Blogia
PARTÍU CARLISTA: pola defensa de la nuesa tierra

Hestoria

Cronología del Partido Carlista (1833-2006)

Cronología del Partido Carlista (1833-2006)

1833: Tras la muerte de Fernando VII, se produce el alzamiento de Talavera de la Reina, iniciándose la I Guerra Carlista. Bajo una excusa dinástica se produce el estallido de las tensiones sociales acumuladas tras la bancarrota del Antiguo Régimen.

1834: El Gobierno centralista de Madrid firma el Tratado de la Cuádruple Alianza, obteniendo el apoyo financiero y militar del Reino Unido, Francia y Portugal.

1835. Muerte del general Zumalacárregui, genial organizador del ejercito carlista, en el sitio de Bilbao.

1837: Los ejércitos carlistas llegan hasta las puertas de Madrid en la llamada “Expedición Real”.

1839: Mediante el Abrazo de Vergara finaliza la I Guerra Carlista en Vasconia.

1840: Cabrera y sus tropas se retiran a Francia, finalizando la I Guerra Carlista.

1845: Abdicación de Don Carlos V en su hijo Don Carlos VI, Conde de Montemolín.

1846: Inicio de la II Guerra Carlista en Cataluña, en la cual los carlistas contaran con el apoyo de los primeros grupos republicanos de la historia contemporánea española.

1849: Fin de la II Guerra Carlista, también llamada Guerra de los Matiners.

1855: Levantamientos de campesinos carlistas en Castilla y Aragón contra la Desamortización de Madoz.

1860: Fracasa un golpe de estado en San Carlos de la Rápita.

1861: Fallecimiento de D. Carlos VI, que es sucedido por su hermano D. Juan III.

1868: Don Juan III abdica en su hijo D. Carlos VII.

1871: Importante Congreso Carlista en Vevey, tras el cual se sientan las bases organizativas del PC.

1872: Ante el falseamiento de la elecciones por parte del Gobierno, el Partido Carlista opta por la lucha armada, iniciándose la III Guerra Carlista. En esta guerra los carlistas llegaran a controlar cerca de un tercio del territorio peninsular. Don Carlos VII anula el Decreto de Nueva Planta de Felipe V, reinstaurando los Fueros de los países de la antigua Corona de Aragón.

1873: Importante victoria carlista en Montejurra.

1875: Don Carlos VII jura los Fueros ante el Árbol de Guernica. Es la primera vez que un príncipe jura los Fueros desde el siglo XVI, y desde entonces solo ha vuelto a ocurrir con Don Javier I.  

1876: Don Carlos VII abandona España y finaliza la III Guerra Carlista.

1877: Agitación carlista contra la abolición de los últimos Fueros.

1878: El nuevo Pontífice, León XIII, se dirige a D. Carlos VII, agradeciéndolo sus servicios a la Iglesia.

1879: Don Carlos VII nombra a Cándido Nocedal como su representante en España.

1885: Muerte de Cándido Nocedal.

1888: Expulsión del sector más conservador del Partido Carlista, que liderado por Ramón Nocedal, formara el Partido Integrista. Aparece El Correo Español, portavoz del Partido Carlista hasta su desaparición bajo la dictadura de Primo de Rivera.

1890: Cerralbo es nombrado nuevo Delegado Regio de Don Carlos VII con la misión de reorganizar a los carlistas españoles y crear un partido político adaptado a las nuevas circunstancias de la lucha política.

1897: Se da a conocer el Acta de Loredán, que marca la línea ideológica oficial del partido. Aparece en Pamplona el periódico El Pensamiento Navarro.

1899: Cerralbo es sustituido por Matías Barrio Mier, tras el fracaso de una conspiración carlista contra el decadente Gobierno de la Restauración.

1905: El PC de Cataluña participa en la fundación de Solidaritat Catalana, una coalición formada por republicanos federalistas, nacionalistas catalanes y carlistas.

1907: El PC obtiene catorce actas de diputado y seis de senador. Se funda en Barcelona el Requeté para hacer frente a las agresiones de los “jóvenes bárbaros” del demagogo Lerroux.

1908: En un mitin en Butsenit (Cataluña), Francesc Macià (futuro presidente de la Generalitad republicana y dirigente de ERC) ofrece su espada de militar a la Causa Carlista.

1909: Fallecimiento de Barrio Mier, siendo sustituido por Bartolomé Feliú. Fallecimiento de D. Carlos VII, siendo sucedido por su hijo D. Jaime III. Durante esta época los carlistas serán también llamados jaimistas.

1912: Tras la dimisión de Feliú, Don Jaime decide abolir el cargo de Delegado Regio, al considerarlo inadecuado para un partido político moderno.  Se creará una Junta Suprema, bajo la presidencia de Cerralbo.

1914: Don Jaime se decanta por los Aliados ante la Primera Guerra Mundial, pero el intelectual Vázquez de Mella y el ala conservadora se decantaran por los Imperios Centrales, siendo esta la raíz de la escisión mellista de 1918.

1918: Cerralbo es sustituido al frente de la Junta Suprema por Romualdo Cesáreo Sanz Escartín.

1919: Disolución de la Junta Suprema y expulsión de Mella y del sector más conservador, que formaran el Partido Tradicionalista. Como señal de la nueva modernización que D. Jaime le imprimió al partido se crea el cargo de Secretario General, que será ocupado primero por Pascual Comín, y después, por Luis Hernando de Larramendi. Creación de los Sindicatos Libres en el Ateneo Obrero Legitimista de Barcelona.

1921: José de Selva y Margelina es nombrado nuevo Secretario General del Partido tras la dimisión de Larramendi.

1922: La modernización ideológica continua, centrándose el programa del PC en la construcción de autonomías regionales y municipales mediante un estado federal y la búsqueda de la “justicia económica y social” mediante un socialismo cooperativista humanista de inspiración cristiana.

1924: La dictadura de Primo de Rivera reprime duramente el carlismo, mientras los mellistas o praderistas, y los integristas apoyan al Gobierno.

1931: Don Jaime III saluda con esperanza el nacimiento de la II Republica y poco después fallece. El nuevo Rey será su tío Don Alfonso Carlos I. Se inicia en el Carlismo un giro conservador.

1932: Se constituye una Junta Suprema bajo la presidencia de José de Selva y Margelina. A su muerte, el cargo será ocupado por Rodezno. El Partido Integrista se fusiona con el Carlista, pasándose a formar una nueva organización política bajo el nombre de “Comunión Tradicionalista” (CT).

1933: Conmemoración del Centenario del Carlismo. La CT participa en la coalición electoral TYRE.

1934: Supresión de la Junta Suprema, que será sustituida por una Secretaria General, a cuyo frente estará Fal Conde. Esté, en un acto en Potes declarara que “los pueblos tienen derecho a levantarse contra los tiranos”. Se inician los preparativos para la sublevación carlista contra el Gobierno republicano. El grupo nacionalista catalán “Catalunya Vella” se integra en la CT.

1935: Fal Conde es nombrado nuevo Delegado Regio y se crea el Consejo Nacional de la CT.

1936: El Requeté y parte del Ejercito intentan un golpe de estado que fracasa, tras el cual se inicia una nueva guerra civil. Don Alfonso Carlos I fallece sin descendencia, siendo sustituido al frente del Carlismo por su sobrino D. Javier de Borbón Parma, con el titulo de Regente.  

1937: Franco se hace con el poder dentro de la “España Nacional” e ilegaliza a la CT mediante el “Decreto de Unificación”. La naciente dictadura expropiara al Carlismo todos sus bienes y pasara a perseguirlo duramente.

1940: Se inicia la publicación de la monumental Historia del Tradicionalismo Español de Melchor Ferrer.

1941: La CT se opone al envió de la División Azul.

1942: Atentado de Begoña. Un comando falangista lanza dos bombas contra un acto carlista al que asistía el general Varela, causando 117 heridos.

1943: Entra en España el pretendiente “Carlos VIII” de Habsburgo y Borbón, manipulado por el Franquismo para dividir a las masas carlistas, huérfanas de Rey.

1944: La Gestapo alemana detiene en Francia a D. Javier, por colaborar con la Resistencia francesa. Es condenado a muerte y trasladado al campo de Dachau. Será liberado en 1945.

1947: Reestablecimiento del “Consejo Nacional de la CT”, se inician los primeros pasos para la reconstrucción del Carlismo.

1948: Congreso de la Agrupación de Estudiantes Tradicionalistas (AET): la juventud carlista se reorganiza.  

1950: Unos 275 universitarios carlistas escriben al ministro de Educación exigiéndole libertad de expresión y pensamiento. Don Javier jura los Fueros, ante el Árbol de Guernica.

1952: Don Javier asume la realeza ante un Consejo Nacional celebrado en Barcelona.

1953:  Homenaje de los carlistas vascos en Villarreal de Urrechuna (Guipúzcoa) al bardo carlista José María de Iparraguirre, en conmemoración del centenario del himno “Guernikako Arbola”. Fallece el pretendiente “Carlos VIII”. El llamado “carloctavismo” se desintegra, pasando su ala colaboracionista al franquismo, y su ala antifranquista al Carlismo ortodoxo de Don Javier.

1955: Cese de Fal Conde como Delegado Regio, siendo sustituido por un Secretariado Nacional, presidido por José María Valiente (que fue dirigente de la CEDA durante la II Republica), el cual se intentara acercar al régimen franquista con la llamada “política de intervención”.

1957: Presentación de Don Carlos Hugo, hijo de D. Javier I al Pueblo Carlista en el acto de Montejurra. Se inicia una nueva época en el Carlismo. La revista carlista “Monarquía del Pueblo  ataca en un editorial al sistema capitalista y burgués y denuncia “las mediocres tradiciones de los derechistas”.

1958: Proclamación de la Regencia Nacional y Carlista de Estella (RENACE) por Mauricio de Sivatte (líder del carlismo catalán durante la década de 1940), la cual provoca una escisión en la CT catalana.

1959: Se constituye en Burgos la Hermandad Nacional de Antiguos Combatientes de los Tercios de Requetés.

1960: Aparece la revista Montejurra. Valiente es nombrado nuevo Delegado Regio.

1961: La revista Azada y Asta de la AET se posiciona a favor de una Monarquía Socialista. El acto de Montejurra de este año llega a superar los 50 mil asistentes.

1962: Se produce la escisión de los grupos ultraderechistas instalados dentro del Carlismo desde la II Republica, liderados por Zamanillo y Elías de Tejada.

1963: Fundación en Murcia del Movimiento Obrero Tradicionalista (MOT).

1964: La Secretaria Nacional de la AET pública un “Esquema Doctrinal”, el primero de una larga serie de trabajos para actualizar la doctrina carlista. II Congreso del MOT en Madrid. Se inician en Cabo de Palos (Cartagena) los cursillos de formación para carlistas, organizados por el MOT. Homenaje de la AET vasca a Unamuno.

1965: Fundación de los Grupos de Acción Carlista (GAC) como reacción a la represión de la dictadura franquista. III Congreso del MOT en Madrid.

1966: En el Congreso Carlista, la línea de Valiente es derrotada. A partir de esta asamblea muchas Juntas dejaran de denominarse “Juntas de la CT” para pasar a ser denominadas “Juntas del Carlismo”. Se constituye en Zaragoza la editorial carlista SUCCVM.

1967: La revista regionalista Esfuerzo Común de Aragón se posiciona a favor del Carlismo. Se presentan candidatos carlistas al Tercio Familiar de las Cortes, único espacio del régimen político en el que hay elección popular. Serán los más votados en Navarra y Guipúzcoa.

1968: Cese de Valiente como Delegado Regio. Juan José Palomino es nombrado Presidente de la nueva Junta Suprema. Palomino declara a la prensa con motivo del acto de Montejurra: En cada momento histórico, nosotros hemos estado en vanguardia para reclamar lo que es de justicia para el Pueblo. Y hoy, el pueblo quiere soluciones concretas y modernas a los problemas de hoy. En el momento actual la oligarquía quiere prevalecer sobre el Pueblo, y el Carlismo, con su dinastía y su pueblo, da la cara como siempre lo ha hecho. El Gobierno expulsa de España a la familia Borbón Parma.

1969: Después del acto de Montejurra,  5 mil jóvenes carlistas se concentran en Estella y queman públicamente un retrato de Franco, tras lo cual se producen fuertes enfrentamientos con las fuerzas de orden público que terminan con centenares de detenidos. La prensa extranjera lo define como el acto antifranquista más violento desde la guerra Civil.

1970: Los propietarios legales de El Pensamiento Navarro tras enfrentarse a su autentico propietario, la Junta Regional de Navarra, son expulsados del Carlismo. En el Congreso del Pueblo Carlista reunido en Arbonne (Francia) el integrismo es derrotado y se hacen oficiales a nivel de partido los frutos de la renovación ideológica llevada a cabo por el ala progresista del Carlismo.

1971: El Congreso del Pueblo Carlista decide abandonar “Comunión Tradicionalista” (CT) como denominación oficial del partido y recuperar la histórica de “Partido Carlista” (PC). La Junta Suprema es disuelta y se crea una nueva “Secretaria General” dirigida por José María de Zavala. Valiente es expulsado del Partido Carlista. El Partido Carlista entra en la recién fundada Asamblea de Catalunya, que reúne a toda la oposición democrática catalana.

1972: Consejo de Guerra en Santander contra cinco militantes de los GAC. El Partido Carlista define su proyecto de sociedad como Socialismo Autogestionario.

1975: D. Javier I abdica en su hijo D. Carlos Hugo I . La Hermandad Nacional de Antiguos Combatientes de los Tercios de Requetes y el Partido Carlista reconocen como Rey a D. Carlos Hugo.

1976: A D. Carlos Hugo I se le prohíbe la entrada en España en Barajas a pesar de las promesas de apertura del Gobierno. Comandos paramilitares ultraderechistas vinculados a redes terroristas internacionales, actúan contra los carlistas en Montejurra, con el apoyo financiero y organizativo del Gobierno.

1977: El Gobierno de Suárez se niega a legalizar al Partido Carlista, impidiéndole participar en las llamadas “primeras elecciones democráticas”.  

1978: La dirección federal del PC a pesar del descontento de gran parte de las bases, pide un “SI” critico en el referéndum de la Constitución. Como nefasta consecuencia de esta decisión se produce el traslado de una parte importante de la base social del Carlismo hacia las izquierdas nacionalistas.

1979: El Congreso del Partido Carlista elige como nuevo Secretario General Federal a Mariano Zufía, teniente de alcalde de Pamplona y miembro del Parlamento Navarro. Fracaso del Partido Carlista en las elecciones generales, tras el cual entra en un proceso de descomposición.

1983: El Congreso del Partido Carlista elige como nuevo Secretario General Federal a Enrique Cordero.

1986: El Partido Carlista participa en la fundación de Izquierda Unida y pide el NO en el referéndum de la OTAN.

1987: El Congreso del Partido Carlista elige como nuevo Secretario General Federal a Juan Francisco Martín de Aguilera y decide la salida del Partido Carlista de Izquierda Unida.

1999: Aparece El Federal, nuevo portavoz del Partido Carlista.

2000: El Congreso del Partido Carlista elige como nuevo Secretario General a Evarist Olcina.

2003: El Partido Carlista participa activamente en la oposición a la invasión de Iraq.

2005: El Partido Carlista pide el NO en el referéndum de la Constitución Europea .

Un apunte histórico sobre "La Regenta" de Clarín

Carlos Albéniz.

 

Lo que hoy algunos llaman "cultura española" es un invento de los intelectuales liberales que, a lo largo de los siglos XIX y XX, desmantelaron las culturas tradicionales de las Españas para imponer un engendro aculturizador que apuntalase un sistema económico injusto.

 

Sirva como ejemplo un pasaje de la, por otra parte excelente, citada novela de Leopoldo Alas "Clarín". Uno de sus personajes es Don Francisco de Asís Carraspique, a quien se presenta como "uno de los individuos más importantes de la Junta Carlista de Vetusta", de quien alguien dice que aunque es millonario vive como un miserable. Abundando en esa opinión, se le reprocha haber permitido que una de sus hijas, que había profesado en un convento, se esté muriendo de tísis, por la "humedad e inmundicia" del convento, al que se califica como "pocilga". Otro personaje, el médico Don Robustiano, declara que "ya existen conventos que los construyan en condiciones higiénicas". Alas define la religiosidad de Carraspique como "sincera y profunda" reconociendo que constituía en él "toda una virtud".

 

¿Quiénes eran para Leopoldo Alas los carlistas? Además de Carraspique y sus hijas aparecen en las páginas de "La Regenta", "trabajadores carlistas" que al Magistral, Don Fermín de Pas "respetaban por sacerdote, pero le temían por rico". También dentro del "populacho madrugador" de "canteros, albañiles, zapateros y armeros carlistas".

 

La hija de Carraspique muere de tuberculosis en el convento. El periódico liberal "El Alerta" proclama, probablemente con razón, que la pérdida es debida a "la falta de condiciones higiénicas del edificio miserable que habitan las Salesas" aprovechando para arrimar el ascua a su sardina política.

 

No sé si a Clarín se le pasaría por alto un detalle o quiso que sus lectores lo intuyesen. La tuberculosis, en ese tramo final del siglo XIX en el que transcurre "La Regenta", asolaba los míseros hogares de los obreros. Aquellos obreros, campesinos desgajados del campo por las desamortizaciones, para enriquecer a la burguesía liberal, sucumbían a la enfermedad hacinados en sórdidos habitáculos, tras agotadoras jornadas de trabajo. Rosa Carraspique vivía como esos trabajadores, con lo cual no hacia sino ser consecuente con el Evangelio. Como era consecuente su padre, Don Francisco de Asís, de quien se dice que vivía como un miserable a pesar de su dinero, hecho que se califica de avaricia. Pero también se afirma que "era el mayor contribuyente que tenía en la provincia la soberanía subrepticia de don Carlos VII". El señor Carraspique vivía, en opinión de los burgueses de Vetusta, como un miserable, es decir como el populacho, como los trabajadores carlistas y no carlistas.

Los homes de bronce, una novela con carlistes

Los homes de bronce, una novela con carlistes Los homes de bronce. Xandru Fernández. Ediciones Trabe, Uviéu, 2001, 340 páxines, 12€.

            Quiciabes abulte chocante al llector non avisáu l’entitular d’esti xeitu la reseña d’una novela pero ello tien el so aquél, cuidao que ye una novedá dafechu na hestoria de la lliteratura asturiana qu’ha venceyase de toes toes al procesu de cambéu de paradigma qu’entamaren los integrantes del grupu Conceyu Bable alló pelos años setenta del sieglu pasáu.

