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PARTÍU CARLISTA: pola defensa de la nuesa tierra

Tradicionalismos revolucionarios

"En ocasiones no es caprichoso reparar en el origen de una tradición. El modelo político-económico de la “comunidad indígena” (como la que nos acogió en febrero-marzo de 2006: la oaxaqueña Juquila Vijanos), combatido hoy por la administración estatal y federal de México, como quiere el neo-liberalismo dominante, combatido en esencia por contrariar pujantes intereses capitalistas."

Homenaje lateral al CIPO-RFM, organización indígena libertaria.

1)
Andrei Tarkovsy hizo decir al protagonista de su película “El sacrificio” unas frases muy bellas en su aparente paradoja, que subrayan el circunstancial valor transformador del inmovilismo, la eventualidad de que también la tradición pueda revestirse de un potencial revolucionario:

“Sabes, algunas veces me digo a mí mismo que, si cada día, exactamente a la misma hora, realizara el mismo acto siempre, como un ritual, inmutable, sistemático, cada día a la misma hora, el mundo cambiaría. Sí, algo cambiaría, ¡a la fuerza!”

La Modernidad puede verse, de hecho Henri Lefebvre quiso verla así, como un “rodillo compresor”, un rodillo que oprime y aplasta la alteridad. Donde subsiste una peculiar especie de lo no-moderno, a un tiempo pre-moderna y anti-moderna, resistencia pos-moderna grávida de un futuro impensado, palpita también una forma de diferencia que el poder teme y persigue: no son “modernas”, por ejemplo, las Comunidades indígenas “en Usos y Costumbres” que persisten en varios estados de México; se apegan, de hecho, a unos valores y unas formas de organización “tradicionales” contra los que se dispone en nuestro tiempo el rodillo homogeneizador del Capitalismo tardío.

2)
No toda tradición es peligrosa de cara al orden social general, por supuesto. Cuando el presente puede ver en el pasado su “germen”, astillas proféticas, lo que “era” antes de “ser”, la tradición correspondiente se empolva y conserva, se mima, se cuida, se nos enseña a amarla como a una madre, a perdonarle sus inevitables caducidades, a venerar su sabia vejez –el grueso de los científicos sociales, en el olvido del anti-historicismo nietzscheano, ha hecho de esta sacralización la médula de su oficio. Pero cuando el presente tropieza con un pasado que apuntaba en otra dirección, donde no reconoce semillas de su ser, un pasado sin retoños o con retoños extraviados, un pasado hostil que lo cuestiona y deslegitima, un pasado eterno que, como apuntara incisivo Benjamin, sólo podría redimirse en un futuro escapado del continuum de la historia, entonces pone en marcha su pesada maquinaria compresora. Sólo es capaz de percibir en esa tradición esquiva, en esa diferencia añosa, un objeto que doblegar o que aniquilar - así lo exige la lógica del interés que lo constituye. Desplegará ante ella esas poderosas estrategias inclusivas y exclusivas, fágicas y émicas, integradoras y marginadoras, a las que, siguiendo a Z. Bauman, nos hemos referido en otra parte. Este es, exactamente, el caso de las comunidades indias de México regidas por “autoridades tradicionales” y organizadas política y económicamente en el respeto de la consuetudinaria “ley del pueblo”. No es irrelevante que la “democracia directa”, bajo una versión no-occidental, y la “propiedad comunera” de la tierra, entendida de un modo que tampoco cabe en los idearios colectivistas o cooperativistas clásicos del utopismo europeo, ocupen un lugar muy destacado en los Usos que estos indígenas defienden con tanta tenacidad. No es irrelevante que el modelo de “transmisión cultural” sancionado allí por la costumbre, que podríamos denominar “la educación comunitaria”, en todas partes herida y en todas partes desfalleciente, nada tenga que ver con el consentido horror de nuestras Escuelas, con el crimen cotidiano de la Enseñanza Moderna.

3)
En ocasiones no es caprichoso reparar en el origen de una tradición. El modelo político-económico de la “comunidad indígena” (como la que nos acogió en febrero-marzo de 2006: la oaxaqueña Juquila Vijanos), combatido hoy por la administración estatal y federal de México, como quiere el neo-liberalismo dominante, combatido en esencia por contrariar pujantes intereses capitalistas, por no dejar resquicio para la propiedad privada de la tierra, por no tolerar el despotismo encubierto de la democracia representativa occidental, esa forma de organización político-económica “india”, con la que tanto han podido simpatizar las minorías anti-globalización de Europa, no constituye, en rigor, una “herencia prehispánica” (tanto en el período clásico como en el posclásico, las sociedades del valle de Oaxaca en particular, casi como el resto de las civilizaciones mesoamericanas, hallaban en la “jerarquía” y en la “desigualdad” dos de sus rasgos característicos, ajustándose a lo que algunos arqueólogos llamaron “culturas de élite”), aunque sí retiene como un soplo de ese pasado fabuloso –el apego a la localidad, al pueblo, y la identificación con ese marco geográfico reducido en detrimento de presumibles solidaridades étnicas o con la sociedad política mayor, como subrayó Whitecotton hace años). Tampoco reproduce sin más el patrón de organización municipal impuesto por la Corona de España en la etapa colonial, el cabildo (que servía para asegurar a los privilegiados, a la nobleza fundamentalmente, el control del gobierno local), aunque no puede negarse que extrae de él algunas de sus notas distintivas –el carácter electivo y rotativo de los cargos, por ejemplo.

