d’elles ye que’l poeta Acebal quería muncho al xernu, el caderalgu Guillermo Estrada y qu’esti yera  un personaxe del bandu carlista que cuando la guerra d’entós tuvo cargos nel gobiernu del Pretendiente. Son coses antigües pero non tanto si se sigue la llucha dinástica de la familia carlista tal como apaez nel llibru ‘Don Javier, una vida al servicio de la libertad”, con prólogu de Carlos Hugo de Borbón Parma y escritu pola so hermana María Teresa xunto con Joseph Carles Clemente y Joaquín Cubero Sánchez.

¿Acuérdense de Montejurra y del desfaimientu del carlismu democráticu y autonomista na Santa Transición? Yo acuérdome de ñicios sesenteros de la mio adolescencia, cuando'l mio amigu artista J.Serrano dibuxaba pa mín les nobles tiestes tocaes con boina de la panoplia carlista. Yo ablucaba d’aquella, dao que los Serrano son de Medina del Campo – a desmano de la tierra vasconavarra, ¿non? Y si llego a tener un datu que la mitoloxía española oscurez a posta, abluco tovía más: D.Javier de Borbón y Parma anduvo pel campu d’esterminiu de Dachau, en 1945, y non d’invitáu sinon en calidá de deteníu pola organización criminal  SS. ¿Motivu? Nada, minucies: ser próximu y pariente de los austríacos invadíos y executaos por Hitler; o tamién: dicí-y a Franco a la cara qué’l carlismu nun sofitaría, dempués de la Guerra Civil, un gobiernu de corte nazi-fascista contrariu a la reconciliación, la democracia y los fueros territoriales. Queda en tinteru: hai que recuperar pala ciencia histórica lo que la democracia española débe-y daveres al carlismu.