            Na lliteratura asturiana (entendiendo y defendendo por tala la escrita en llingua asturiana) anterior a talu procesu, alcontramos dellos autores con militancia carlista: Xuan María Acebal, suegru de Guillermo Estrada y poeta reconocíu na so dómina (fuere calificáu como’l “príncipe de los poetes” n’asturianu) del que de recién fomos sabedores que dalguna de les sos obres teatrales nun foi a perpasar la censura isabelina; Justo Álvarez Amandi, caderalgu de llatín y griegu na Universidá d’Uviéu que tradució parte de la obra d’Horacio al asturianu; el cura Enrique García-Rendueles, encargáu de perfacer l’antoloxía Los Nuevos Bablistas; o l’obiespu Manuel Fernández de Castro, home de sonadía por ser l’impulsor de la Obra del Catecismu n’Uviéu (onde emplegaba l’asturianu con una fin catequética) y por traducir a la llingua asturiana’l Dogma de la Inmaculada y l’Evanxeliu según San Matéu. Sicasí, nun se conoz de nengún novelista carlista (o de dalgún qu’incluyera la temática carlista) n’asturianu.

            Pa ser xustos, hai que conseñar qu’alpenes se conocen exemplos de prosa n’asturianu y menos en formatu novela. Faciendo un poco memoria, taríen los rellatos d’Enriqueta González Rubín (que tamién espublizara una novela per entregues nel periódicu El Faro Asturiano), les traducciones feches por Manuel Fernández de Castro, los cuentos de Pachín de Melás qu’ésti recoyera en Les veyures de Pinón (1909), un catecismu publicáu nel 1916, y una montonera d’artículos, cartes, diálogos y cuentos que pasu ente pasu vamos conociendo por aciu del llabor de recuperación de testos entamáu pola Academia de la Llingua Asturiana. La falta de noveles, poro, ye ablucante, y habrá qu’esperar hasta la fin de la década de los 70 del sieglu XX pa qu’escomencipie a xeneralizase la narrativa en llingua asturiana. Sicasí, tala falta, que choca col usu escritu esistente na dómina medieval (fueros, ordenances, cartes de venta, de donación...), vencéyase al procesu diglósicu que cadez la población asturianofalante y ye a esplicar la inesistencia d’una novelística asturiana, en cuantes que l’emplegu ye a llendase n’esclusiva a lo oral y a determinaos usos escritos.

            Sía como quier, magar puedan conseñase dellos escritores carlistes, la temática de calter carlista ta ausente na lliteratura asturiana escrita (non na lliteratura oral, onde se caltienen coples, cantares, cuentos, lleendes...) masque nesta sí atopemos obres onde se defende a la otra caña de los Borbones y hasta referencies a la contra del carlismu, casu de los versos que Senén Abdón Cabeza dedica al Príncipe d’Asturies y que reproduzo de siguío:

Pero si necesitara

Soldaos que los defiendan...

Bien se vio na francesada!

Y tamién en los seis años

D’esa guerra qu’entamaran

Contra de sos Maxestades

Ysi pueblu de Vizcaya

Cuando aquí farto se sabe

Que naide se soblevara.

(S.A. Cabeza, A les sos Maxestaes y Alteces (1857-1858). Uviéu, ALLA, 1997, p.27)

            Por embargu, na lliteratura castellana fecha n’Asturies sí podemos alcontrar dalguna novela carlista y con carlistes, casu de Guerra sin cuartel, del tamién carlista Ceferino Suárez Bravo. Nesta novela, que criticara enforma Clarín, ún de los protagonistes que tamién da en ser ún de los buenos, pues ye’l que ye a igualo too cuando les coses pinten mal, ye un carlista que fala n’asturianu.

            Ello ye qu’aporten los años setenta, y trés profesores (Lluis Xabel Álvarez, Xosé Lluis García Arias y Xuan Xosé Sánchez Vicente) van facese cargu de la seición Conceyu Bable na revista Asturias Semanal, onde una de les señes d’identidá va ser l’emplegu prosísticu y normal de la llingua asturiana. Tala seición va dar en ser l’orixe del grupu Conceyu Bable y de tou un movimientu asturianista respeuto del que’l carlismu tuvo ayenu hasta apocayá. Conceyu Bable nun sólo defendía que los asturianofalantes ficieran un usu normal del so idioma tomando de la mesma l’espaciu públicu, sinón qu’implicó un cambéu de paradigma qu’escapaba de la subordinación ideolóxica qu’entá ye hexemónica n’Asturies (el corpus ideolóxicu conocíu como covadonguismu). Al empar apruz tou un movimientu lliterariu que, de calter tan exnovo como’l movimientu que lu crea, fai por escapar de caxellos estancos dominaos pola diglosia. Talu movimientu, apellidáu por Sánchez Vicente como’l Surdimientu, ye’l que va permitir lo qu’enxamás esistiere: una novela n’asturianu con carlistes como protagonistes. Porque eso ye, ente otres coses más, la novela que vamos reseñar darréu.

            Los homes de bronce ye una bona obra de la lliteratura asturiana que tien elementos valorables de sobra como pa llendala al fechu mentáu. El so autor, Xandru Fernández (Turón, 1970), ye profesor de Filosofía nun institutu asturianu, columnista nel selmanariu Les Noticies, y en xunto con Xosé Lluis García Arias y Xuan Xosé Sánchez Vicente ún de los ideólogos del asturianismu (ye lletrista del grupu de rock Dixebra). Xandru Fernández pasa por ser ún de los meyores prosistes n’asturianu d’anguaño, y ente la so obra hai que sorrayar títulos como El suañu de los páxaros de sable (premiu Xosefa Xovellanos y onde yá alcontramos referencies populares al carlismu), Les ruines (Ediciones Trabe, 2005) o La banda sonora del paraísu (premiu Narraciones Trabe, 2006).

            El turonés nun ye carlista pero como asturianista convencíu nun reñega de lo propio. Y ente lo propio, por versos a esgaya que lo ñeguen, ta la participación de bien d’asturianos nes carlistaes. Los homes de bronce nun ye una novela carlista, masque sía una obra con carlistes, desenvolviéndose la hestoria metanos del escenariu bélicu que se diera nes cuenques mineres d’Asturies nel sieglu XIX. Asemeyándose a les sagues norteamericanes, na novela entremécense y desenrróllense hestories d’amor y guerra, mesmo que d’amarraces familiares y de clase. La hestoria preséntase como la puesta per escrito de les hestories que cuntara un testigu de los fechos y xira alredor de les vides de Don Diego del Valle, que comanda una partida carlista, y la familia más importante de Poladura, los Martínez de la Vega. Aprucen pente la obra les hestories de fíos bastardos, la violencia de les trés guerres carlistes y los alcuentros amorosiegos ente los distintos personaxes. Metanos d’un escenariu onde lo único que-yos esmuel a los soldaos ye si’l monte va parir boines, los personaxes asítiense nun bandu o n’otru pa saldar les sos cuentes. L’autor nun dexa de facer ceguños a la Hestoria de la qu’introduz socedíos y personaxes hestóricos reales, pero lo importante d’esta obra ye que tamos énte un compendiu de la probitú humana y de la falsedá del idealismu, toos dos bien afitaos sobre’l gran suelu que ye la tradición asturiana, onde lo qu’importa daveres ye la llucha pola dominación y la posesión de les tierres.

            Sía que non, tamos énte una obra bien estructurada, áxil y que déxase lleer, poro, qu’entretién. Mas favor dalu fadríemos si entendiéremos tala novela como una obra hestórica que va enllenar el vaciu no tocante a la hestoria del carlismu n’Asturies. La lliteratura nun ye Hestoria y namás dende la mediocridá y la incapacidá podría defendese talo, y dellos aspeutos de veracidá (sobremanera no que fai a la representación del escenariu ambiental) nun han llevamos a conclusiones enquívoques. Sicasí, de la novela a cencielles podemos ser a esfrutar si lo que mos presta ye la bona lliteratura.

            Nuna obra onde vemos asoceder alcuentros y abandonos una y otra vuelta, la fin tráxica de la hestoria nun mos pue facer escaecer la épica d’unos homes de bronce (¿los carlistes?) qu’en palabres d’Hesiodo reproducíes pol autor al empiezu de la novela son aquellos que

            Vencíos poles sos propies manes, amiyaron al mofosu llar del Hades, ensin dexar un nome sobre la tierra; que, anque yeren esplandentes, tamién los descubrió la negra muerte y abandonaron pa siempres la esplandente lluz del sol.

 

RAFAEL RODRÍGUEZ VALDÉS

Articulo publicado en El Federal, nº 28

 

LA REQUETÉ – SINÉCDOQUE DE EDGAR GONZÁLEZ

LA REQUETÉ – SINÉCDOQUE DE EDGAR GONZÁLEZ

Manuel Martorell

[11.04.2006 14:19]

Hace solo unos días nos dejó Simón Sánchez Montero, histórico líder comunista español. Sánchez Montero conocía y respetaba a los carlistas por una sencilla razón: tuvo que compartir celda en las cárceles franquistas con ellos. Algo parecido pasa con Santiago Carrillo y Dolores Ibarruri “La Pasionaria”, por cierto, esta última de familia carlista, igual que el dirigente del PSUC e impulsor de Cristianos por el Socialismo Alfonso Carlos Comín. Pese a sus posiciones ideológicamente enfrentadas, compartieron con ellos la lucha contra la dictadura franquista. Mucho más lejos fue Jesús Monzón, reorganizador y estratega del PCE entre 1940 y 1945, empeñado en que los carlistas se sumaran a su Unión Nacional contra Franco y la Falange. De esta época son algunos de los informes del maquis que actuaba en Navarra advirtiendo a la dirección del PCE sobre los prejuicios existentes hacia los requetés y considerándoles gentes que se podían atraer al campo de la libertad y el socialismo. Sería interesante comparar estas opiniones del carlismo con la visión simplista que de este complejo movimiento político presenta Edgar González Ruiz en sus artículos por internet ”Requetés y atrocidades del franquismo” y “Los requetés: tradición sanguinaria”, reduciéndolo a un grupo de crueles asesinos, “hipócritas” franquistas, miembros “emblemáticos de la ultraderecha internacional  y responsables en la Guerra Civil de los actos más horribles. 
 

FUERZA NUEVA Y FRANQUISMO


En ambos artículos, para mantener su tesis, echa mano de las actitudes más reaccionarias de un sector del carlismo no representativo de la línea ideológica mayoritaria. Por ejemplo, como prueba  del carácter “hipócrita” de su antifranquismo, según afirma Edgar González, y para demostrar sus vínculos con la extrema derecha, afirma que en las últimas décadas han ido de la mano de Fuerza Nueva. Probablemente Fuerza Nueva  haya podido presentar en Madrid escenografías fantasmagóricas con el uniforme unificado (camisa azul y boina roja) y que en ellas hayan participado algunos carlistas o ex requetés reaccionarios. Pero solamente forma parte del mundo de la imaginación pensar que Fuerza Nueva o la Falange han tenido una presencia significativa en el País Vasco-navarro, Cataluña o las comarcas levantinas situadas entre Tarragona y Valencia, regiones donde el carlismo mantuvo apoyo popular durante el franquismo. Franco, Fuerza Nueva y la Falange podían utilizar los símbolos que quisieran, entre otras razones porque nadie se lo podía impedir, pero eso no quiere decir que lo hicieran con el beneplácito de los requetés y sus herederos. 

Para ver dónde están realmente estos “emblemáticos” integrantes de la “ultraderecha internacional”, más que fijarse en las fantasmadas de Fuerza Nueva en Madrid y otras ciudades castellanas donde el carlismo nunca ha tenido tradición, debiera analizar los cambios sociopolíticos que se han registrado durante las últimas décadas en las citadas “regiones carlistas”, de donde salieron la inmensa mayoría de los requetés que combatieron en la Guerra Civil y, obviamente, los herederos que identifica con Fuerza Nueva y las tramas ultraderechistas internacionales. ¿Cómo explicaría, por ejemplo, Edgar González, que localidades como Echarri Aranaz, Leiza o algunos pueblos guipuzcoanos, feudos del carlismo en los años 30, lo sean hoy de la izquierda abertzale?  ¿Cómo explicar que en muchas localidades de la Navarra Media y Tierra Estella donde la Comunión Tradicionalista acaparaba el 70 por ciento, o más, de los votos sean hoy ayuntamientos de izquierda? No hay más que observar el origen político de las direcciones de todos los partidos de Navarra, desde Batasuna hasta UPN, pasando por socialistas y comunistas, para comprobar que en todos ellos hay ex carlistas o hijos de combatientes carlistas en la Guerra Civil. 

Edgar González, para demostrar la simbiosis de requetés y franquismo, menciona el caso de una personalidad carlista de Burgos, Codón, que, según afirma, quería formar en los años 60 el Tercio del Generalísimo Franco, para, a renglón seguido, decir que el supuesto antifranquismo de los carlistas es una actitud hipócrita. Edgar González no cita, sin embargo, las detenciones entre los años 1939 y 1940 que realiza la policía franquista entre los carlistas de Burgos, especialmente de la AET y de la Asociación Maestros Católicos, a los que acusa de “masones”. Tampoco menciona que  también en Burgos, en los años 60, las Comisiones Obreras estaban dirigidas por carlistas, que en Burgos fueron carlistas los que organizaron el primer acto “tolerado” de CCOO en toda España y que fue un carlista el que encabezó la primera gran marcha de mineros a Madrid. 

¿Qué grado de hipocresía se puede atribuir a los requetés que en los primeros años de la posguerra eran detenidos, humillados cortándoles el pelo al cero y obligándoles a beber aceite de ricino, incluso en presencia del gobernador civil y jefe provincial del Movimiento? Conozco el caso de un oficial de requetés, de uno de estos que Edgar califica de “hipócritas”, que fue despedido de su trabajo, le quitaron su vivienda y le colocaron en la calle con su mujer y tres hijos pequeños, teniendo que ser acogido por otro carlista en su casa. Hay muchos casos más; por esta época, la Comunión Tradicionalista llegó a pensar en instituir la Medalla del Represaliado. Pero el mayor “hipócrita” de todos fue su líder, su rey, Javier de Borbón Parma, expulsado por Franco, detenido en Francia por la Gestapo, condenado a muerte por colaborar con el maquis y enviado a un campo de exterminio (el de Dachau), donde realmente estuvo a punto de morir, hasta que fue liberado en 1945 por tropas norteamericanas. 

Edgar González plantea que los requetés, en definitiva, aceptaron la unión con Falange y pone como muestra de su actitud “hipócrita” respecto al franquismo unas palabras pronunciadas por Franco nada más acabar la guerra, cuando le era totalmente imposible ningunear la aportación bélica de los requetés. Pero una cosa es esto y otra muy distinta es identificar ideológicamente carlismo y franquismo. La mayor parte de los carlistas y de sus dirigentes, con Javier de Borbón Parma y Fal Conde a la cabeza, no aceptaron la unificación. Es cierto que algunos sectores, concretamente la autoproclamada Junta Central de Guerra Carlista de Pamplona, aceptaron al principio la unificación pensando en una integración de fuerzas que nunca se llevó a cabo. Pero ni la jerarquía suprema de la Comunión Tradicionalista -Don Javier, Fal Conde y la Junta Nacional- la aceptaron nunca ni la inmensa mayoría de los tercios de requetés, donde se encontraba el 90 por ciento de los militantes carlistas, lucieron el uniforme mestizo, ni o­ndearon las banderas rojinegras de la Falange. En los tercios donde estaban los verdaderos militantes carlistas, los que se habían embarcado en la aventura del requeté durante los años republicanos añorando las carlistadas del siglo XIX, no funcionó la unificación, como prueban innumerables testimonios. Y en la retaguardia, formada por neocarlistas o carlistas de aluvión, funcionó solo parcialmente y en determinadas zonas. 

En lo que lleva razón Edgar González es que entre 1955 y 1965 hubo un periodo de colaboración entre la Comunión Tradicionalista y el franquismo. Este periodo coincidió con la jefatura nacional de José María Valiente, un político pragmático que sustituyó a las posiciones antifranquistas de Fal Conde. Esta política intentaba adaptarse a los cambios que estaba experimentando en estos años el régimen, algo que hizo cambiar la estrategia a otras fuerzas políticas importantes, como los monárquicos juanistas, los socialistas y los comunistas. Los juanistas, aliados con los socialistas, entablaron conversaciones con Franco para que Juan Carlos de Borbón se pudiera preparar para ser  futuro rey y fue el propio Franco quien lo nombró monarca, con la única oposición -aparte de la izquierda- de los procuradores a Cortes de orientación carlista elegidos por el Tercio Familiar. El Partido Comunista también realizó en este periodo un giro radical en su estrategia, proclamando la política de reconciliación nacional y el aprovechamiento de cauces legales -elecciones sindicales y municipales- para ampliar su política de masas. Aun y todo, la política de Valiente y Zamanillo fue duramente criticada por los carlistas vasconavarros y catalanes, hasta el punto de que Valiente sufrió un atentado cometido por un requeté navarro disfrazado de sacerdote por el que tuvo que ser ingresado en un hospital. 

En este sentido, conviene recordar que el año 1955 Franco declaró al periodista Ismael Herraiz, del diario Arriba, que los carlistas eran “un diminuto grupo de integristas seguidores de un príncipe extranjero, apartados desde la primera hora del Movimiento”. Más claro no lo puede decir: “apartados (por él) desde la primera hora del Movimiento”. Pero aquí igualmente falta a la verdad Franco porque sabía perfectamente que Manuel Fal Conde y sus ayudantes de la Junta Nacional le presentaron el 10 de marzo de 1939 un documento (el Manifiesto de Ideales)  donde se  rechaza su proyecto político de forma explícita, se abomina del partido único -FET y de las JONS- y se insiste en la autonomía política de la Comunión Tradicionalista. Ningún historiador pone en duda hoy que la unificación fue un fiasco y que los pocos carlistas que la aceptaron quedaron desengañados en cuestión de meses. Franco intentó maquillar este rechazo con algunas pinceladas cosméticas, como llevar una Guardia con boina roja o crear unas Cortes Orgánicas supuestamente basadas en el programa tradicionalista. Estas medidas solamente pueden engañar a quien quiera dejarse  engañar. Para los carlistas, la representación en Cortes era elegida por las sociedades intermedias, municipios y regiones históricas, de abajo a arriba; para los franquistas, eran un apéndice del partido único y sus procuradores, elegidos a dedo por el Movimiento Nacional. Los dos sistemas de representación podían parecerse en el nombre, pero ahí acababan las semejanzas. 