Nos importa mucho subrayar, ante este asunto, que las radicalmente insumisas comunidades indígenas “en Usos y Costumbres” de Oaxaca, Puebla, Guerrero, Chiapas,... (con su defensa de la “reunión de ciudadanos”, la Asamblea, como eje de la vida política, su concepto comunal de la inalienabilidad de la tierra, su derecho consuetudinario, etc.), opuestas hoy a proyectos liberalizadores como el del Procede, que apuntan a la desamortización y privatización de los bienes ejidales y colectivos, devienen como una conquista de los campesinos, llamados a veces macehuales, una conquista de los más humildes, de los no-poderosos, del “estado común”, tras una dura y larga lucha social, un enfrentamiento multiforme con los caciques locales, con la nobleza india “españolizada”, con los administradores y propietarios españoles, con los hacendados...

A finales del período colonial se generaliza la “comunidad indígena” como forma peculiar de organización política y económica, resultado de esa batalla campesina en un contexto histórico que, por otro lado, le garantizaba opciones de victoria (el interés “protocapitalista” en asegurarse un vivero de mano de obra barata: el ‘pueblo de indios’, que retiene a su población en condiciones de infrasubsistencia, a la espera del trabajo ocasional o estacional en la hacienda, la mina, la ciudad...; la crisis económica y de prestigio de la nobleza india adherida a los colonizadores; el pulso que la Corona de España libraba con las fuerzas descentralizadoras y escasamente ‘controlables’ del Nuevo Continente; el “paternalismo” de un sector de la Iglesia, etc.); se forja así una estructura que, manteniéndose fiel a sí misma en lo sustancial, atravesará el espesor de los siglos y llegará hasta nuestros días como un “aspecto tradicional”, como una reificación del pasado, sobre todo como un inmovilismo estrictamente revolucionario.

Corresponsable de esa ‘permanencia’, condición innegable de las formas de subjetividad que la protegieron, sustento y aliento de las luchas por su preservación, hallamos una y otra vez la “educación comunitaria indígena”, la educación tradicional, unos modos de socialización incompatibles con la menor exigencia de “clausura”, irreconciliables con la tecnología del “encierro educativo” que la Escuela originariamente occidental define y sanciona.

4)
La lucha contemporánea de las organizaciones indígenas que defienden, contra el neo-liberalismo hegemónico, la subsistencia de las “Comunidades en Usos y Costumbres”, el CIPO-RFM entre ellas (Consejo Indígena y Popular de Oaxaca “Ricardo Flores Magón”, con quien tuvimos el privilegio de cooperar y esperamos volver a hacerlo pronto), recuerda, mantiene viva y reproduce en sus rasgos de fondo y en sus objetivos aquella otra lucha inicial de los macehuales, de las gentes “del común”, contra los poderes caciquiles y colonialistas: un anhelo igualitario de raíz genuinamente campesina y popular; una defensa de la tierra como “valor” cultural y hasta ‘religioso’, en contra de aquellos que sólo piensan en ‘explotarla’ y ‘rentabilizarla’, degradándola de paso, hiriéndola de muerte; una concepción radicalmente democrática del “cargo político”, entendido como ‘servicio’ no-remunerado a la colectividad, fuente de ‘prestigio’ si se desempeña con honestidad y dedicación, exigiendo de por sí un considerable “sacrificio personal”, siempre rotativo, siempre electivo, siempre bajo la supervisión y el control de esa Reunión de Ciudadanos, de esa Asamblea del Pueblo, que constituye el verdadero corazón político de la Comunidad; una insólita capacidad de reivindicación y de movilización, que agota prácticamente ‘todas’ las vías conocidas, desde la “petición” o “solicitud” formal y el recurso administrativo-judicial (que algunos traslumbrados de Occidente podrían execrar como “reformismo”) hasta la manifestación encorajinada, la ocupación audaz, el acto público temerario (causa de cárcel, exilio o desaparición para muchos de estos hombres), pasando por la infinitas variantes del apoyo mutuo, la solidaridad resistente y la imaginación combativa. Todas estas formas de lucha, que sorprenden por su abigarramiento y continuidad a muchos observadores del Primer Mundo, así como los propósitos manifiestos a que obedecen, hunden sus raíces en la tradición. Basta con repasar la historia de los siglos XVII, XVIII y XIX para comprobarlo. Se trata, también, de un tradicionalismo irreparablemente revolucionario...

5)
Quiero terminar este escrito con un saludo emocionado a las gentes del CIPO-RFM, con quienes conviví en febrero-marzo de 2006, hombres y mujeres que saben de la persecución, de la cárcel, de las torturas, del exilio,... Que ahora mismo padecen amenazas de muerte, intimidaciones, procesos judiciales... Y que, a pesar de todo, continúan en su sitio, en la primera línea del frente, con su decidida lucha pacífica, plantándole cara al tirano de turno, el menguado Ulises Ruíz, sabandija del Mal Gobierno como tantas otras, rata inmunda donde las haya. No me olvido de Felipe, de Ezequiela, de Pedro, de Dolores, de Miguel, de César, de Crisóstomo, del bebé Jonatan, del niño Jucho y de sus hermanos mayores, yo diría que ya hombres, Marcos y Felipe,... No me olvido de Juquila Vijanos, comunidad de hombres libres...

En mi miserable condición de privilegiado de Occidente, quisiera no obstante rendirles el más merecido de los homenajes, manifestarles mi admiración y mi respeto por seguir estando donde siempre han estado, entre las mejores personas de esta tierra. Agacho mi cabeza y me arrodillo ante ellos, de quienes me siento, con orgullo, y sin duda, compañero.

¡Ánimo y ganas contra las fuerzas del horror, hermanos del CIPO-RFM!

Pedro García Olivo – La Haine
www.pedrogarciaolivoliteratura.com

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