REPRESION DEL MOVIMIENTO OBRERO


Se agarra Edgar González a un hierro rosiente por la oferta hecha por un jerarca ultra que no sintonizaba con la línea oficial para afirmar que los carlistas colaboraban con la policía en la represión del movimiento huelguístico minero en Asturias durante los años 60. De nuevo olvida todo lo demás, porque lo desconoce o no le interesa contarlo. De acuerdo con esta interpretación, cuando el príncipe Carlos Hugo estuvo trabajando como minero en Asturias por esta época, debió de hacerlo para infiltrarse en el combativo movimiento obrero asturiano y pasar los informes a la policía franquista. Muy bien lo tuvo que disimular ya que sus compañeros de galería, durante años, fueron a saludarle para agradecerle haber compartido este duro trabajo con ellos. Este gesto fue idea del secretariado político de Carlos Hugo, universitarios de la AET y, entre ellos, un reconocido sindicalista vasco. 

De este núcleo nació en 1963 el Movimiento Obrero Tradicionalista (MOT), que editaba la revista “Vanguardia Obrera”, precedente de la Federación Obrera Socialista (FOS), sindicato que el dirigente del PSOE Enrique Múgica intentó integrar en la UGT. FOS dirigió movimientos huelguísticos sobradamente conocidos en el cinturón industrial de Pamplona, interviniendo de forma destacada en algunos muy sonados, como el de Authi, la actual Volkswagen. ¿Podría explicar Edgar González cómo encaja en su esquema cuadriculado que un ex oficial de requetés, uno de esos “hipócritas”, utilizara su credencial de oficial del Ejército para romper el cerco al que la Policía Nacional sometía a cerca de 2.000 obreros de Authi con una camioneta para llevarles comida en el polígono industrial de Landaben? Su hijo, también carlista, era el más votado y aplaudido en las multitudinarias asambleas de trabajadores, punta de lanza del movimiento obrero navarro, admiración, por su dureza y politización, de todo el movimiento obrero español. 

También debe desconocer Edgar González que carlistas fueron quienes introdujeron el método alemán del cooperativismo en las primeras décadas del siglo XX, que fue Navarra, y lo sigue siendo, el modelo del cooperativismo agrario en el Estado español y que esto fue posible gracias al trabajo de sacerdotes carlistas, muy a pesar del escándalo e irritación de la alta burguesía local.  También debe desconocer que, tras la guerra incivil, los carlistas apoyaron la creación de las Hermandades Obreras de Acción Católica (HOAC) y las Juventudes Obreras Católicas (JOC), ambos movimientos surgidos de Acción Católica, que como muy bien sabrá Edgar González estaba estrechamente vinculada a los tercios de requetés. Como es bien conocido, de estos grupos surgieron movimientos sindicales y organizaciones clandestinas de izquierda. 

Para conocer la actuación de los carlistas en los movimientos huelguísticos, debiera Edgar González fijarse en los informes de los gobernadores civiles en aquellas zonas, como el País Vasco-navarro o Cataluña, donde el carlismo tenía realmente fuerza popular y no en las declaraciones extemporáneas de un individuo sin representatividad. Se sorprendería con los calificativos que, por ejemplo, utiliza no en los años 60 sino en la huelga general de 1951 el gobernador civil de Navarra, comparando a las masas carlistas con los más peligrosos marxistas. Por cierto, hablando de huelgas generales, aunque solamente era cercano al tradicionalismo, es significativa la actitud del capitán general de Barcelona, Bautista Sánchez, durante la huelga de tranvías que ese mismo año colapsó la capital catalana. Bautista Sánchez no era carlista pero había dirigido tercios de requetés y por eso les apreciaba; era un general de ideas conservadoras pero opuesto a la dictadura personal de Franco. Bautista Sánchez recibió la orden de sacar las tropas a la calle porque las fuerzas de la Policía Armada habían quedado totalmente superadas por la amplitud del movimiento huelguístico. Este general, que llevaba con orgullo la boina roja porque admiraba el valor de los requetés, se negó y exigió una orden por escrito de Franco que este no le quiso dar, por lo que, finalmente, el Ejército no salió a reprimir la huelga. Bautista Sánchez murió en un incidente nunca totalmente aclarado y, aunque se aseguró lo contrario, todo el mundo, debido a su enfrentamiento con Franco, pensó que había sido asesinado. 

LOS HORRORES DE LA GUERRA


Edgar González vuelve a enumerar una serie de horrores de la guerra para demostrar la sanguinaria actitud de los requetés; se refiere a estos sucesos como si fueran algo nuevo, como un descubrimiento. Que yo recuerde, fue ya al inicio de la transición, hace 30 años, cuando se comenzaron a publicar este tipo de testimonios con el objetivo de recuperar la memoria de los represaliados, poniéndose inmeditamente a la cabeza los reportajes de la revista Interviú. Gracias a ellos y a la sucesión de obras monográficas que se han editado después, tenemos ahora los horrores de las dos partes. No aporta mucho repetir lo ya publicado, salvo volver a aterrorizar a la sociedad española y reabrir heridas suturadas. Sin embargo, tal es la cantidad de testimonios que se puede realizar el trabajo aún pendiente de acotar las responsabilidades según la adscripción ideológica de los asesinos 

Precísamente de lo que se ha pecado hasta ahora es de generalizar esta responsabilidad, englobando a todos los de un bando con el concepto de “fascistas” o a los del otro con el de “rojos”.  No todas las personas de un grupo político ni todos los grupos políticos actuaron de la misma forma. De hacer caso a las últimas obras sobre la recuperación de la memoria de los represaliados, los requetés no habrían participado en la Guerra Civil porque los testimonios directos y abundantes apenas los citan, proliferando, por el contrario, las referencias a la Falange y la Guardia Civil. No se puede colocar su responsabilidad al mismo nivel, como tampoco se puede responsabilizar de los crímenes cometidos por los piquetes anarquistas al PSOE, Izquierda Republicana o el PCE. Ni siquiera se puede hacer esto con los dirigentes de la CNT, a no ser que se acepten las teorías sobre la “autoría intelectual” de los crímenes. Entonces habría  que justificar también los encarcelamientos de Toni Negri por los crímenes de las Brigadas Rojas o de la Mesa Nacional de Herri Batasuna por los atentados de ETA. Pero Edgar González no entra en este delicado asunto, en este reto histórico; para él todo es más simple, mucho más fácil: basta con meter a todos en el mismo saco; como todos formaban parte del bando franquista, todos son responsables de los crímenes, comenzando por sus dirigentes. 

No es legítimo, desde el punto de vista historiográfico, utilizar hechos parciales no representativos, sobre todo si son falsos, para defender una tesis. En su primer artículo en internet -”Requetés y atrocidades del franquismo”-, Edgar González les responsabilizaba del horripilante suceso ocurrido en Teruel, en el que “la bandera del tercio” había desfilado exhibiendo órganos arrancados a los cuerpos de civiles y milicianos salvajemente asesinados. Ahí confundía los términos “bandera” y “tercio” y, por encima de todo, los términos “tercio de requetés” y “tercio de la legión”. Atribución falsa que él mismo reconoce pero que no le es óbice para afirmar, sin ruborizarse, que los requetés eran tan responsables como los legionarios porque todos estaban en el bando nacional. Reconocido su primer error, comete otro aún más grave, implicando a los requetés en lo que tal vez sea el hecho más espeluznante de toda la guerra: la matanza de Badajoz. Aquí utiliza el argumento de que requetés y falangistas estaban en la retaguardia de la columna de Yagüe. Edgar González vuelve a faltar a la verdad. La columna de Yagüe no llevaba retaguardia; precísamente por eso, como el propio Yagüe explica, aniquila en masa a los milicianos que resistían, porque, según afirma, no podía dejar ese potencial peligro a sus espaldas. Como es bien sabido, su columna no llevaba requetés; estaba compuesta por las banderas de la Legión  1ª, 3ª y 5ª y los tabores de Regulares 1º y 2º de Tetuán y 2º de Ceuta, al mando de los teniente coroneles Asensio, Ronaldo Tella y del comandante Castejón. 

Tampoco podía ir dejando, como insinúa Edgar González sin aportar dato alguno, fuerzas de requetés en calidad de “policía” local por una sencilla razón: en Extremadura prácticamente no había requetés. Los pocos voluntarios carlistas que se presentan no puede intervenir en la provincia de Badajoz porque son de Cáceres, aislada esos días de Badajoz por territorio todavía bajo control de la República y, además, quedan diezmados en Navalperal de Pinares al integrarse en la columna Doval. Los supervivientes, cuando las dos zonas “nacionales” quedaron unidas precísamente por el ascenso hacia el norte de la columna de Yagüe, se incorporan al mando del alférez Coig a las fuerzas de Redondo, que únicamente actúan en Andalucía, especialmente en la zona de Córdoba. Sí hay un dato destacable que relaciona la columna Yagüe con el Requeté; se trata del saqueo de la pañería de Pirizt, jefe carlista de Olivenza, a manos de los moros que le tratan, como a los demás, de “estar comunista”. 

Y hablando de Extremadura, tal vez Edgar González conozca y silencie -ya que en sus artículos intercambia hechos anteriores, contemporáneos y posteriores a la guerra- la actuación de uno de los más destacados curas requetés, implicado en los preparativos de la sublevación y él mismo combatiente requeté: Ambrosio Eransus, que sería en la posguerra párroco de Pozoblanco. En esta localidad extremeña le recuerdan bien. Pistola en mano detuvo, bajo amenaza de matarle, a un mando de la Guardia Civil que llegó a este pueblo en 1942 con una lista de “rojos” para fusilarlos cuando se dedicaba a limpiar la zona de guerrilleros. Los potentados le acusaban de “socialista” porque en sus sermones pedía que se pagara justamente a los jornaleros y el maquis, con los que se topó en alguna ocasión, le respetaban por ello. En Pozoblanco guardan un nítido recuerdo de este “hipócrita” perteneciente a la “ultraderecha internacional” y los testimonios de sus vecinos permanecen para corroborarlo. Sí lleva razón Edgar en que en Badajoz y con Yagüe había falangistas; él propio general lo era y de la tendencia más radical en su dirección, opuesto a hacer concesión alguna a los carlistas. Difícilmente  podía dejar Yagüe en manos de unos requetés que no existían los pueblos que iba ocupando en su avance hacia el norte. Yagüe llegó a decir a los dirigentes falangistas Dionisio Ridruejo y Alcázar de Velasco que la orden concreta para comenzar la carnicería en Badajoz la dio otro mando de la Falange llamado Arcadio Carrasco. 

NAVARRA Y CATALUÑA


Edgar González utiliza reiteradamente estos horrores de la guerra para justificar su tesis, dejando de lado, intencionadamente o no, todos aquellos que la ponen en cuestión. Eso es exactamente lo que ocurre con las referencias a esa ingente obra documental que es “Navarra 1936: de la esperanza al terror”, editada por Altaffaylla. No puede haber obra más completa y detallada sobre los crímenes cometidos en Navarra, principal bastión del carlismo. Edgar González cita algunos sucesos, como los de Allo y Lerín, y podía haber citado muchos más en los que se menciona a los requetés, pero solamente se queda con la parte que le interesa. Si Edgar González hubiera analizado en profundidad esta encomiable obra, habría apercibido que en la mayor parte de las localidades y comarcas de dominio carlista no hubo asesinatos y, si los hubo, fueron excepcionales. Sería aburrido para el lector citar pueblo por pueblo, valle por valle, pero resumiendo los testimonios en los que se menciona expresamente la filiación política de los piquetes de ejecución y no se usa el término generalizante de “fascistas”, de 83 localidades, en 35 aparecen requetés y en 48 falangistas. Para entender en su exacta medida estos datos, hay que tener en cuenta otro: la Falange en 1936 en Navarra era poco menos que un grupo de nuevos amigos, mientras que el carlismo llevaba un siglo de hegemonía política en buena parte de este territorio, alcanzando en casi todas las elecciones mayoría cualificada. Es obvio que, si, como pretende Edgar González, el requeté hubiera extendido su manto de terror por Navarra la práctica totalidad de los testimonios citarían la intervención de los requetés y eso no ocurre. Eso es lo que, por el contrario, sí sucede cuando se hace la estadística de los casos en los que alguien sale en defensa de las personas que figuran en listas para ser ejecutadas; todos, salvo los de Aibar y Ayegui, están protagonizados por jefes locales o sacerdotes carlistas. 

Edgar González podrá utilizar todos los casos que cita Altaffaylla, pero, entonces, se verá confrontado con los que invalidan sus planteamientos. Un caso que evidencia su método de saltar de un caso particular a una conducta general es el de una violación cometida, supuestamente, por un requeté en Cataluña. Eso le sirve para insinuar que las violaciones cometidas  por los moros musulmanes en Cataluña en realidad fueron obra de los católicos requetés. Como gran prueba de lo ocurrido dice que la víctima conservaba un diente de oro cuando los moros tenían por costumbre  arrancarlos. Tal prueba documental no necesita ningún comentario, se desacredita por sí misma. Hasta Franco reconoció que dentro de las fuerzas a su mando había unos que ocupaban Cataluña “en plan conquista” y otros exigiendo respeto a los lugareños. La actuación de la Columna falangista de Sagardia en la provincia de Lérida y los informes internos de la Falange denunciando la alianza de carlistas, separatistas, banqueros e industriales catalanes para reinstaurar la autonomía no dejan lugar a dudas de quién actuaba de una forma y de otra.  

La misma táctica de tomar la parte por el todo, como en la sinécdoque literaria, utiliza Edgar González al insinuar que era práctica común en los tercios de requetés el uso de niños en los combates y para demostrarlo pone un ejemplo que será cierto, pero a buen seguro que  excepcional: el de un niño de 13 años. Sí es verdad que en algunos tercios se admitieron voluntarios de 16 años, pero también lo es que muchos de estos voluntarios fueron rechazados y devueltos a sus familias, a veces con la intervención de la Guardia Civil. Decir que los tercios de requetés hacían intevenir a los “pelayos” en los combates es de una bajeza inigualable, aunque haya algún caso excepcional que confirme la regla. Edgar González podría leerse el capítulo dedicado a la Guerra Civil en “Pretérito Imperfecto”, autobiografía del prestigioso y progresista psiquiatra andaluz Carlos Castilla del Pino, que fue “pelayo” en los primeros meses del conflicto. Se llevará muchas sorpresas. 

SOBRE DEL BURGO


Otra de las pruebas demostrativas del carácter sanguinario de los jefes del requeté es la referencia que hace al “pistolero” Jaime del Burgo. Es un caso especialmente significativo porque como gran prueba documental usa el testimonio indirecto de Inza, recogido en la séptima edición de “Navarra 1936: de la esperanza al terror” sobre la muerte de una persona, al que Edgar apoda frívolamente “El Lozano”. Edgar presenta los hechos como un asesinato a sangre fría, cuando esa persona es alcanzada por disparos de requetés cuando echa a correr al darle el alto y en un momento de gran tensión porque todavía había tiroteos. Esa persona no tenía ningún apodo referente a sus atributos físicos; sencillamente se apellidaba Lozano, Tomás Lozano; tenía 36 años y tampoco murió en ese momento. Resultó herido y fue trasladado a la Casa de Socorro; al comprobar la gravedad de la herida, fue ingresado en el Hospital Provincial, donde murió varias horas después. Si realmente querían asesinarlo, ¿por qué intentan salvarle la vida? Sobre la implicación de Del Burgo, Inza señala que “era de dominio público” en Pamplona. Si tan conocida era su participación y siendo tan significada la personalidad de Del Burgo, señalada en esta obra como uno de los máximos responsables de la represión, sorprende que no aparezca en las primeras ediciones, pese al carácter exhaustivo que tiene este trabajo en cuanto a la reprodución de testimonios, hechos y lugares. Igualmente presenta dudas que Inza localice el incidente en la calle Aralar cuando realmente ocurrió junto al Pasadizo de la Jacoba, en las proximidades de la Plaza del Castillo, justo en la otra punta de Pamplona, y que los disparos se hicieran, como se puede leer en la prensa del día siguiente, “a última hora de la tarde”, que en estas fechas de julio está entre las 9 y las 10 de la noche. Para entonces, la compañía que mandaba Del Burgo llevaba varias horas concentrada, haciendo ejercicios de orden cerrado y recibiendo instrucciones porque estaban a punto, si no lo habían hecho ya, de subirse a los camiones que formarían la columna García Escámez hacia Madrid.  

Del Burgo, mientras vivió, dijo una y otra vez a quien le quiso oir que no había matado a nadie fuera del campo de batalla y mucho menos en Pamplona. Sí fue amonestado por el coronel Bautista Sánchez por admitir en su tercio a prisioneros nacionalistas, uno de los cuales le salvó la vida, arriesgando la suya,  cuando cayó gravemente herido, al rescatarle de una zona batida. Edgar califica de “pistolero” a Del Burgo. Si  era un “pistolero”  ¿por qué ni siquiera denunció a Jesús Monzón y Juan Arrastia, máximos dirigentes comunistas de Pamplona, cuando les vio esconderse el 19 de julio en una casa? Guardó silencio durante toda la guerra y lo mismo hizo con dos jóvenes izquierdistas que le insultaron cuando se dirigía a la concentración de los voluntarios carlistas en la Plaza del Castillo. Más tarde incorporaría a estos dos jóvenes a su compañía para evitar que fueran detenidos. Del Burgo nunca negó que, antes de la guerra en los duros años de la II República, utilizara la pistola pero también decía que los carlistas no eran los únicos en usarlas en esos años de plomo. 

Del Burgo no solamente protestó “de boquilla” contra el bombardeo de Guernica, como parece insinuar Edgar González en su artículo. Se enfrentó violentamente a un coronel que aprobaba esa acción de castigo al pueblo vasco cogiéndole por las solapas y mentándole a su madre; habrían terminado a tortas de no intervenir un oficial del Estado Mayor. Después, ordenó a sus requetés que, con mosquetones y bombas de mano, formaran un cordón de seguridad en torno al Arbol Sagrado y a la Sala de Juntas porque tenía informaciones de que falangistas de la columna Sagardia se dirigían a la Villa Foral para cortarlo con hachas, tal y como años más tarde reconoció el falangista que iba al mando de la expedición fascista. 

OLAECHEA, LARRAMENDI, PIO BAROJA


También parece desconocer Edgar González todo sobre Marcelino Olaechea, obispo de Pamplona.  Olaechea tanto durante la guerra como inmeditamente después fue un aliado de los carlistas porque tenían como enemigo común el régimen falangista. Se conoce que mantenía estrechas relaciones con Joaquín Baleztena, jefe regional de la Comunión Tradicionalista, y que participó en la formación de la Hermandad de Caballeros Voluntarios de la Cruz, primera tapadera legal de esa organización colocada fuera de la ley por el decreto de unificación del 19 de abril de 1937 -no del 20 de abril como confunde Edgar-. Exactamente, como dice Edgar, Olaechea se opuso a los asesinatos indiscriminados y citó expresamente el caso de las venganzas cuando moría un combatiente carlista en el frente. Pero, como hace a lo largo de los trabajos que publica, oculta o desconoce lo demás. Es muy significativo el caso de Muruzábal, alcalde de San Martín de Unx y destacado carlista. Su hijo fue el primer requeté muerto en la guerra. Un piquete falangista subió desde Tafalla a San Martín de Unx para vengar su muerte llevándose a varios “rojos” que estaban en el pueblo. El alcalde, pese a estar llorando aún la pérdida de su hijo, les impidió que se llevaran a nadie. En San Martín y en muchos pueblos de Navarra hay casos semejantes, muchos de ellos citados en la obra de Altaffaylla. Lo que no dice Edgar y es bien conocido es que Joaquín Baleztena, jefe regional carlista, publicó en El Pensamiento Navarro, en página y lugar destacado, el día 24 de julio una nota contra las ejecuciones, lo cual, indudablemente, debió de influir en la actitud de muchos jefes locales carlistas. 

Igualmente desconoce las peculiares características de la figura de Hernando de Larramendi, a quien responsabiliza de publicar unos “panfletos” pero olvida que su obra “El sistema tradicional”, escrita en febrero de 1937, fue prohibida por el franquismo y no se pudo editar hasta 1952 y bajo el rocambolesco título, con el objeto de sortear la censura, de “Cristiandad, Tradición, Realeza”. Levantar una empresa como la compañía de seguros Mapfre, obra de Larramendi, será un delito social, como Edgar insinúa, dependiendo de si se hace explotando injustamente a los trabajadores. Larramendi solía decir que él mismo tuvo que buscar entre los trabajadores de la empresa a los más anarquistas porque de nadie surgía crear un sindicato que sirviera de interlocutor en los asuntos laborales. 

Hernando de Larramendi realmente era un empresario especial. Para empezar salvó la vida en San Sebastián, al fracasar el golpe militar en la capital donostiarra, por la intercesión de sindicalistas de izquierda que le avalaron precísamente por el compromiso social que le distinguía. La empresa creada por Larramendi colaboró estrechamente con el proyecto del sacerdote José María Arizmendarrieta, con quien tenía gran amistad, creador de las cooperativas de Mondragón, emporio económico internacional del que se sienten orgullosos todos los partidos nacionalistas vascos, sin que a nadie se le ocurra vincularlo con una internacional política, como insinúa Edgar en sus escritos. Larramendi no dejaba en manos de mandos intermedios comunicar decisiones duras, como los despidos; prohibió que sus familiares, hasta el tercer grado, ocuparan cargos y cobraran sueldos en la empresa y, en vez de dejar su amasada fortuna a sus hijos, la entregó a la Fundación de la que Edgar habla y que está realizando una destacada aportación al avance de los estudios e investigaciones históricas sobre el carlismo. 

Edgar González, en su afán por recordarnos lo ya sabido, dice que los requetés amenazaron de muerte a Pío Baroja. Es cierto porque así se reconoce en los numerosos libros que hablan de este incidente, tan cierto como que también fueron los requetés quienes le dejaron marchar y cruzar la frontera.  Algo de eso sabe Luis Javier Andrada Vanderwillde, miembro de la familia Barraut, cuyos miembros combatieron bajo las banderas de Carlos VII y que estaba allí cuando ocurrió el incidente. También es conocido que Pío Baroja tenía una visión negativa del carlismo pero comprendía su complejidad ideológica, muy alejada de los esquemas reduccionistas presentados por Edgar González. Algo parecido se puede decir de la interpretación que hacía del carlismo Miguel de Unamuno, que reconocía su carácter profundamente popular y potencialmente socialista, algo que, por su parte, Ramón María del Valle-Inclán idealizaba literariamente. Por eso Valle-Inclán recibió y llevó, él y sus herederos, con orgullo la Medalla de la Legitimidad Proscrita, galardón otorgado por la dinastía carlista en reconocimiento a las personas especialmente significadas con esta causa.  

LA RELIGION DE LOS REQUETES


En lo que sí lleva razón Edgar González es en presentar a los requetés como profundamente religiosos. Pero ¿se puede considerar esto un delito? Creo que resulta a estas alturas difícil de rebatir que uno de los grandes errores de la República fue atacar a la religión sin tener en cuenta que los valores religiosos todabía estaban muy arraigados en importantes zonas rurales de España. Tan cierto es que buena parte de los requetés salieron a la guerra fundamentalmente para defender a la religión como que si hubieran sabido que el resultado iba a ser una dictadura fascista no se habrían presentado voluntarios. Era de común asentimiento entre ellos que si se hubiera dejado en paz a la Iglesia, España todavía seguiría siendo una República porque los requetés no habrían salido a combatir y, sin ellos, el golpe militar no tenía ningún futuro. 

Profundamente católicos, hacían ostentanción de ello y, sobre todo, antes de ir al encuentro con la muerte, rezaban y comulgaban, como muy bien destaca Edgar González; supongo que antes de lanzarse al asalto de   unas trincheras defendidas con fusiles, ametralladoras, bombas de mano, morteros y piezas de artillería, estos hombres necesitarían muchas dosis de valor. Si los requetés se distinguieron por ello fue porque tenían este profundo bagaje moral. Estos rituales,  que para Edgar González tienen claras connotaciones peyorativas y sanguinarias, no eran muy distintos de las arengas con las que los comisarios políticos animaban a los milicianos comunistas o anarquistas para infundirles un valor más que necesario en unos momentos que podían ser los últimos de su vida. Para Edgar González, la misa, la comunión o el rosario pueden ser actos aberrantes directamente relacionados con la “internacional ultraderechista”; para estos requetés, muchos de ellos sencillos campesinos, era el acto más normal en la inalterable cotidianeidad de la Navarra Media. Identificar esto con una supuesta actitud sanguinaria es un insulto a la inteligencia. 

Hay que mirar con lupa la obra de Juan de Iturralde “El catolicismo y la cruzada de Franco” para encontrar la frase con la que Edgar resume toda una obra: “Lo que hicieron los requetés en más de un caso es espantoso. Es difícil que nadie les lleve la palma en esto de hacer sufrir al prójimo con variedad de modos”. Quien lea este libro, no se llevará esa impresión porque prácticamente no se refiere a la participación de los requetés en actos represivos. La obra no va de eso; se concentra en establecer la relación de la religión con los preparativos para la sublevación militar. Lo más cercano a las tesis defendidas por Edgar son los tres capítulos dedicados a la Falange, de la que dice, que el Ejército convirtió en su fuerza auxiliar, en “el instrumento del que principalmente echaron mano” los militares para alcanzar sus fines, adaptando “sus métodos de combate”. Lo que deja bien claro este escritor nacionalista, porque sabía de qué hablaba, es que carlismo y fascismo falangista eran dos cosas totalmente distintas, algo que Edgar González no considera necesario destacar pese a que esto se reitera a lo largo de toda la obra. Para Edgar no hay diferenciación, en el “bando nacional” todos eran franquistas y esto es lo importante. 

Todo es opinable y Edgar González tiene perfecto derecho a deslizarse por esa concepción maniquea en la que a un lado estaban los buenos y a otro los malos y que, al menos en el bando de los malos, todos eran igualmente malos y no había distinciones ideológicas ni morales. Pero lo que no es de recibo es que Edgar González, en su afán por hacer de la parte el todo, como en la figura literaria de la sinécdoque, tergiverse como le convenga mis palabras. Si digo explícita y claramente en la contestación a su primer artículo “Requetés y atrocidades del franquismo” que “en general” la actuación de los requetés no era tan sanguinaria como él asegura no puede interpretar que yo digo que “nunca” fue tan sanguinaria, como él traduce intolerablemente. 

Como epílogo de un debate estéril que por mi parte no continuaré, hay que reconocer que la principal aportación que hace Edgar González a la historiografía es la adopción de la técnica literaria de la sinécdoque, tomando la parte por el todo, para “hacer historia”. En esto supera con mucho el método inductivo. Además de lo que podíamos denominar “la requeté-sinécdoque de Edgar”, también se dice en sus artículos que el terrible hecho que atribuye erróneamente, como él mismo reconoce, a los requetés -el macabro desfile de “la bandera del tercio”- “coincide asombrosamente” con relatos novelados que le sirven, al parecer, de fuente documental para escribir la historia. Yo pensaba que la ficción no era fuente sino forma de divulgarla. Con lo que sí coinciden sus escritos y “asombrosamente” es con el prejuicio y la frivolidad, porque cualquier parecido con el rigor que requiere una investigación histórica es pura coincidencia.

Apuntes sobre la evolución histórica del Partido Carlista: de los Fueros al Socialismo Autogestionario

Apuntes sobre la evolución histórica del Partido Carlista: de los Fueros al Socialismo Autogestionario

El Partido Carlista (PC) es el resultado de un fenómeno político original de neta base popular. El Carlismo nace en 1833 con ocasión de una disputa dinástica que será la excusa para encender el polvorín de la España decimonónica, una sociedad desgarrada por la crisis de un Antiguo Régimen insostenible. Ante esta crisis como en el resto de Europa se inicio en España un proceso de revolución burguesa liberal,  ante el cual la sociedad española se dividirá en grupos socio-políticos con intereses fuertemente enfrentados, siendo el apoyo a una u otra candidatura dinástica el pretexto para enzarzarse en tres guerras civiles y numerosos levantamientos. El bando llamado primero “isabelino”, y después “alfonsino” se caracterizara por la defensa una revolución liberal pactada entre la vieja oligarquía feudal y la ascendente burguesía, en la cual no se produce una sustitución de la vieja clase dirigente sino su fusión con la nueva burguesía. En esta revolución los grandes perdedores serán las clases populares: el campesinado, que será privado de las propiedades comunales de la tierra; y el artesanado que verá abolido el sistema gremial. Serán estas clases sociales los que formaran junto con aquel sector de la vieja oligarquía que no acepta el cambio, el bando contrarrevolucionario, a cuya cabeza se situó la dinastía “carlista”. En los libros de historia de la escuela se estudian las diferentes corrientes del liberalismo pero curiosamente no las del carlismo, del cual se da una imagen reducida y simplista al identificarlo en exclusiva con el “partido apostólico”. Don Carlos V fue apoyado en la reivindicación de sus derechos al trono por tres grupo políticos claramente diferenciados: apostólicos, absolutistas intransigentes que representan al sector más reaccionario de la vieja oligarquía; transaccionistas, realistas moderados partidarios de reformas siguiendo el ejemplo ingles que principalmente serán apoyados por la parte carlista de las clases medias; y fueristas, partidarios de restaurar los Fueros en toda su plenitud y actualizarlos a los nuevos tiempos, idealizaban la época “foral” anterior a la monarquía absoluta, y consideraban que el régimen liberal era el continuador de este al abolir los restos del sistema foral y al continuar con la concentración de la propiedad de la tierra en una minoría de terratenientes mediante la Desamortización.

El resultado de las Guerras Carlistas (1833-1840, 1846-1849, 1871-1876) fue la instauración en España de la monarquía de Isabel II y Alfonso XII, de un estado centralista, de un sistema capitalista, de las tierras comunales y eclesiásticas, y la abolición de los restos del sistema fuerista y de los gremios. En esta nueva España liberal las viejas oligarquías de la Monarquía absoluta se integraron perfectamente en el liberalismo moderado o conservador, mientras la burguesía se hacia con el dominio político y socio-económico de España y la “modernizaba” en nombre de un “Progreso” del cual ella era la gran beneficiada mientras que las clases populares se vieron privadas de su modo tradicional de vida y lanzadas al empobrecimiento y a la proletarización dentro de la revolución industrial. Fueron estas clases populares y una Dinastía que vio frustrados sus derechos al trono, quienes se vieron marginados y sin posibilidad de integrarse en el nuevo sistema. Surge entonces el Pacto Dinastía-Pueblo, formula basada en el pactismo foral medieval, como principio constituyente del Carlismo. Pueblo y Dinastía se unen y se apoyan el uno en el otro frente a la Revolución Liberal burguesa. La lealtad a la Legitimidad dinástica dará al Pueblo una bandera y unos lideres en torno a los cuales podrá agruparse y formar estructuras de resistencia en base a su cultura tradicional. La Dinastía liderará las luchas populares por los Fueros, la Justicia Social y la conservación de su modo tradicional de vida y su cultura.

 

Así es como surgió el Carlismo, como reacción a las injusticias de una revolución burguesa, que en nombre de una Libertad y un Progreso abstractos creo un sistema de participación restringida, imponiendo una reforma agraria que solo beneficio a una minoría y unas estructuras centralistas y capitalistas, totalmente enfrentadas a las tradiciones y libertades concretas de los Pueblos, expresadas en el vocablo Fueros, palabra que concretara todo el pensamiento carlista a lo largo de dos siglos de lucha continua contra el Liberalismo.

 

Durante la monarquía alfonsina, España paso a tener un sistema parlamentario estable, en el cual participo el Partido Carlista tras dotarse de una estructura política de masas. Este será un periodo de depuración, en el cual el Carlismo se depurara de los llamados integristas, notables “aburguesados” que en nombre de la “integridad de los principios de la Tradición” pretendían hacer del carlismo una fuerza regresiva al servicio del nuevo sistema, ya fuera impidiendo su estructuración política, integrándolo en el conservadurismo, convirtiéndolo en un partido clerical o promoviendo su estancamiento ideológico.

 

Pero gracias a la firme intención de D. Carlos VII de hacer un partido adaptado a los nuevos tiempos, apoyada por las bases populares, estos integristas fueron derrotados y expulsados en 1888. Se puede decir que es entonces cuando de verdad nace el “Partido Carlista” al dotarse el carlismo de una estructura política permanente, que se presentara asiduamente a las elecciones y capaz de movilizar masas, y que a pesar de los diferentes cambios de régimen y de las persecuciones se mantendrá en pie, existiendo hasta el día de hoy.

Es en esta época cuando el lema “Dios-Patria-Fueros-Rey” se divulga y populariza como resumen del pensamiento carlista. Este lema por su alusión a ideas de muy diferentes concreciones puede dar lugar a equívocos sobre la ideología carlista, especialmente si olvidamos que la sociedad agraria tradicional del XIX es muy diferente a la urbana postindustrial de XXI.

 

La referencia a Dios no era sino la expresión de la profunda vivencia cristiana del pueblo, cuya religiosidad se sentía herida tanto por el anticlericalismo de la parte del liberalismo más “progresista” como por el fariseísmo del liberalismo “conservador”. De esta vivencia cristiana del hombre y su vida en sociedad surge una dinámica humanista, de defensa de las libertades y derechos del hombre, que sigue siendo hoy el fundamento del pensamiento carlista, y el motivo de que se defina como “Socialista”; aunque hoy, tras el Concilio Vaticano II el Partido se define como laico y rechaza confesionalismos caducos, lo cual no supone renuncia a sus raíces.

 

Para los carlistas la Patria no significa Nación (concepto político creado por el liberalismo y que proclama la existencia de una identidad superior a todas las demás, los cual lleva a nacionalismos excluyentes) sino que defiende una concepción federativa de esta,  con un esquema pluralista de identidades que forman círculos concéntricos alrededor del individuo, y en los que ninguno prima y anula a los demás. De esta forma el Carlismo se formula como tercera vía pluralista y federal entre los nacionalismos centralistas y uniformistas y los nacionalismos independentistas o separatistas, vía concretada en el termino “Las Españas”. Para el Carlismo la Patria no puede ser una idea abstracta tras la cual se pueden esconder los intereses del estado o de la oligarquía, como tantas veces ha ocurrido en la Historia, sino que se identifica intrahistóricamente con la comunidad, con el pueblo, de forma que el bien patrio es el bien común.

 

Los Fueros, resumían una visión global de cómo debía organizarse la sociedad y el estado, inspirándose en aquel idealizado sistema medieval, frente a la sociedad liberal capitalista.

 

Frente al estado centralista creado por el Liberalismo, se defendía el autogobierno de municipios, comarcas y regiones en un sistema federal o confederal.

 

Frente a un capitalismo, generador de injusticias y graves desigualdades sociales, se propugnaba un sistema cooperativista de inspiración gremial.

 

Frente al caciquismo, el fraude electoral, la partitocracia bipartidista y la farsa seudodemocrática del sistema, se proponía la participación activa del pueblo en la política a través de instituciones como el concejo abierto, la subordinación del Municipio a estos, de la Región a los Municipios, y así hasta llegar a la cúspide, junto con el mandato imperativo.

 

Frente a Estatismo liberal que no reconocía entidades intermedia entre el y las masas de individuos, se propugnaba una sociedad basada en el principio de subsidiaridad y organizada en los llamados “cuerpos intermedios entre individuo y estado”, dotados de infrasoberanía.

 

La referencia monárquica legitimista atacaba de pleno al sistema establecido en su símbolo más visible, al negar la legitimidad de la monarquía que lo presidía, y se proponía como alternativa una monarquía doblemente legitimada por la Historia y por el Pueblo, pues se asentaba en una concepción pactista del poder  tomada del fuerismo tardomedieval, de forma que la monarquía carlista se presenta como verdaderamente democrática frente a la monarquía cortesana y burguesa vigente

 

Estos planteamientos no fueron suficientemente satisfactorios para una amplia parte de las bases populares, cuya realidad social cambiaba mucho más rápido que la ideología oficial del Carlismo, de forma que poco a poco este fue perdiendo seguidores a favor de los nacientes nacionalismos regionales y regionalismos, y movimientos obreros.

 

A la vez que esto ocurría, se producía dentro del Carlismo un replanteamiento respecto a la visión de la sociedad: los tiempos de la Revolución Liberal habían pasado definitivamente y el liberalismo triunfante había construido una nueva sociedad plenamente consolidada que se enfrentaba al recién aparecido obrerismo y los revolucionarios de ayer ahora eran contrarrevolucionarios. ¿En que tenia que cambiar el Carlismo si no quería desaparecer a causa de la rueda de la historia? Ante este dilema se produjo una nueva escisión en 1918, en la cual una buena parte de los cuadros dirigentes y de las clases medias que habían apoyado al carlismo, dirigidos por el intelectual Vázquez de Mella, rompieron con el Partido y se integraron en el sistema burgués, renovando el mensaje tradicionalista del carlismo en una clave totalmente conservadora (un catolicismo integrista, un nacionalismo español con algo de regionalismo tímido, un vago corporativismo y un fuerte autoritarismo). Frente a esto otra parte de las clases medias y las clases populares (parte de ellas proletarizadas) que habían apoyado al carlismo, lideradas por el hijo de D. Carlos VII, D. Jaime III, continuaron el proceso de modernización del Partido Carlista (ahora denominado Partido Jaimista), actualizando sus doctrinas sociales y fueristas. En lo social partiendo de una interpretación radical de la Doctrina Social de la Iglesia, se proclamaron socialistas y propugnaron la municipalización de las tierras y el cooperativismo (en el que el trabajador es copropietario de su medio de trabajo) frente al capitalismo, sistema al que tachaban de “anticristiano” e “inmoral”.Y muchos carlistas participaron en la formación de numerosos sindicatos social-católicos en toda España. En lo foral, se siguió propugnando el Federalismo, llegando a defenderse incluso modelos confederales y se asumieron  las nuevas reivindicaciones de las diferentes “regiones o nacionalidades” que componen España. Así los carlistas participamos en la preparación de los primeros Estatutos de Autonomía de la historia moderna de España.

 

Todo esto le valió a los militantes del Partido Jaimista ser tachados por la derecha conservadora  de “bolcheviques blancos” o de atentar contra la “unidad constitucional de la nación española” y ser perseguidos duramente por la fuerzas gubernamentales, especialmente durante la etapa de la dictadura de Primo de Rivera.

 

Cuando se proclamo la II Republica, el Partido y D. Jaime la saludaron con la esperanza de que se iniciara las tan deseadas reforma agraria y democratización del país. Pero esta esperanza fue al poco tiempo defraudada cuando se comprobó que las fuerzas republicanas fabricaron su propio caciquismo, concentraron sus fuerzas en atacar a la iglesia católica y no se atrevieron a hacer una reforma agraria satisfactoria.

 

Poco después murió D. Jaime III, siendo sustituido como Abanderado Dinástico del Carlismo, por su tío D. Alfonso Carlos I, un anciano de ideas conservadoras, lo que junto con la quema de iglesias propicio la vuelta de los expulsados en 1888 y 1918 (que trajeron con ellos a muchos restos del liberalismo conservador alfonsino, aunque también hay que decir que por otro lado se incorporaron católicos sociales sinceros y alejados del conservadurismo) al partido en nombre de la común “defensa de la religión, de la monarquía y de la tradición”. Y el partido paso a denominarse “Comunión Tradicionalista” (CT). En esta CT a pesar del descontento de gran parte de las masas carlistas (de las cuales una parte importante se pasaría a la izquierda (caso de muchos Círculos Carlistas de la ribera navarra que se integraron en la UGT) o a los nacionalismo regionales (por ejemplo la Unió Democrática de Catalunya surgió de una escisión del carlismo catalán)) las cuestiones fueristas y sociales fueron arrinconadas en un segundo plano a favor de “la defensa de la religión y del orden público” sirviendo de pretexto la persecución del catolicismo por parte de las fuerzas republicanas. De este modo se fue perdiendo gran parte del desarrollo ideológico del “Jaimismo” siendo minimizadas dichas reivindicaciones federalistas y sociales a favor del acercamiento a las derechas con las que teórica y nominalmente se tenían ciertas coincidencias (defensa de la religión, monarquía, patriotismo,...) , aunque después se tuvieran concepciones bien diferentes de lo que debía ser la plasmación de esos ideales (siendo un ejemplo claro la patria: la derecha alfonsina defendía un nacionalismo español mientras los carlistas defendían una visión federativa y pluralista de España). Y por si esto no bastara a gran parte de la derecha instalada en la CT para que sentirse más cómoda pretendió sustituir el nombre “Carlista” de los círculos (que les producía rechazo por razones de tipo dinástico, pues habían entrado en la CT con la creencia de que D. Alfonso Carlos I nombraría como su sucesor a Alfonso XIII) por el termino “Tradicionalista” de más amplio significado y sin esas connotaciones dinásticas que tanto le molestaban.

 

El Gobierno de la II Republica ante las continuas oleadas de quemas de iglesias y conventos  y la violencia política que hacia imposible la convivencia pacifica democrática no fue capaz o no quiso mantener el orden público, lo que propicio que el Requeté (milicia de la CT que agrupaba a más de 100 mil hombres) y un sector del Ejercito (liderado por Sanjurgo) se sublevaran para restablecer el orden necesario para la libertad de la iglesia y la convivencia política, siendo sus planes formar un Gobierno provisional que tuviera únicamente dicha meta y que cuando la cumpliese convocara elecciones libres.

Esta sublevación fracaso y degenero en una guerra civil. Y es a los pocos meses de esto cuando se produce una crisis tanto en la CT (defunción de D. Alfonso Carlos, ultimo “Rey Legitimo” descendiente de Carlos V, con lo cual queda vacante el Trono para los carlistas, instaurándose una Regencia en la persona de D. Javier de Borbón Parma, sobrino de D. Alfonso Carlos) como en el sector sublevado del Ejercito (fallecimiento de Sanjurgo, presidente de la Junta Militar y por-carlista) que produjo un vació de poder que fue aprovechado por parte de los militares así como por unas derechas que no habían tenido ninguna intervención en la sublevación, para instaurar al general Franco cono gobernante de la “España nacional”.

 

Franco prohibió todos los partidos en 1937, implantando una dictadura y creando un partido único (FET de las JONS), en el cual se integraron los tradicionalistas pro-alfonsinos, que serán inmediatamente expulsados de la CT por D. Javier de Borbón, el cual será expulsado de España mientras el Carlismo era perseguido y sus propiedades (locales, periódicos,...) confiscadas por el Gobierno franquista, al igual que ocurría con las organizaciones del bando llamado republicano.

 

Durante la década de 1940 el Carlismo se reorganizo parcialmente a duras penas, pues cualquier actividad carlista era duramente perseguida por el aparato represor franquista por “atentar contra el Decreto de Unificación”. Estos años serán de muy mínima actividad como de muy poco desarrollo ideológico, manteniéndose la CT en una línea bastante integrista, continuista de la de los años 30.

 

Sin embargo esto cambia en los años 50, cuando D. Javier de Borbón Parma asumió la realeza y su hijo D. Carlos Hugo se lanza a la reconstrucción del Carlismo aprovechando la aparente apertura y semi-tolerancia del régimen hacia la oposición no comunista. En este proceso de reorganización conectara con los sectores de base más militantes, que estaban harto de la hipocresía de las cada vez más desfasadas posturas del integrismo, que arrastraban al Carlismo a la extrema derecha e impedían la acción social, es decir lo convertían en un grupo nostálgico sin futuro político y servil de la derecha conservadores y del sistema capitalista. Frente a esta situación, estos militantes propugnaban ser consecuentes con la concepción carlista de la Tradición (“Progreso hereditario”) y beber en las fuentes fueristas y populares del Carlismo y en la experiencia de la etapa “jaimista” y así actualizar el proyecto Carlista y tener propuestas adecuadas para las nuevas realidades y problemas de la sociedad española.

Se inicia entonces un doble proceso de reconstrucción orgánica y desarrollo ideológico (fuertemente influenciado por la renovación y apertura a la izquierda del mundo católico tras el Concilio Vaticano II así como por las profundas trasformaciones socio-económicas y culturales de la sociedad española durante los años 50 y 60) del partido que traerá como consecuencias:

 

-         La creación de una estructura organizativa implantada en toda España, dentro de la cual se llevaron a la practica las propuestas carlistas de federalismo, democracia participativa y mandato imperativo mediante la promoción de la formación cultural de los militantes y su activa participación en Asambleas de base (llamadas Asambleas Populares Carlistas) desde las cuales gracias a una estructura federal se determinaban las nuevas líneas del partido.

 

-         Una lenta pero continua reflexión sobre el Carlismo y sus ideas y como adaptarlas a la nueva sociedad española, tan diferente de la que vio nacer al Carlismo.

 

-         El termino “Comunión Tradicionalista” dejo de ser el nombre oficial del partido que volvió a denominarse “Partido Carlista” en lo que pretendía ser la puesta al día de las fuentes populares y fueristas del Carlismo y la ruptura con el conservadurismo integrista acomodado en el Carlismo tras la II Republica.

 

-         Recuperación del termino “Socialista” para definir al carlismo, el cual paso a situarse en la “izquierda” en virtud de sus ideas socializantes, comunitaristas y radicalmente democráticas.

 

-         Ruptura total con la derecha integrista, perdida de apoyos en sectores conservadores burgueses y deserción de una parte de los dirigentes, que había propugnado un acercamiento al régimen franquista durante 1955-1966 en lo que llamaron “política de intervención” y que tras abandonar el Partido reconocerán como Rey a Juan Carlos de Borbón y ocuparan puestos en la administración franquista.

 

-         Una fuerte represión del carlismo por parte del franquismo temeroso de la evolución a la izquierda y de la fuerza que el PC estaba cogiendo, llegando a ser considerado uno de los dos grandes partidos de la oposición antifranquista (siendo el otro el PCE) y siendo el acto anual de Montejurra (donde llegaron a concentrarse más de 100 mil personas) unos de los actos más importantes de la oposición democrática.

 

-         Adhesión al Carlismo de sectores regionalistas izquierdistas así como de “cristianos progresistas” nacidos al calor del Concilio Vaticano II.

 

-         Participación carlista en el movimiento estudiantil antifranquista y en la recién nacidas Comisiones Obreras (a través de la AET y del MOT respectivamente)

 

-         La evolución ideológica del Partido Carlista en virtud de su histórica defensa de la Subsidiaridad, del Cooperativismo y del Municipalismo le llevo a definir su proyecto societario como “Socialismo de Autogestión Global”

En la década de 1970 el Partido participo en diversas plataformas que buscaban la unidad de la oposición democrática tanto a nivel regional (Asamblea de Cataluña, Consello de Forzas Políticas Galegas, Bloc Autonomic Valencia d’Esquerres) como estatal (la “Platajunta”) así como los miembros del “Frente Obrero del PC” participaron activamente en Comisiones Obreras, Federación Obrera Socialista y Unión Sindical Obrera.

 

Durante la Transición de la dictadura franquista a una “democracia” neoliberal, el PC por ser consecuente con ideas mientras otros grupos de izquierda (PSOE, PSP, PCE,...) renunciaban al cambio social y a la “ruptura democrática”, adoptando posturas reformistas, favoreciendo la desmovilización de las masas populares y pactando con oligarquía hija del franquismo; así como por estar totalmente enfrentado a la Monarquía impuesta por Franco, fue marginado y tachado de peligro revolucionario. Así el PC sufrió la represión gubernamental y el terrorismo de los “incontrolados” de extrema derecha, el Gobierno recomendó a los medios de comunicación que se le cerraran las puertas y no le dejo participar en las primeras elecciones sin olvidar las campañas de confusión de los sectores franquista y liberal de la prensa que presentaron el “Socialismo carlista” como una ruptura con el carlismo histórico y una traición al “18 de Julio” y a la “Tradición” o la acción desorganizadora de infiltrados. Todo estos obstáculos junto con la dificultad que hoy genera participar en unas elecciones y mantener un estructura política en todo el estado, provoco la derrota del PC en las elecciones de 1979 (50 mil votos reconocidos por la Junta Electoral) y a pesar de lograr un centenar de concejales y representación parlamentaria a nivel autonómico, una crisis que casi supuso su disolución.

 

Sin embargo varios núcleos de militantes se mantuvieron firmes en su defensa del proyecto carlista, de forma que el Partido Carlista, el más antiguo del Estado español sigue hoy existiendo, iniciándose a inicios del nuevo siglo XXI una reconstrucción del Carlismo, tímida pero llena de esperanza en un momento en el que nuestras ideas son más necesarias que nunca en la sociedad española.

Comuniones Tradicionalistas e integrismo pseudo-carlista

Me veo en la necesidad de escribir un articulo clarificador ante la gran confusión existente sobre el Carlismo actual, pues existen dos grupos que discuten al PC su carácter de continuador del movimiento carlista, son el partido CTC (Comunión Tradicionalista Carlista) y el grupúsculo adicto a Sixto de Borbón que usurpa el nombre de “Comunión Tradicionalista”.

Sin meternos en debates ideológicos veamos de donde procedemos nosotros y de donde vienen estos “tradicionalistas”.

Desde el siglo XIX el Carlismo siempre contó con una estructura organizativa permanente a pesar de mil y un persecuciones y de la ilegalidad sufrida durante los periodos dictatoriales. Esta organización fue cambiando de nombre a lo largo de la Historia; primero fue Partido Carlista; después de 1909, cuando D. Jaime III sucede a su padre D. Carlos VII al frente del Carlismo, paso a denominarse Partido Jaimista; y cuando en 1932, muerto ya D. Jaime III, las derechas integrista y praderista (mal llamada mellista) se integran en el Carlismo, paso a denominarse Comunión Tradicionalista (CT). Esta organización (salvo un grupo de caciques traidores que en la década de 1950 acabarían reconociendo a Don Juan de Borbón como Rey) rechazo frontalmente en 1937 el Decreto de Unificación del general Franco, y desde ese mismo momento paso a la ilegalidad (perdiendo todas sus propiedades que fueron expropiadas por el partido único franquista), siendo duramente perseguido por la dictadura franquista. Esta organización (que entre 1936 y 1975 estuvo lidera por Don Javier de Borbón Parma) durante las décadas siguientes mantuvo en la clandestinidad sus estructuras y tras una renovación ideológica que duro toda la década de 1960, en el Congreso de 1971 cambio su nombre oficial, abandonando “Comunión Tradicionalista” y volviendo al original de “Partido Carlista”. Y esta organización es el actual Partido Carlista, continuador directo del Partido Carlista del siglo XIX.

Durante la Transición el nombre de “Comunión Tradicionalista” fue disputado por los grupos fundadores de la actual CTC y grupos ultraderechistas vinculados a la Zarzuela.
La CTC es un partido fundado en 1986 como fusión de grupos derechistas desgajados del PC, que rechazaron frontalmente una modernización ideológica y se estancaron en posiciones ultraconservadoras. En la CTC también entraron gentes procedentes de la extrema derecha. Y la CTC es tan “carlista” que para ellos la Dinastía Legitima se extingue en 1936, tras lo cual (según ellos) el Carlismo se desintegra, y se vuelve a reconstituir en 1986. No reconocen como Rey a Don Javier, sino que dicen que fue un pretendiente más de las facciones en que se dividió el Carlismo después de 1936 (si fueran honrados no dirían eso, puesto que con la excepción de los traidores que se pasaron a Franco y a Don Juan, Don Javier fue reconocido como Rey tanto por la CT histórica como por la gran mayoría de los componentes de las dos escisiones que esta organización tuvo en la década de 1940).

Y respecto al grupo adicto a Sixto de Borbón, esté esta formado por expulsados de la CTC y por gente procedente de la más negra extrema derecha (por ejemplo el franquista MCE). Este grupo que apareció “misteriosamente” en 2001 (y que rechaza el Concilio Vaticano II y esta vinculado al movimiento religioso ultraintegrista de Lefevre, el cual está expulsado de la Iglesia Católica) nos recuerda a los grupos seudocarlistas que organizaron y financiaron los servicios secretos franquistas para confundir a la opinión pública y hacer creer que el Carlismo estaba con Franco. De hecho el último de estos grupos también estuvo liderado por Sixto de Borbón, y acompañado de militantes de organizaciones como Fuerza Nueva y los Guerrilleros de Cristo Rey, y de terroristas argentinos e italianos, cometió una trágicamente famosa acción terrorista en el Montejurra de 1976. Sobre la sinceridad “carlista” de Sixto de Borbón la mejor prueba la dan los historiales de los tres personajes que el designo como sus representantes en la década de 1970: José María de Oriol, José Luis Zamanillo y Juan Sáenz-Díez.

José María de Oriol: Monárquico liberal alfonsino que ingresa en el Carlismo con la llegada de la II Republica. En 1937 acepto el Decreto de Unificación y se paso al Franquismo, siendo expulsado del Carlismo por Don Javier. Durante la dictadura franquista consolido su fortuna personal y reconoció como rey a Don Juan de Borbón.
José Luis Zamanillo: Integrista, militante del nocedalista Partido Católico Monárquico, y que se integra en el Carlismo durante la II Republica. No acepto el Decreto de Unificación y mantuvo su militancia en el Carlismo, pero sin significarse en la lucha antifranquista. A partir de 1955, junto con Valiente propicio un acercamiento del Carlismo al Gobierno (la llamada “política de intervención”), lo cual le valió obtener cargos en el régimen franquista, y cuando estos cargos se fueron volviendo contradictorios con su militancia carlista, prefirió los cargos, siendo expulsado del Carlismo en 1962. Zamanillo fue nombrado procurador en las Cortes franquistas y en 1968 reconoció como rey a D. Juan Carlos de Borbón.

Juan Sáenz-Díez: Como miembro del equipo de Valiente y Zamanillo fue dirigente del Carlismo a finales de la década de 1950 y principios de la década de 1960. Se separo del Carlismo a inicios de la década de 1970. Más tarde fue nombrado por Sixto como su Delegado para reconstruir la “autentica Comunión Tradicionalista”, dentro de la cual según el, cabían perfectamente los monárquicos ultraderechistas de la Zarzuela, por ser esta, la “Monarquía del 18 de Julio” franquista y supuestamente inspirada en el pensamiento tradicionalista.

Prólogo de D. Carlos Hugo de Borbón Parma al libro "Don Javier, una vida al servicio de la libertad"

Prólogo de D. Carlos Hugo de Borbón Parma al libro "Don Javier, una vida al servicio de la libertad"

En 1936 España se divide en dos campos irreconciliables. La formación del Frente Popular supone un bloque tan poderoso que se hace imposible el diálogo parlamentario entre esta izquierda monolítica y las derechas divididas. La República muere, mientras los dos campos esperan o preparan el golpe de Estado.

JULIO 1936


"La Comunión Tradicionalista se suma con todas sus fuerzas en toda España al Movimiento Militar para la salvación de la Patria, supuesto que el Excmo. Sr. General Director acepte como programa de gobierno el que en líneas generales se contiene a la carta dirigida al mismo por el Excmo. Sr. General Sanjurjo, de fecha nueve último. Lo que firmamos con la representación que nos compete. Javier de Borbón Parma Manuel Fal Conde."
Es la orden de sublevación del Carlismo militar. En menos de un mes los requetés navarros llegaran hasta Vizcaya, Zaragoza y el Alto de los Leones. Al mismo tiempo, el requeté andaluz toma Sevilla y gran parte de Andalucía, y llega hasta Toledo. Fracasa el alzamiento donde fracasa el Carlismo. Estos son los hechos. Pero ¿cuáles son las causas por las que el Carlismo pudo movilizar cincuenta tercios de requetés y motivar estos voluntarios para lanzarse a la guerra? La contestación es simple: la guerra civil no fue un accidente, fue una conclusión.
La guerra civil no fue un accidente. Fue la crisis violenta del sistema capitalista burgués enfrentado, a la gran revolución del Frente Popular. La guerra civil la perdimos todos, tuvo un solo vencedor: Franco. Pero de las cenizas de los combates va a nacer una España diferente, una Iglesia diferente, un ejército diferente, una mentalidad diferente, una democracia nueva. España habrá sufrido una gran mutación histórica. En esta guerra y en esta crisis, como en toda mutación histórica, el Carlismo ha tenido mucha responsabilidad: para empezar, la de enfrentarse con el caos del año 1936.

La crisis política inmediata

La dictadura del Primo de Rivera se había derrumbado y la monarquía liberal con ella. La República está rota. No hay más esperanza de solución. Ya no hay posibilidad de gobierno o, mejor dicho, no hay gobierno. Gobierna la calle. Y en la calle no hay diálogo, todos esperan o preparan el golpe.
Al analizar la situación política se percata uno de la inviabilidad del Frente Popular. El Partido Socialista, el PSOE, está acusado por comunistas y anarquistas de haber sido durante los años de la dictadura del General Primo de Rivera un partido al servicio del dictador y que su sindicato, la UGT, ayudó a reprimir tanto, a unos como a otros militantes de los partidos de izquierda. Le acusan más o menos de haber estado al servicio de la monarquía liberal, del ejército y de la dictadura de Primo de Rivera.
Los anarquistas, probablemente el más grande de los movimientos sociales de izquierda, además de recelar de los socialistas, tenían una profunda antipatía por los comunistas y su teoría de dictadura del proletariado. Los libertarios, los amantes de la libertad, difícilmente pueden sentirse atraídos por una dictadura. Además saben lo que ocurrió a los revolucionarios anarquistas a manos de la dictadura comunista soviética.
Los comunistas, el partido más pequeño pero mejor organizado y disciplinado, teniendo el apoyo incondicional de Moscú podían libremente despreciar a los que les despreciaban y no dejaban de hacerlo sentir a sus aliados del Frente Popular, tanto socialistas como anarquistas.
El análisis de este enfrentamiento entre las izquierdas imponía dos conclusiones: la primera era la imposibilidad de una solución dialogada. El acuerdo era imposible con una izquierda tripartita. La segunda, la imposibilidad, en el caso de un golpe de Estado del Frente Popular, de un gobierno coherente del mismo sin un segundo golpe que estableciera la primacía de una de las partes sobre las otras dos. La dictadura del proletariado estaba evidentemente en las antípodas de la desaparición del Estado propuesto por los anarquistas o del Estado parlamentario, proyectó de los socialistas. Por eso, sea cual fuere la simpatía que podían tener muchos españoles por uno de estos partidos, eran conscientes de que de las sucesivas revoluciones necesarias llevarían a un desencadenamiento de violencias y de cataclismos en serie.
En resumen, había poca esperanza democrática de diálogo y tolerancia en el caso de una victoria del Frente Popular. El doctor Negrín, un gran amigo y colega del profesor Corral, que era carlista, le confesó "incluso si ganamos nosotros, estamos perdidos".
Si añadimos a esta división interna de las izquierdas su actitud anticlerical, imposible de deslindar de la actitud antirreligiosa de los tres partidos, esto hace más problemática aún su aceptación por parte de aquella sociedad española profundamente vinculada al cristianismo.
En este momento el término de derecha no tipifica la realidad del otro campo. Es un conglomerado de los que rechazan y se sienten rechazados por el Frente Popular. Allí se agrupan desde las JONS, totalitarios, fascistas de Falange, liberales, demócratas cristianos, la Iglesia, parte del ejército, monárquicos y caciques. En el campo nacional cada sector intentaba alcanzar sus metas. Para unos era su libertad religiosa, para otros sus privilegios económicos; o simplemente el orden público. Otros se fijaban, como metas la democracia parlamentaria, el restablecimiento de la monarquía o incluso la instauración del fascismo al estilo de Mussolini. En el sector de los militares, la unidad de la patria. Pero, ¿Qué querían los carlistas?

El Carlismo y los Carlistas en 1936

Hay que distinguir claramente dos estamentos para comprender el Carlismo de entonces. El Popular, por una parte; una minoría dirigente integrista, por otra. A nivel popular, el Carlismo esperaba que, caída la monarquía alfonsina, sostenida por la dictadura militar y caída la República, que había incurrido en el caos, podrían volver a proponer sus ideales de una monarquía legítima, una monarquía arbitral, restablecer las libertades forales o lo que correspondería a un concepto de Estado federal. Esperaba también que se garantizara la libertad religiosa, aunque tenía cierto reparo al clericalismo anticarlista de la Iglesia durante la monarquía liberal. En fin, deseaban la edificación de un sistema que garantizara una defensa de los trabajadores y una justicia social. Muchos carlistas habían luchado en los sindicatos libres cristianos y veían en un sindicalismo pluralista el instrumento de defensa de los trabajadores, como clase, o el instrumento de participación en las empresas, como individuos.
Por otra parte, al nivel de dirigentes del partido, se habrían reintegrado los antiguos integristas expulsados del Carlismo por Carlos VII, pero que luego volverían en la época de don Alfonso Carlos.
Don Alfonso Carlos aceptó el retorno al Carlismo de este sector, que tenía entre sus filas a miembros de cierto prestigio social, coincidiendo con un sentimiento general en el Carlismo y con amplios sectores de la sociedad española, persuadida de que la peor de las catástrofes sería una victoria de aquellas izquierdas que transformarían España en un satélite de Moscú.
La imagen de la Unión Soviética, una sociedad totalitaria de izquierda militarizada, policíaca, antirreligiosa, sin ninguna libertad de prensa, ni de expresión, ni de asociación, totalmente burocratizada y centralizada, no era atractiva ni para el viejo rey carlista Alfonso Carlos, ni para el pueblo carlista, ni para muchos demócratas, que se encontraban en el llamado campo nacional.
Este análisis del peligro de sovietización del país y de persecución religiosa coincidió con el de la derecha más egoísta y también con la posición de la Iglesia jerárquica, con una parte del ejército. Y con determinados sectores integristas. Entre ellos había desde cristianos sinceros, pero en la línea clerical de los obispos, hasta los que descaradamente utilizaban el sentimiento religioso para defender sus intereses de clase o simplemente sus intereses económicos. Perseguían evidentemente, sus propias metas políticas y necesitaban la carne de cañón de los carlistas para alcanzarla. En cuanto al Carlismo, tenía una sola meta salvar España, sin poner más condiciones que la que una consulta nacional "una vez establecido un poder militar provisional", con un orden público de unas libertades democráticas poco definidas. El concepto de servicio a España por encima de todo, incluso de ideales propios, fue quizás el factor más negativo de la postura carlista, como veremos más adelante.
Con todo, el espejismo de una posible reconstrucción democrática del país era muy atractiva para una sociedad desesperada por el caótico presente y a la vez consciente de su capacidad histórica de crear un futuro distinto.
Uno de los muy pocos que discrepaban de este análisis fue nuestro padre; Para él había otro peligro que obligaba a una acción inmediata: una amenaza entonces no percibida claramente en España era, en sus ojos, el nazismo. Su temor era que la lucha contra el peligro comunista llevara al nazismo. Para evitar una España satelizada por Hitler, por una parte (y apoyada por esto por todas "las derechas"), enfrentada a una España satelizada por Stalin por otra, tenía que actuar el Carlismo precisamente. No olvidemos que entonces en el campo nacional se veía como una esperanza, el apoyo del fascismo italiano o del hitlerismo alemán. Aparecían como una esperanza, sin medir sus consecuencias.
En 1936 mi padre creía necesaria una acción inmediata, a fin de evitar en esta doble catástrofe, provocada por la doble polarización internacional del conflicto. El neutralismo era inaceptable. En efecto, el Carlismo era el único movimiento capaz de movilización militar propia. Ni la Falange, ni la CEDA, ni Renovación Española, es decir los monárquicos, tenía fuerzas para la movilización militar. El Carlismo tenía esta capacidad y podía así decidir el día y la hora de su sublevación. La no intervención equivaldría a suicidarse políticamente y dañar gravemente a España, privándola de una fuerza política importantísima para un futuro democrático, sin por ello evitar una confrontación violenta.
Podemos hoy lamentar que no fuera capaz de condicionar más claramente su levantamiento al cumplimiento de sus metas históricas, ya que todos los demás participantes, incluso los que no tenían la más mínima capacidad de movilización, lo hicieron. Pero el sentimiento del deber hacia la patria hizo que el Carlismo prescindiera de toda su doctrina política e inclusive de su meta monárquica. Fundamentalmente se lanzó a salvar una situación desesperada al precio que fuere. Esto puede ser criticable o admirable, dependiendo del punto de vista en que se sitúe uno. Es fácil a posteriori criticar lo que hicieron los que nos precedieron pero, al menos, en vez de eludir el problema tomaron sus responsabilidades.

La doble guerra civil

Que el ejército no fuese capaz de sublevarse en todo el territorio español a pesar de sus promesas; que el general Sanjurjo, único general que tenía un prestigio y una influencia tanto sobre Mola como sobre Franco mismo, muriese de accidente pocos días antes alzamiento; que el general Mola, luego, después de aceptar el golpe de Estado franquista muriese en otro oportuno accidente; Que el general Franco lograse transformar su poder militar en poder político y llegar a ser así Jefe de Estado, era difícil de imaginar. Pero aún más difícil era prever (y pocos historiadores lo han subrayado) la doble guerra civil.
Así, en el campo republicano hubo una guerra civil latente o incluso abierta a lo largo del conflicto. En el campo nacional el general Franco, por un golpe de Estado interior, suprimirá todos los movimientos políticos e incluso intentará suprimir el Carlismo para asentar su hegemonía. Habiendo creado, con el apoyo de Mussolini y Hitler, un Estado totalitario, logró eliminar el Carlismo no sólo políticamente sino lanzando a los famosos Tercios de Requetés a los combates más sangrientos. Hacía imposible el crecimiento del Carlismo como movimiento político, mientras potenciaba los movimientos de Falange, mucho más fáciles de manipular.

El trasfondo histórico

La historia no se puede comprender a partir de su desorden cotidiano. Porque los fenómenos históricos por caóticos que parezcan al observador que los vive desde dentro, responden a un orden perceptible sólo desde una perspectiva histórica. Obedecen a unas relaciones de causa-efecto invisibles en lo inmediato. Ejemplo de ello es la guerra civil española, que no se puede comprender desde lo inmediato.
Para comprender la guerra civil española de 1936 conviene mirarla desde su perspectiva histórica, la de una revolución burguesa inicialmente exitosa, seguida de su propio derrumbamiento frente al intento de la revolución proletaria. El gran conflicto del mundo moderno, desde la Revolución Francesa hasta la sociedad democrática actual los resume y asume enteramente la guerra civil española. Esta doble crisis revolucionaria empieza en el primer tercio del siglo XIX y acaba un siglo más tarde en España.
El fenómeno español inicialmente dista mucho de ser único. Con la restauración después de la Revolución Francesa y de Napoleón, en toda Europa llegan al poder dinastías que serán instrumentadas por la burguesía. La prueba de la naturaleza instrumental de estas dinastías es que desaparecen en cuanto dejan de ser útiles. El cambio aparentemente caótico del siglo XIX, que hace pasar a la sociedad occidental de un mundo tradicional de organización estamental en lo social, federativa en lo estatal y monárquica en lo formal, a una sociedad moderna igualitaria en lo social, centralista en lo estatal y republicana en lo formal, pasa por la revolución burguesa. La revolución burguesa pone orden en el aparente caos, y permite comprender cómo la Revolución Francesa pudo siglo y medio más tarde, después de muchos traumas, desembocar en una sociedad que logra hacer avanzar los valores de libertad, la igualdad, y en algo, la fraternidad universal. No se puede negar que las estructuras creadas por la burguesía han sido el cauce de la historia del siglo XIX.
A la burguesía del siglo XIX podemos dividirla en dos tendencias: una es constitutiva de una elite intelectual. Lo que le atrae es el éxito en las artes, las letras, la filosofía, la ciencia. La otra tendencia es la de la elite económica. Ambas burguesías constituyen el llamado Tercer Estado. El desarrollo de la cultura, de la medicina, de la ciencia y de la economía a lo largo del siglo XVIII va a romper el antiguo equilibrio entre la Nobleza, el Clero y el Tercer Estado. La burguesía, es decir el Tercer Estado, va a crecer más rápidamente que la nobleza y la Iglesia, haciendo intolerables los privilegios políticos de la primera y los monopolios ideológicos de la segunda. En el siglo XIX el crecimiento económico dará a la burguesía la palanca que le permitirá a desbordar a la nobleza y al clero y dominar el mundo de las ideas y de la práctica política. Pero este desarrollo económico favorece en particular a la " burguesía económica ", que acabará dominando la sociedad entera, imponiendo al mundo el capitalismo. Asistimos así en todos los órdenes a la explosión del capitalismo económico, con su interpretación filosófica del mundo y su falta de sentido social. El capitalismo llamado salvaje destruirá rápidamente y sin remedio el viejo sistema social y político, pero precisamente por su egoísmo creará sus anticuerpos, las fuerzas populares, en primer lugar en España la carlista. Y luego todos los movimientos políticos revolucionarios. Entrarán unos y otros en conflicto con el sistema burgués, un conflicto que durará todo el siglo XIX para provocar al final la guerra civil.

La burguesía en España

La nobleza y el clero, las dos estructuras sociales básicas del Antiguo Régimen estarán, tarde o temprano absorbidos o domesticados por los nuevos políticos de origen burgués. Así, el alto clero sometido en la monarquía tradicional que de hecho proponía y nombraba a los obispos, los escogía de entre la nobleza y la burguesía intelectual, gozando por ello de un indudable prestigio social. Con la dominación burguesa nuevamente estrenada fueron no solamente los nuevos monarcas si no a menudo los ministros o los políticos influyentes quienes proporcionaban a sus protegidos para elevarles en los rangos eclesiásticos. A partir de entonces tienen tendencia a aceptar sin demasiado reparo los valores burgueses, donde menos se hubieran debido aceptar: en materia de propiedad y de subordinación del trabajador al capital. En otras palabras, los altos dignatarios de la Iglesia aparecen vinculados al capital y al poder, utilizando los valores morales de la Iglesia en contra de la justicia, de la verdad evangélica y de las libertades humanas. El clero local, mayoritariamente de origen campesino, a menudo discrepa de sus pastores por encontrarse cerca del pueblo. Pero esta discrepancia no tiene efectos sobre la Iglesia jerárquica.
El anticlericalismo de los movimientos revolucionarios o la actitud antirreligiosa será el resultado a nivel popular. Es explicable aunque no necesariamente aceptable. La historia de España y América, escrita y dirigida por Vicens Vives, en el volumen V, página 121, dice:" Desde los albores del siglo VI, la Iglesia había vivido íntimamente vinculada al pueblo. Se consideraba su representante ante el Estado. La Reconquista y la Contrareforma habían acabado de remachar tales vínculos, de modo que en toda actuación popular conformista o inconformista hallamos teóricos y activistas eclesiásticos. En 1.834 y 35 este idilio puede considerarse terminado."
La nobleza, por su parte, en no pocos casos depauperada y arrinconada en el proceso del desarrollo económico, al tener sus propiedades vinculadas, es decir, privadas de derecho de enajenación, verá con simpatía muchas de las reformas que hace la burguesía, en particular las leyes de desamortización que les permite vender sus tierras y entrar en el juego económico. Además, ve con agrado a sus vástagos casarse con hijos de los burgueses adinerados que aportan lo que más le falta a la nobleza: recursos económicos.
Pero al final, la nobleza pierde no solamente sus privilegios sino también su prestigio propio, ajeno al sistema capitalista, por aparecer ante la sociedad con una imagen difícil de distinguir de la del burgués. La opinión pública los asimila al grupo dominante, represor y egoísta.

La desamortización y la metodología
política de la burguesía

La Desamortización fue en realidad un proceso cuya fase inicial se sitúa alrededor de 1834. Tuvo varias metas: La primera era la de financiar el déficit público debido en gran parte a la primera guerra carlista. La segunda a atraer esa nobleza rompiendo o suprimiendo la vinculación de los mayorazgos, y así permitirle vender sus bienes para integrarse en la vida económica del país. La tercera, controlar el clero, sustituyendo los bienes en manos muertas, vinculados a servicios educacionales hospitalarios o sociales, por una renta estatal dependiente por tanto del poder político. Y la cuarta, desarmar los municipios y las colectividades locales, cuyos bienes comunes eran el único recurso de los más pobres, con el mismo procedimiento.
Así, con la Desamortización, las viejas estructuras locales estaban definitivamente desbaratadas por estar apartadas del reparto del botín. Se enriqueció más la burguesía, ya rica, y se vinculó a la nueva dinastía isabelina, viendo en una posible contrarevolución carlista una amenaza seria para la seguridad económica de sus recién adquiridos privilegios económicos. En la carta que acompaña al proyecto de ley de desamortización en 1.836, en plena guerra carlista, Mendizábal escribe a la reina Isabel en los términos siguientes: “se funda en la alta idea de crear una copiosa familia de propietarios, cuya existencia se apoye principalmente en el triunfo completo de nuestras actuales instituciones." En resumen, la desamortización permitió al gobierno isabelino financiar la lucha contra los carlistas en la primera guerra, absorber a la nobleza y potenciar la nueva burguesía.
Con la llegada al poder del sector más adinerado de la sociedad burguesa se agudizan las luchas sociales -campesinas y obreras-, consideradas por los vencedores como acciones criminales. Pero obnubilada por sus éxitos económicos, la clase dirigente no se percató de que se estaban fraguando los instrumentos de su propia destrucción. La lista de los conflictos, sublevaciones campesinas u obreras es larguísima, y se forma un nuevo instrumento totalmente ajeno a la ideología y visión del mundo burgués. Los sindicatos de clase y los partidos de masas.

La Revolución Proletaria, los Sindicatos
y los Partidos de Masas

Ambos son instrumentos profundamente revolucionarios, aunque pueden ser pacíficos según el nivel de libertad concedida en el diálogo por la clase dirigente, o arrancado a partir de la presión ejercida por la clase trabajadora. Ambos se desarrollarán como antídoto al capitalismo salvaje y al parlamentarismo hueco que sirve de pretexto a la burguesía decimonónica. No nacieron ni se desarrollaron en contra del Antiguo Régimen como el movimiento burgués; se desarrollarán tanto en contra de éste mismo, como en contra de la explotación capitalista y por la conquista de las grandes libertades humanas.
Pero de todos sus adversarios, el más evidente no fue la nobleza, ni siquiera la burguesía; fue la misma Iglesia.
Si bien es verdad que hubo también muchos movimientos obreros inspiración cristiana, el papel de la Iglesia como cuerpo social, sobre todo el de su jerarquía, aparecía tan íntimamente vinculado al sistema opresor que se transformó en el blanco predilecto de las izquierdas populares. Claro está que las ideologías de izquierda, especialmente las marxistas, eran materialistas, pero el odio contra el clero y la religión, por injusto que haya sido, no era debido a la ideología solamente sino a su imagen, de traidora a sus principios e instrumento de represión al lado del poder burgués.
A partir del fracaso de la tercera derrota carlista, en 1.876 va a desarrollarse una nueva forma de partidos políticos, revolucionarios unos, reformistas otros, pero que al igual que el vencido Partido Carlista van a tener una organización profundamente popular.
Los partidos políticos de masas serán organizaciones militantes radicalmente diferentes de los partidos políticos burgueses. Aquellos eran partidos de minorías selectas, de clubes, sin otra estructura que una vaga organización electoral. Su terreno era el sistema de voto censitario. Pero más o menos se necesitaba en un sistema que limitaba el país político, inicialmente por lo menos, a unos 30.000 ciudadanos suficientemente adinerados para poder ser electores y aún más adinerados para poder ser elegidos.
Los partidos de masas crecieron así en contra del mismo sistema burgués desde dentro del sistema parlamentario y para la conquista del poder. Sus afiliados no eran electores solamente; eran militantes. Las bases sociales eran corrientes comprometidas con una ideología y un proyecto de sociedad.
Los sindicatos, por su parte serán revolucionarios unos; otros, partidarios del sistema parlamentario. Los hay, por fin, que enfocan sus luchas laborales simplemente en el sentido reivindicativo. Los pocos sindicatos cristianos que aparecen son llamados " amarillos ". Se les acusa por su prudencia de pactistas, asustados por la Iglesia, por la revolución, por el marxismo y por el anarquismo. Los Sindicatos Libres fueron fundados inicialmente por los carlistas y fueron de los pocos que se enfrentaron con la realidad desde la vertiente cristiana, sin miedo, antes de ser luego eliminados y manipulados por la acción conjunta de la Iglesia, de las izquierdas y, sobre todo, del poder. Todas estas fuerzas estaban temerosas de su posible éxito. Para la Iglesia de entonces no se podía ser cristiano y revolucionario. Para las izquierdas no se podía cristiano y luchador obrero. Y para el poder establecido no se podía ser carlista.



El ejército

Junto a las transformaciones sociales del siglo XIX aparece una nueva fuerza, cuyo papel político era totalmente impensable en el siglo XVIII: El ejército.
El ejército español es original en su evolución. Las sucesivas guerras carlistas, las expediciones de África, los repetidos fracasos gubernamentales, la represión de las sublevaciones populares implican continuamente al ejército en una función política. Es a la vez criticado por su excesivo costo, por sus represiones contra el Carlismo y los movimientos obreros y por su golpismo. Marginado, acaba el ejercito en una reacción de autodefensa, por considerarse como un cuerpo aparte de la sociedad, como "la iglesia de la patria", principal defensor de la unidad nacional y de la convivencia en el país.
Por necesidad o ambición de cuerpo, cuando no personal, el ejército se constituye en un Estado dentro del Estado. Con su visión mesiánica de salvación de la patria y desprecio de los movimientos políticos ve en cada nuevo golpe su salvación y la de España. Así, la salvación de España pasa por el ejército como " único intérprete de la voluntad popular ".

La monarquía: pretexto o instrumental

No siempre con justicia se ha acusado a los monarcas liberales de los defectos de su época. En realidad fueron no pocas veces tanto víctimas como causantes de los desórdenes de los pronunciamientos, de los conflictos sociales, de las guerras civiles y de las guerras carlistas mismas. En efecto, la monarquía isabelina y luego alfonsina era en gran parte una monarquía pretexto, una monarquía instrumental. El verdadero monarca de la sociedad era la nueva clase burguesa adinerada. Su verdadero sistema político hubiera tenido que ser desde el principio la República. El monarca y la Monarquía en sí misma sobraban, pero en aquel entonces pocos países concebían la República como un sistema viable. La Monarquía era, en sí, una necesidad psicológica para los pueblos y para quienes los dominaban, en este caso la burguesía.
Las viejas monarquías, por su tradición arbitral, tenían un profundo arraigo popular. Sus relaciones con el pueblo eran a menudo tormentosas, pero de una u otra forma la Monarquía era la institución que " templaba las gaitas" entre los diversos poderes sociales. Convenía a la burguesía que las nuevas monarquías fuesen parecidas a las antiguas, salvo en esta función arbitral; tenía que estar en exclusiva al servicio de una sola clase, la burguesa. Debía parecerse a la antigua para satisfacer a la nobleza. Debía de ser confesional para recibir el respaldo de la Iglesia institucional y conseguir su apoyo; debía de desarrollar la cultura para el progreso de las ideas y satisfacer así a la burguesía culta, pero convenía que no tuviera arraigo popular. Así, el prestigio histórico y humano de las viejas monarquías o dinastías serviría de tutor, de protección, de biombo incluso detrás del cual se movería el nuevo soberano social. Las nuevas dinastías serían instrumentales. Convenía que tuviesen todo el brillo de las antiguas, incluso la popularidad, pero no el arraigo popular, cosa muy distinta. La mejor ilustración de este arraigo popular es la capacidad de la dinastía carlista, que sí lo tenía, de movilizar por cuatro veces al Carlismo para unas guerras, fuera de toda legalidad, sin ningún dinero y en contra del apoyo estatal. En la tercera contienda se evidencia aún más la diferencia entre la popularidad que tuvo la monarquía alfonsina con Alfonso XIII al frente y el arraigo popular que no tuvo. ¿Dónde estuvieron los defensores de la monarquía liberal solamente 10 años después de caer la monarquía? ¿Cuál fue su participación en la guerra? En frase de Abraham Lincoln," es posible engañar a parte del pueblo todo el tiempo, o a todo el pueblo parte del tiempo, pero es imposible engañar a todo el pueblo todo el tiempo ". La caída de la monarquía burguesa marca así el final del intento por parte de la burguesía económica de engañar a todo el pueblo todo el tiempo, pero fue un final dramático.
La guerra civil, que culmina el proceso, es el conflicto final entre la burguesía y su expresión de clase y el pueblo con su entrega a un ideal y su violencia propia. Era evidente en 1936 que esta revolución tenía que ser violenta y no pacífica. Las fuerzas contrarrevolucionarias se estaban organizando. El fascismo en Italia había resuelto el problema del orden público y del desarrollo económico, en base a la represión, y se les ha antojaba a muchos que también en España podía oponerse al empuje revolucionario de los movimientos de izquierda. El hitlerismo lo había conseguido en Alemania de la misma manera. En Francia había amañado el empuje revolucionario y se buscaban en el mundo político parlamentario unas soluciones pactadas. Portugal, por su parte, había logrado con Salazar más o menos una solución de orden también aparentemente pacífica.
Las izquierdas en España debían optar entre volver al sistema anterior odiado, o hacer frente al autoritarismo naciente.
El Frente Popular no tenía en realidad otra meta que ser la alternativa revolucionaria y la apertura de las compuertas para aquellas fuerzas capaces de arrasar el pasado y engendrar un mundo nuevo. Les parecía que retrasar este momento era condenarse a sufrir la violencia del otro bando. Para ello era evidentemente indispensable la previa unión de las izquierdas y esto era lo que pretendía el Frente Popular. Pero era no menos evidente que el golpe de fuerza, la dictadura de la izquierda era probablemente indispensable, ya que la II República había fracasado en el intento pacífico por culpa de las derechas. Por otra parte, como hemos visto ya, el hecho mismo de la unión de las izquierdas en un frente común hacía inviable una república, y por lo tanto una solución parlamentaria. En todo esto ¿qué paso con el Carlismo?
El Carlismo

Perdidas las tres guerras carlistas, la de 1833 a 1836, la de los Matiners en 1846-1849, y luego la de 1872 a 1876, el Carlismo ya había sido dado por muerto tres veces. Pero el Carlismo había sobrevivido en el corazón de muchos hombres en las principales provincias españolas. Por dos motivos: el primero era su adhesión dinástica que, de generación en generación, permitía una continuidad histórica, mientras permanecía una autoridad moral que jamás había desaparecido. El segundo, que está vinculación histórica era profundamente popular. No era una vaga simpatía o una popularidad electoral momentánea en torno a un líder político. Era una vinculación a una dinastía que representaba una concepción de la sociedad, amparo de la dignidad humana individual, y de la dignidad colectiva de los pueblos, atenta al valor de los estamentos intermedios entre el hombre y el Estado. Era una doctrina o una filosofía política marcada por el cristianismo, profundamente ligada al concepto comunitario de una sociedad.
Por ello no se pudo entender nunca con la burguesía del Estado nuevo, profundamente individualista, socialmente egoísta y sostenedora de cualquier poder establecido, con tal que no fuera anticlerical para no enfrentarse a la Iglesia, cuyo apoyo necesitaba, ni anticapitalista, por supuesto, pues del mismo capitalismo exacerbado obtenía sus privilegios.
Pero los conceptos de libertades forales o sindicales o de partidos políticos populares, sobre todo cuando eran capaces de movilización popular militar, eran peligrosos. Rompían la "unidad nacional" por reconocer que entre el Estado y el ciudadano podía haber organizaciones intermedias territoriales (forales), o sociales (sindicales), o ideológicas (partidos de masas), o revolucionarias (capaces de sublevación en armas).
El Carlismo tenía todas estas potencialidades; por ello fue el principal blanco del poder burgués por una parte y hubo siempre una vinculación popular profunda entre dinastía y el pueblo carlista por otra. Las luchas carlistas no eran solamente luchas dinásticas, aunque se presentaran como tales. Eran, además, ideológicas. Buscaban una concepción del poder totalmente diferente de la que tenían los movimientos liberales. No era un problema de programa de gobierno ni tampoco de legitimidad histórica, era un problema de proyecto de sociedad. De la misma manera que la monarquía liberal era el instrumento de la revolución burguesa y de la concepción individualista de la sociedad, la monarquía carlista era una concepción societaria de la sociedad.
Tan clara era en la opinión pública la diferencia entre la concepción carlista del poder y la liberal que cuando se hablaba de los partidarios de una u otra opción se llamaban por su hombre a los " carlistas ", mientras que se llamaban a los partidarios de la dinastía liberal los "monárquicos". En otras palabras, para el carlista la monarquía no era simplemente una forma de gobierno. Se podría incluso decir que siendo dinásticos, al límite no eran monárquicos, o dicho de otra manera, el lazo entre el carlista y su dinastía no tenía como meta una "forma de gobierno" sino un concepto de sociedad y este vínculo, que no se había roto en todo un siglo, era aún vigente en 1936.

El Carlismo en 1936, la sucesión dinástica
y el integrismo

Una de las grandes dificultades que encontró el Carlismo en el primer tercio del siglo XX fue el problema de la sucesión. Don Alfonso Carlos, hermano de Carlos VII y antiguo comandante de los ejércitos carlistas en Cataluña, busca angustiosamente a un miembro de la dinastía que pueda asumir la responsabilidad de Carlismo. Su angustia crece sobre todo con la conciencia que tenía de la posible dramática evolución de la situación en España. A la muerte de Don Jaime pide a nuestro padre que acepte la regencia del Carlismo, sin que esto le privara de sus derechos a la sucesión. Nuestro padre aceptó con una sola condición: que en el futuro se realizara por un procedimiento democrático la confirmación de la sucesión. Empezó la preparación del Carlismo junto a don Alfonso Carlos por lo que, ya preveía, iba a ser una guerra civil. El esfuerzo organizativo lo hace en este sentido, convencido de que había que prepararse para lo peor y que el Carlismo tenía que actuar e intentar mediar, en lo posible, en el conflicto. Sería necesario el uso de la fuerza; por ello todo se centró en la preparación de una organización militar y en el armamento de aquella fuerza.
Pero quien ostentó hasta el mismo comienzo de la guerra la responsabilidad del Carlismo fue don Alfonso Carlos. En la tormenta que se avecinaba, D. Alfonso Carlos temía más la impotencia militar del Carlismo para participar en una contienda inevitable que su poca preparación política. Esto explica su debilidad. Su percepción de la inevitabilidad del conflicto llega al máximo con las actividades antirreligiosas y anticlericales de la República. Se incrementó aún más con el Frente Popular, al ver que entonces los dos campos se hacen irreconciliables, y se le aparece una victoria de las izquierdas como el preludio a una sovietización de España. Era un hombre profundamente religioso y amante de las libertades individuales y sociales y todas le parecían estar en peligro con una victoria de las izquierdas. Ve "un todo o nada"; o se ganaba la futura contienda y habría esperanza, o se perdía y se caía en la dictadura soviética. Esta visión, que era además la de amplios sectores españoles, hizo que aceptara la vuelta al Carlismo de los sectores integristas expulsados del mismo al final del siglo XIX por su hermano Carlos VII; expulsión que luego fue confirmada por Don Jaime. Pero fue un error de don Alfonso Carlos.

El Integrismo

Mi tío don Alfonso Carlos discrepaba en esto de mi padre e incluso de su esposa Doña María de las Nieves, que verán con sospecha entrar en los mandos del Partido Carlista a hombres cuyas metas políticas eran distintas, cuando no opuestas, a las del Carlismo. Don Alfonso Carlos tenía flexibilidad en la táctica pero no tenía ductilidad en el análisis de las situaciones. La meta era preparar una guerra. Para una guerra todo hombre vale. Todos los voluntarios son aceptados. Fue un error, porque la guerra es un acto político. La meta de toda guerra es política, y los integristas lo verán así. La guerra que se acercaba era para ellos la ocasión de una revancha de sus ideales sobre los del Carlismo. Y veremos cómo no dudarán algunos de sus representantes en traicionar al Carlismo desde el principio del alzamiento. Pero los textos de los autores de este libro son suficientemente ilustrativos para que no sea necesario extenderse ahora sobre este aspecto.
Tengo que hacer aquí una salvedad para un hombre extraordinario por su valentía y honestidad, que provenía del integrismo, pero fue en todo momento lo que se podía esperar de un organizador, un líder político y un gran cristiano. Su nombre era Manuel Fal Conde que, en contra de muchos de sus amigos de antes, sirvió al Carlismo con toda honestidad y generosidad. Y se puede decir que el error de don Alfonso Carlos fue en parte compensado en el campo de la acción por su acierto en nombrar a Fal Conde jefe delegado suyo en España. Su incansable labor hizo de él el más eficaz colaborador, primero de don Alfonso Carlos y luego de nuestro padre. Quiero testimoniar que para él nunca tuvo mi padre más que palabras de admiración y aprecio. En el campo político, el error de Don Alfonso Carlos será compensado por la visión futurista de mi padre, que fija para el Carlismo un " después de la guerra".

La marginación del Carlismo

Si el Carlismo fue la pieza clave del alzamiento, ¿Cómo es que a los tres meses de empezar la guerra y ya con éxitos militares espectaculares pudo ser marginado? A decir verdad, todos los factores políticos jugaron en su contra. Ni la democracia cristiana, que era republicana, ni los sectores alfonsinos que por supuesto eran monárquicos y querían restablecer la Monarquía de Alfonso XIII, ni Falange Española, que era fascista, tenían interés en el Carlismo o, mejor dicho, tenían un gran interés en que el Carlismo desapareciera. Franco en persona mantenía íntimamente una fidelidad a la Monarquía de Alfonso XIII, y también Inglaterra, que deseaba la restauración en la Monarquía en la persona de Alfonso XIII por su vinculación familiar con la familia real inglesa, le apoyaba. Pero Franco habían logrado establecer contactos con el régimen de Mussolini y, a través de éste, con Hitler. Ambos estaban interesados en una victoria del campo nacional en España, que les daba una indudable patente de solución política europea, ya que el hitlerismo aparecía entonces como una copia de su sistema fascista. Hitler tenía los mismos motivos políticos que Mussolini. Además España representaba un campo de experimentación para su nueva fuerza aérea y su arma blindada. Pero Hitler y Mussolini tenían también un evidente interés en que se eliminará el Carlismo, dirigido por un príncipe que había luchado contra Alemania en la Primera Guerra Mundial y no había ocultado su actitud totalmente opuesta al nazismo, que consideraba junto al comunismo como el mayor peligro del mundo occidental.
Franco se dio cuenta de que si lograba unificar todos los grupos políticos del campo nacional podía construir un poder único totalitario. Por ello, promulgo el Decreto de Unificación, y suprimió todo los partidos políticos y organizaciones del campo nacional. Este mismo decreto serviría además para someter el Carlismo o para eliminarlo.
Así, el Carlismo aislado políticamente desde el planteamiento internacional de Inglaterra, de Alemania y de Italia, podía ser tranquilamente destruido. Tenía que pasar por el aro de aceptar el Decreto de Unificación y por ende el sistema fascista. Todos los partidos políticos del campo nacional lo aceptaban, salvo uno, precisamente el Partido Carlista. Fue una sorpresa para Franco y su reacción inmediata fue intentar suprimir el Carlismo. El aplastamiento del Partido Carlista se hizo desde el planteamiento político con el destierro, empezando por mi padre, o la cárcel, de jefes influyentes y fieles a nuestro padre, y en lo militar con el nombramiento, siempre que fuera posible, al frente de los Tercios de Requetés, de oficiales del ejército nacional que no tuviesen origen carlista.
La posibilidad de que el Carlismo se retirase de la guerra era evidentemente excluida. El Carlismo no había ido a la guerra para conseguir sus metas históricas sino para realizar un servicio a España. El que se retirase el Partido Carlista y los cincuenta Tercios que en luchaban en el frente de la contienda a los tres meses de iniciarse el conflicto hubiese significado el derrumbamiento del frente nacional. El Carlismo prefirió el sacrificio gratuito y salvarse como fuerza beligerante para el futuro. Su permanencia en la guerra seguramente fue la clave para la victoria del campo nacional. Sin él la victoria hubiera sido imposible y Franco lo reconocía así, pero también quedó muy claro que los requetés no morían por este sistema que odiaban y creían pasajero.
Es interesante constatar a posteriori que con la aceptación del Decreto de Unificación se suicidaron todos los partidos o movimientos del campo nacional. ¿Qué quedó de ellos cuarenta años más tarde? Ni siquiera la Democracia Cristiana, el más grande de todos los partidos de la preguerra logró levantar cabeza.
El rebelde al franquismo, el machacado por el Régimen, se salvo con su personalidad y sus ideales, y logró en parte sus fines cuarenta años más tarde, en particular por el proceso autonómico y las libertades políticas, gracias a mi padre y a los que lucharon entonces junto a él, y luego junto a mí y a nuestros militantes. Así llega el Carlismo al final de la guerra como un gran vencido en el campo del vencedor, pero el vencido que no se rindió a Franco fue aplastado por él, y por eso pudo sobrevivir al régimen. Tal fue la saña contra el Carlismo que, incluso con la llegada de la Monarquía a la muerte del dictador, el único partido que no se legalizó, y sólo lo fue pasadas las primeras elecciones, fue el Carlista.
Juntos, pudimos preparar y llevar a cabo la lenta gestación de la transición democrática. Pero no se acaba aquí el papel del Carlismo. Permanece latente con sus propuestas políticas y sociales, con su capacidad de animación a nivel social, porque en su tiempo, y gracias a mi padre, no renunció al futuro.

El Carlismo y el futuro

Había encima de la mesa tres fotos de Burgos, y se podía ver que estaban tomadas desde el mismo lugar, con la catedral al fondo y la avenida que conducía hasta ella, en tres épocas distintas:1900, con carros de caballo y señoras tocadas con grandes sombreros y vestidos largos; 1930, ya aparecen algunos automóviles de aquella época y las señoras visten más corto; 1970, con automóviles más modernos y con vestidos aún más cortos. Las fotos parecen algo pasadas de moda. ¿Qué es lo más moderno?, me preguntó el hombre que había puesto las fotos sobre la mesa. Equivocado por el término y confundiendo la palabra moderno con el sentido cronológico del tiempo, pensé que era la última foto, porque era la más próxima al momento actual. "Las tres fotos son igualmente modernas ", dijo este hombre. Lo que es viejo y pasado de moda son los vestidos y los coches. Pero en las tres fotos hay algo moderno, la catedral. No había pasado ni pasaría de moda. Así, hay en la vida de los pueblos valores que no pasan de moda porque son siempre actuales. Pero antes de ver cómo el Carlismo representa estos valores, echaremos una mirada al presente y el futuro del mundo.

El futuro

El mundo va hacia la unidad a marcha forzada por una urgente necesidad. No podemos permitirnos el lujo de una guerra nuclear ni bacteriológica. El peligro radical que pesa sobre la humanidad y los conflictos que se dejan entrever imponen un mecanismo político arbitral y un monopolio de la fuerza por un poder político. Un poder promotor, además, de la justicia intercomunitaría y del desarrollo armónico como condición de paz general. No existe paz sin justicia, por imperfecta que sea. Sin justicia o progreso hacia ella puede haber orden público pero no paz. Lo que busca el hombre es otro orden, el que le dé los dos bienes que todos ansían: la justicia y la libertad. La problemática, por ello, no es Monarquía o República como formas de poder, sino como la ha planteado el Carlismo en más de siglo y medio: el contenido de poder que debería tener en este Estado mundial cuya constitución vemos como necesaria.
La necesidad evidente de resolución de conflictos, del desarrollo económico coherente, de transferencia de riquezas, de justicia internacional, nos lleva a la fuerza a considerar unas necesidades subyacentes, ¿Qué contenido de gobierno tendrá el nuevo "gobierno mundial" cuando exista? No hay en realidad planteamiento macropolítico sin consideración de una base micropolítica. Por ello conviene empezar por está o por las realidades nacionales actuales, antes de considerar el planteamiento macropolítico que abarque la visión del futuro a nivel mundial.
La dinámica occidental muestra en el seno de los Estados nacionales desarrollados una lenta pero profunda evolución hacia la desaparición de la tensión dialéctica entre derecha e izquierda. La sociedad sin clases pierde parte de su capacidad revolucionaria que había heredado de la revolución burguesa. Simultáneamente los sindicatos pierden también su garra revolucionaria dialéctica, por haber desaparecido su base sociológica. Hoy en día no hay en el mundo occidental un sindicato revolucionario, todos son sindicatos de colaboración de clase que en el siglo pasado o al principio de éste se hubieran tachado de amarillos. El resultado es que se desdibujan los antiguos partidos de masas populares. Es casi imposible distinguirlos hoy de los partidos de cuadros conservadores. Los dos tienen un aparato de partido de masas pero su filosofía es de partido conservador cada vez marcado no por la lucha de ideas sino por la simple lucha electoral. El resultado es que los programas políticos de ambos se pueden incluso considerar intercambiables. Cada partido intenta ganarse el centro donde los electores indecisos del otro campo se pueden conquistar.
La característica de estos sistemas es que la sociedad vive entregada a una constante crítica y al desprecio de "los políticos" por sus promesas incumplidas, por sus programas incomprensibles y por la manipulación de la opinión pública. La opinión pública se ve a sí misma víctima, o se cree tal, de un fraude general que no logra a analizar. Además, la llamada partitocracia, es decir, la invasión por parte de los partidos de todos los aspectos de la vida ciudadana, agrava esta percepción. El municipio, la comarca, las autonomías, los sindicatos, la administración pública, todos parecen regirse por la organización de estos partidos, que aparecen como simples máquinas electorales al servicio de las ambiciones políticas de unos pocos. Así, el partido político, el aparato moderno más poderoso de la democracia, el que ha permitido los avances sociales más espectaculares hacía la justicia y políticos hacia la libertad, está ya en crisis.
Ha logrado superar la revolución burguesa y la revolución proletaria, ahorrando al mundo occidental muchos traumas y permitiendo que se abra en todos los países, incluso en los más lejanos o atrasados, una esperanza de progreso hacia el respeto de las personas, el progreso de las libertades y el desarrollo económico pacífico.
Pero hoy los partidos políticos criticados en su propia cuna occidental, y despreciados, no parecen ser portadores de esta esperanza. Sobreviven porque no existe otra alternativa para organizar un debate político o una decisión política. A nivel mundial, es muy posible que el sistema de partidos que conocemos no sea tampoco válido. En otras palabras, las diferencias culturales, económicas, históricas hacen un sistema de partido político a nivel mundial inadecuado para representar un conglomerado de más de 125 países. Es probable, además que lo que vale en unos sistemas de cultura occidental no sea válido en otros. El gran resurgir en algunos países del sentimiento nacional beligerante puede invalidar el sistema occidental a la hora de representar al conjunto de las naciones. Las Naciones Unidas son un primer intento de crear una República Mundial, una República que curiosamente tendrá probablemente algo del contenido de las viejas monarquías, al necesitar un poder arbitral que equilibre un gobierno nacional universal. La evolución de la unidad mundial pasará probablemente por un sistema federal. La imposibilidad de reducir a una representación de pocos partido unas realidades humanas tan diversas hace problemática al nivel macropolítico la constitución de un Estado-Nación mundial.
Sí volvemos al nivel de los Estados nacionales, vemos también renacer, a la sombra de la crítica de los partidos políticos actuales, la necesidad de reconstruir ó simplemente respetar unas realidades históricas para dar respuesta a lo que tanto anhela el hombre moderno: el pertenecer a una comunidad. El ser de un pueblo, de una ciudad, de una región o de una nación no es actualmente más que un atributo geográfico que se añade al carné de identidad. Lo que anhela el hombre moderno masificado y bien organizado por la sociedad impersonal, burocrática y paternalista es ser parte de una comunidad, tener algo que decir en ella. Pero este pertenecer no es sólo una pertenencia administrativa; es de algún modo exactamente lo opuesto. Es el hacer que estos pueblos, ciudades, Estados, sean propios y tengan propiedad de estos bienes comunes, por ser responsables de ellos. Lo mismo podemos decir de las organizaciones políticas o partidos; si son tan criticados, se debe en gran parte a que no son "de" los ciudadanos sino “para" los ciudadanos. Así, el hombre moderno está cada vez más deseoso de ser algo más que un buen administrado; la evolución de empresas, de los sistemas educacionales o culturales, incluso de los ejércitos y de los organismos religiosos, va exactamente en este sentido: buscar cómo hacer participar a sus miembros en sus comunidades respectivas. Cómo ser activo y creativo en el organismo social.
El hombre moderno busca cómo compaginar una libertad creadora con una sociedad protectora, sabe que tiene que escoger entre la pasividad de la decadencia o la actividad del crecimiento, sobre todo en un mundo marcado, a nivel continental, por tremendas injusticias.
No es casual que, incluso en las empresas modernas, el cargo de jefe de personal se considere el más importante de todos. La empresa capitalista ha comprendido, antes quizás que otras instituciones, que sin la participación, comprensión, adhesión y colaboración de sus empleados no puede haber éxito duradero.
Frente a la sociedad del bienestar pasiva nacen por todas partes las corrientes del bienestar humano activo, responsable, creador, consciente de su responsabilidad mundial, y por ello mismo seguramente la nueva sociedad sin clase, llega a lo que el Carlismo ha defendido desde hace más de siglo y medio: un pueblo que con una dinastía comprometida al frente ha intentado servir a la sociedad en la que crear un nuevo mundo de comunidad de comunidades.

CONCLUSIÓN

¿Qué forma de gobierno?

La problemática política en cuanto al futuro se refiere tanto a la monarquía o la república como forma de gobierno como al contenido de gobiernos que tendrán dimensiones y responsabilidades mundiales.
El sentido de nuestra lucha secular es así referido mucho más al contenido de un gobierno que a su forma. Y lo que ha motivado este largo empeño histórico, rubricado por guerras civiles no era sólo el reclamo de una legitimidad dinástica sino la razón última de la legitimidad de un poder soberano en el ejercicio de su función.
A nivel mundial, tanto la urgencia de resolver los conflictos en curso, de organizar un desarrollo económico coherente y la transferencia de riquezas, como la justicia internacional, nos lleva a analizar los requerimientos necesarios para el funcionamiento de un gobierno de esta índole. Y no podemos hablar de las categorías de lo macropolítico si no nos acercamos antes a la organización que rige el Estado moderno a nivel micropolítico.

Evolución del Estado Moderno

La dinámica que conduce al Estado-Nación del mundo altamente desarrollado pone en evidencia la progresiva pero ineludible desaparición de muchas de las características que presidieron su desarrollo. En efecto, el Estado-Nación era fundamentalmente a su vez el resultado de la inevitable desaparición de las estructuras de poder que caracterizan la Edad Media. La Revolución Francesa inventa el concepto de nación. Desbarata así estructuras que, andando el tiempo, se habían transformado en privilegios inútiles.
Al tiempo, divide el espacio político entre el Estado por una parte, y el ciudadano por otra. Desaparecen así los cuerpos intermedios. He aquí la lógica que presidió al nacimiento del Estado Moderno.
La consecuencia fue el lento e inevitable crecimiento de un poder cuyo basamento era el dinero, y su resultado las luchas de clases, las guerras civiles y las guerras mundiales. Al tiempo nacen estructuras políticas nuevas: son los partidos políticos, los sindicatos y hasta cierto punto los entes de gobierno regional para poder responder a la problemática de la gestión a nivel local por una parte, y de la lucha de clases por otra. De hecho, han permitido, al menos, su progresivo desdibujamiento.
Hoy la sociedad está estructurada según un esquema que no muestra clara diferenciación de clases, y de esta manera ha ido perdiendo su pulso revolucionario, al perder gran parte de su base proletaria. Los sindicatos han corrido la misma suerte y por las mismas razones. Los antaño partidos de masas apenas se pueden diferenciar actualmente de los partidos conservadores. Ambos apuntan a un mundo alejado de la perspectiva de la lucha de clases o de la consecución de un ideal, y su realidad cotidiana se cifra en el proceso electoral propiamente dicho. Finalmente, sus programas políticos son casi susceptibles de ser intercambiados.
La crisis arranca también del resurgimiento de la voluntad autonómica, tanto a nivel municipal como regional, y el reclamó se proyectará mañana a nivel continental. En efecto, el Estado-Nación ya no puede recabar la adhesión de los ciudadanos desde el momento en que su propia dimensión le hace perder el contacto con su base, que es la condición de su marchamo democrático. Es lo que hace al Estado-Nación capaz de tener una proyección continental o mundial.
A las razones referidas más arriba hay que añadir el que las culturas estén diferenciadas e impidan que se puedan identificar con el sistema regido por la cultura occidental. El Estado-Nación es una realidad del pasado. Y es así porque de la propia dinámica democrática deslegitima su monopolio del poder como única expresión legítima de la voluntad popular.

El Carlismo en su perspectiva del universalismo

La acción de nuestro padre al iniciar en 1964 la evolución del partido no obedecía sólo a motivaciones estrictamente españolas; también contemplaba una perspectiva más universal. Tenía puesta su fe en el Carlismo no sólo por su fidelidad dinástica sino también por su fidelidad a una trayectoria política donde el poder rector de la sociedad estaba basado en, y estrechamente conectado, con las comunidades históricas. En el caso del Carlismo, la referencia y poder moderador lo ostentaba el rey. Pero el rey no era para el Carlismo un mero símbolo, tampoco encabezaba una dictadura institucionalizada. El poder político se concebía como referencia que actuaba como garantía de la relación pacífica entre las comunidades por una parte, y por otra del funcionamiento democrático de éstas.
Para él era factible en España un régimen así, de corte federal, opuesto tanto a la dictadura como al centralismo. Sería una manera de promover la democratización de la sociedad toda, desarrollándose a partir de una gestión de base a manos de los sindicatos, los partidos y la Administración regional. El poder político arbitral haría del Estado federal una comunidad de comunidades. Sería la manera de resolver muchos de los problemas pendientes de nuestra sociedad y serviría de paradigma en la perspectiva futura de una sociedad mundial.
Mi padre había experimentado en su propia carne dos largas guerras mundiales y la más dramática y cruel contienda civil de la historia contemporánea europea. Pensaba que el Estado-Nación, burocrático y centralizado, era incapaz de resolver eficaz y democráticamente las tensiones y los conflictos internacionales. Creía que la propia globalización de los problemas imponía formas políticas capaces de enfrentarse a ellos de manera eficaz administrativamente, y satisfactoria humanamente, desde la exigencia participativa.
En su opinión, el valor formal de las estructuras democráticas no era suficiente. Aún era necesario que los mecanismos de la participación funcionaran, que permitieran llenar una democracia formal de contenido real y de vida, hacerla humana.
Naturalmente, la comunidad de naciones dependía en su configuración de las estructuras infrasoberanas de las naciones partícipes. Su visión comunitaria de Naciones Unidas estaba lejos de enmarcarse en la utopía de un gobierno mundial al frente de un Estado-Nación, amén de una gigantesca burocracia centralizada y de una democracia formal nada participativa.
En realidad su propuesta estaba inspirada en lo que el Carlismo anhelaba en su propio marco nacional. Un poder arbitral mundial (poco importa si monárquico o republicano) que garantizara la libertad de cada una de las naciones partícipes, capaz de eludir las guerras mediante un sistema de resolución de los conflictos.
Esta utopía pacifista y participativa de una sociedad de naciones organizada según un modelo federativo, respetuosa de las culturas, religiones y tradiciones históricas de cada una de ellas, en su afán de construir juntas la historia futura, descansa en una opción filosófica: ¿Cuál es la reivindicación fundamental del ser humano? La justicia como garante de la paz. Pero quiere también desplegar una libertad creativa en el marco de una sociedad que le ampare. Debe ser libre para optar y decidirse entre la pasividad que conduce a la decadencia o la capacidad creativa de inventar su destino.
El liderazgo de mi padre y la activa participación de los militantes de nuestro partido permitió que intentáramos para nuestra sociedad este progreso y avance desde su realidad histórica hacía una ideología de futuro, interesante para España. Interesante también de cara a la integración mundial venidera.
En conclusión, el Carlismo, la fuerza política con mayor capacidad de movilización popular que participó de una manera tan decisiva en la contienda civil, fue reprimido en el campo vencedor. Y del movimiento militar nació una dictadura fascista en todos los aspectos, no solamente opuesta a las libertades sino directamente anticarlista.
Si las metas del Carlismo histórico no pudieron llevarse a cabo, salvo en parte en lo referente al proceso autonómico, hay valores suyos que son hoy más que nunca modernos, como la búsqueda de una sociedad humanizada. Al hombre robotizado y encasillado en una burocracia, defraudado por partidos que son máquinas electorales, le propone una sociedad societaria donde pueda gozar de unos valores democráticos comunitarios. Hay valores que, como la catedral de Burgos, son siempre modernos porque son universales.
No eran otras las libertades forales, sindicales o empresariales. Una sociedad cristiana pero no clerical, una sociedad española pero no nacionalista, unas libertades políticas pero no simplemente partidistas, y por encima de ésta la construcción de abajo arriba de un poder arbitral y no arbitrario. En un mundo en fase de rápida unión podemos ver cómo el concepto societario, federativo y religioso del hombre cobra su entera y esperanzadora dimensión.
El gran drama histórico que vivió España con la guerra civil fue preludio al que viviría muy poco después el mundo con la Segunda Guerra Mundial. Desde niño he vivido y presenciado, fascinado, el papel de mi padre, inmerso en este drama, haciendo frente a su responsabilidad histórica. A lo largo de dos años, y en las más diversas circunstancias, no he dejado nunca de hablar de todo con él, volviendo una y otra vez sobre este tema difícil, doloroso y apasionante por todo lo que significaba. En más de una ocasión Josep Carles Clemente nos acompañaba en nuestras tertulias, tanto en París como en Arbonne, cerca de la frontera española, donde manteníamos el contacto con los militantes del Carlismo, después de nuestra expulsión por Franco en el 68 murmuraba al final de estas tertulias: "Un día tendré que escribir esta historia."
Y lo ha hecho. Ha arrojado luz, junto a mi hermana María Teresa y Joaquín Cubero, sobre un fenómeno histórico apenas conocido, el papel del Carlismo en la preguerra y en la época posterior, ha arrojado luz sobre el hombre que mayor responsabilidad tuvo, aunque fuera una responsabilidad muy condicionada, en este proceso: mi padre. Lo hacen con una claridad y una objetividad que no impiden la pasión por la causa y el respeto por el que los Carlistas llaman su Viejo Rey.
Pienso, además, que era una obra necesaria para la memoria colectiva española y europea, y expreso aquí mi hondo agradecimiento a Josep Carles Clemente, este gran historiador del Carlismo y entrañable amigo, y a los demás autores. Les dejo, a él, a María Teresa y a Joaquín Cubero contar, con el apoyo de los textos de la época, lo que fue nuestra guerra civil y la trayectoria vital de mi padre.
Carlos Hugo de Borbón Parma